GOTA A GOTA
La Grandeza
Hombres y mujeres, muchas de ellas embarazadas, adolescentes, casi niñas, en su mayoría centroamericanos, se encaraman en “la bestia”, ese tren que recorre de sur a norte nuestro país. Van en pos del sueño americano, una especie de tierra prometida, a menudo fraudulenta. Huyen de la pobreza, de una ´patria que nada les ofrece. Huyen. Así como Reynaldo Arenas huyó de la persecución por sus preferencias íntimas en esa Cuba castrista, demagógica e intolerante. Huyen para abrazar la muerte, muerte en vida, sin el calor del afecto, con la pobre convicción de mejorar sus vidas por un puñado de dólares.
Los migrantes padecen hambre, frío, asaltos, accidentes. Pero también como, un regalo de la providencia, en esa travesía infernal encuentran la piedad mexicana encarnada en ‘las patronas’, admirables mujeres que habitan en una comunidad veracruzana. Son gente del campo, viven con sencillez, al día, como se dice. Desde 1995, estos ángeles lanzan, como aves bienhechoras, al pasar de ese tren de la muerte, alimentos cocinados por ellas: al principio leche y pan, después arroz, frijoles… agua. Sus afanes son ordenados, precisos, bajo el liderazgo de Norma Romero, lúcida, valiente, hermosa, corpulenta como esas mujeres pintadas por Francisco Zúñiga.
En 2014, Arturo González Villaseñor produjo un documental memorable: “llévate mis amores”, narrativa que enaltece el altruismo de las patronas, cuya riqueza no deriva de lo que tienen, sino de lo que guarda su corazón. En esa cotidianidad que da sentido a su existencia, se aloja la grandeza de México. Ahí crece México, porque son grandes sus fines, grandes sus virtudes; ahí, porque esas mujeres prefieren la generosidad, y no el lucro.
Lejos de esa grandeza, están nuestras elites políticas: la ostentación de Raúl Cervantes con su Ferrari, el derroche del líder multimillonario Ricardo Anaya con su vuelo semanal a Atlanta para visitar a su familia, los berrinches de Monreal porque su partido le ha negado la oportunidad de seguir mordiendo el hueso burocrático…. Migajas de insignificancia moral. Y vuelvo a Nietzsche: “los grandes seres humanos son los que más sufren durante su vida, pero también tienen las más grandes compensaciones”. Como las de ‘las patronas’, que, al menos por un momento, generan la felicidad del otro, del desconocido, conscientes o no, del cumplimiento del mandato evangélico: “dad de comer al hambriento, de beber al sediento”.