COSAS DE AQUÍ
Les presento a Atila, azote de los queretanos.
A Fabiola Larrondo, Gonzalo Ruiz Posada, Julio Figueroa, Benjamín Castro… Y otros
buenos ciudadanos, queretanos de verdad, guardianes de nuestra casa mayor.
Me asomo al centro histórico; llego a la calle de Madero, frente a Catedral, una catedral herida por viejas fisuras que no tardarán en abrirse más, por efecto de las vibraciones que produce una maquina devastadora. Mis amigos han levantado una carpa para impedir el avance de la depredación. Los acompaño un buen rato. Miro hacia el poniente, entre Melchor Ocampo y Ezequiel Montes. La calle luce limpia, impecable, si acaso pide un retoque de las juntas de los adoquines macizos. Hacia atrás la destrucción. Me pregunto qué pretende el pequeño burócrata que encabeza el ayuntamiento. Supongo que prolongar la fisonomía del tramo que va de Guerrero a Melchor Ocampo, con esos horrendos bolardos que nada tienen que ver con la arquitectura novohispana. Prótesis impertinente de una ciudad admirada por su pulcritud y belleza. Obra innecesaria, caprichosa, surgida de una necedad escandalosa de quien no ha consultado a la ciudadanía, de quien parece gozar dando rienda suelta a su ignorancia, o acaso a un odio costosísimo. Pues que un despilfarro millonario se trata.
Debo admitir que la descomposición no comienza con el disparate de este burócrata que mal gobierna. Sus antecesores también hicieron de las suyas con esos macetones no más afortunados. Frente a Santa Clara presagio otros horrores. ¿Se impondrá toda esta intensión perversa? Hay que resistir. Es un derecho ciudadano frente a esta tiranía. El munícipe ataca con furia. Hace ocho días se desplegó un operativo policiaco que amagó a los inconformes, como si fueran criminales.
Pregunto quién dio la venia para esta locura. ¿El delegado del INAH, quintaesencia de la pusilanimidad queretana, de ese “navegar de a muertito”, como suele decirse? ¿Nadie le ha dicho al señor Naredo que toda esta estupidez, la de los bolardos, pone en riesgo la perdida de la declaratoria de ciudad patrimonio de la humanidad? ¿Nadie le ha sugerido que esta falta de respeto a la ciudad lo denigra como servidor público encargado de vigilar el buen destino del paisaje del centro histórico? Me pregunto también que ha hecho un Jaime Font, responsable de sitios y movimientos, ya no como funcionario de la Secretaria de Obras Públicas, sino como un ciudadano responsable y sensible. Parece que nada, pues se me antoja pensar que anhela permanecer ahí por los siglos de los siglos hasta que tenga que atender el llamado de la madre tierra.
Es difícil imaginar que el munícipe ceda y se siente a dialogar con los inconformes, que por primera vez recapacite y asigne esos recursos que dilapida a verdaderas necesidades de la gente. Eso creía yo que era la democracia, amén de la participación, el ocuparse convenientemente las necesidades populares, que son tantas a despecho de que esta reencarnación de Atila, azote de los queretanos, las ignora.
Solo falta que por ahí aparezca un socavón, símbolo de lo mal hecho, de la corrupción, como lo ocurrido en el paso express de Cuernavaca, toda una señal también de la falta de transparencia, del colapso moral del gobierno de la República.
Qué pena me da esta ciudad que amo. Qué pena por mi universidad que ha expedido un título profesional a este personaje, impresentable como dicen los españoles: arribista que a nadie presta oídos, como si sus votantes le hubieran concedido una licencia para imponer la barbarie en la “noble y leal ciudad de Querétaro”, cuyas glorias no son ya sino una oda que se extravió en la palabra sonriente de Sigüenza y Góngora
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Hace meses, en una ceremonia luctuosa que celebró a algunos hombres ilustres de estas tierras, fui testigo de lo que el munícipe le dijo a mi amiga Fabiola Larrondo, palabras más palabras menos: “en Querétaro sucederán cosas que nunca se han visto”. Ahora comprendo el significado de aquel dicho. Se trataba del anuncio funesto de sus atrocidades.
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Por si alguien no sabe quien fue Atila, le pongo al tanto: fue el jefe de los Hunos europeos, rama occidental de los Xiongnu, grupo protomongol de tribus nómadas de China allá por el siglo VI de nuestra era. El señor creó un imperio que se extendía desde las estepas de Asia Central hasta la actual Alemania. Y tenía su sede en la actual Hungría. Fue célebre por su crueldad e instintos bárbaros. Se ganó el apodo de ‘Azote de Dios’. Y dice la leyenda que por donde pisaba no volvía a crecer la hierba.