GOTA A GOTA
La frivolidad
Un personaje público está siempre expuesto a ser investigado: está en la mira de todos. Más aún si aspira a ocupar el más alto cargo de su país. Es un riesgo inevitable. Ricardo Anaya parece no darse cuenta de ello. Pero los escándalos lo acosan. Y vive a la defensiva: aclarando, en constante litigio con sus acusadores: Ricardo Alemán, Álvaro Delgado; culpando al PRI de ‘guerra sucia’. Su nivel de gastos corresponde a los de un hombre rico, muy rico a pesar de ser, hasta ahora, un burócrata de ‘medio pelo’, aunque hable varios idiomas y mueva el piano y la guitarra en ‘palomazos’ un tanto ridículos, con gran sonrisa de satisfacción y orgullo, como si se trata de Arthur Rubinstein o los Romero. ¿O Anaya se creyó que es un virtuoso de Chopin o Vivaldi?
El último escándalo: las sospechosas maniobras desde una fundación. ‘Por más humanismo’ cuyo objetivo era “fortalecer la conciencia democrática de los queretanos y su formación cívico-política”. Una vaguedad que en nada se concretó. Pero sí dio pie a enredados negocios inmobiliarios, invariablemente amparado por los elogios, por la fama de sus talentos, de su brillo juvenil.
Sin embargo, qué o quién garantiza que este ‘jilguero’ de concurso de oratoria, campeón del spot, de las frases hechas; este señor de las ‘buenas noticias’, de los presagios de un cambio histórico: qué fácil se dice porque no sabe lo que es eso. Historia: palabra grande, más grande que un slogan.
Como lo ha señalado Senties Laborde, Anaya es un personalista; no sabe trabajar en equipo. Todo lo quiere resolver solo, a su modo. Patea en el trasero a quien se opone a su santa voluntad. Yo digo que puede llegar a los Pinos, pero es pese a su sonrisa de amable ‘bebé’, tan peligroso como AMLO, tan dictatorial como él. De la esencia de Acción Nacional, de su doctrina social del ‘Bien Común’, solo tropezamos con ruinas. De esa fortaleza moral que soñaba Manuel Gómez Morín no queda nada. La espada de los frívolos la ha devastado.
La última hazaña de Anaya: trepar por una estructura metálica con micrófono en mano. Un alarde circense. Pero también un autorretrato político: Qué duda cabe: es un hábil trepador.