Andrés Garrido del Toral, sin par cronista del Estado de Querétaro, nos regala con la publicación de un libro singular: “Crónicas Peregrinas”. Es una antología de crónicas, una cuidadosa selección de sus mejores crónicas, obra que apunta en varias direcciones, pues el cronista gusta de saltar de un escenario a otro. Andrés, nos revela en su obra su naturaleza errante y la posesión de un corazón peregrino. Él mismo nos da la pauta, pues presenta el peregrinar desde mil y un perspectivas: Tierra peregrina, vida peregrina, el Papa peregrino, Peregrino de Amor de Guty, un Querétaro peregrino, un Santiago peregrino, delicado y más noble que el Santiago mata moros, tanto peregrinar el peregrino, como la peregrina variedad de sus crónicas.
Andrés se toma de la mano con la entraña yucateca, al dedicar su pluma de cronista, un espacio considerable a su encuentro en el jardín de la Colonia Cimatario, con la peregrina de peregrinas, la peregrina por antonomasia, Alma Reed, inmortalizada como “Peregrina” en letra y música, y que ha salido de Mérida para el mundo. Con delicadeza magistral, Andrés nos cuenta las íntimas revelaciones que alma confía al cronista y al amigo, y nos da cuenta de la correspondencia, de profundo valor histórico, entre ella y Felipe, el Dragón de los Ojos Verdes. Entre los documentos tremendamente valiosos que consigna en su obra, destaca el facsímil de la letra original de la canción que dio a Alma la inmortalidad.
Continúa con la estancia de Alma en Querétaro, sus testimonios de los trabajos para la promulgación de la Constitución General de la República, en 1917, que reivindicaba los derechos de obreros, campesinos e indígenas, que, poco a poco, ha sido traicionada y una a una se han echado para atrás sus garantías. Alma le cuenta de su contacto con Truchuelo, el encuentro con el joven Noradino, que le lleva a Yucatán, subyugada ya por la personalidad y figura de Felipe.
Los pasos del peregrino le llevan al Diario Novedades de México, el cual es corresponsal de The News, de Nueva York, y nos narra en forma amena y magistral un viaje en elevador entre Elena Poniatowska, Alma Reed y Rosario Sansores Pren, poeta autora de la letra del inmortal pasillo “Sombras”. Elenita le cuenta de sus días en el Colegio Windsor, donde cantaban Caminante del Mayab y Peregrina. Con vivida emoción, lo pone al corriente de la feroz defensa que Alma, como periodista, ponía en la defensa del patrimonio arqueológico de México.
Los pasos del peregrino, se dirigen ahora hacia otros rumbos y nos cuenta, para redundancia del peregrinar, de un suceso de un señor Pellegrini, quien, alentado por el despecho, concibe el peregrino plan de llevar dos furtivas serenatas a la causa del dolor de su alma. Después nos cuenta de vinos tintos avinagrados; de una serenata gay; de un Querétaro que sueña; de su visión de la ciudad; de ser un cronista crónico; de Estampas Queretanas; de Conchita, Sicilia y Gorgona; de la Vecindad del Agua Limpia; su entrevista con La Llorona, peregrina de la noche; de los príncipes queretanos del Segundo Imperio, del Decreto de Libertad de la América Mexicana y su relación con Querétaro; para rematar con Una Peregrina Historia de Querétaro.
Andrés, no deja cabo suelto, su crónica llega a todos los rincones a su alcance, lo cual da a su antología de crónicas una variedad y colorido sin igual.
Las Crónicas Peregrinas de Andrés Garrido, son un libro ameno, cuya lectura corre con facilidad en el gusto del lector en cuyas manos tenga la fortuna de caer; se lee con la misma facilidad con que se mira una escena interesante, o un suceso prodigioso.
Su lenguaje es cuidado, pulido y, por encima de todo, de una fluidez ligera y accesible, como podemos apreciar en “Cronista crónico”: “Había en Mérida, Yucatán, un cronista de la ciudad famoso por empinar el codo a diario, y ya no estar muy presentable llegado el ocaso del día. Era objeto de burlas por parte de los parroquianos y de los poetas y troveros con los que se juntaba en la Plaza Principal o en el Jardín de Santa Lucía, pero a él parecía importarle poco. La sociedad meridana lo señalaba con índice flamígero de ser alcohólico crónico, y al mismo tiempo, el cronista anhelaba ser nombrado por el ayuntamiento como cronista vitalicio porque sentía que su puesto corría peligro a causa de su desorden. Total, cierta tarde-noche, a la sombra y cobijo de una banca de confidentes y de un frondoso flamboyán, se acercó a él y a sus contertulios un renombrado poeta del Mayab que ya sabía las pretensiones del cronista y de lo que el pueblo decía de él. Raudo y veloz, el bardo le espetó el siguiente dardo: “El cronista crónico, no será vitalicio, lo que es vitalicio, es el pedo que trae”. Les vendo una Bomba Yucateca y un puerco yucateco, en cochinita pibil”.
Como buen cronista de su estado, deja también consigna de hechos y sucesos de importancia en la vida pública y diaria, como queda consignado en “La Vecindad del Agua Limpia”: “Qué hermosa le quedo al presidente municipal de Querétaro, licenciado Roberto Loyola Vera, la casona “Del Agua Limpia”, ubicada en la vieja calzada de Belén – Hoy Ezequiel Montes –, donde se instaló en el S. XVIII la Real Fábrica de Tabacos que ocupó un predio enorme que abracaba la hoy calle del 57 hasta la calle de Hidalgo, ya que la fábrica real, encargada de explotar el monopolio o estanco tabacalero de toda la Nueva España, llegó a contar con más de tres mil obreros en la etapa histórica en que Querétaro era la “Tercera Ciudad del Reino” por su pujante economía. La restaurada casona albergaba las viviendas de los patrones o administradores y las casitas circundantes de los obreros, es un claro antecedente de nuestras actuales garantías sociales. Por muchos años funcionó allí la vecindad que le da nombre a la actual edificación. ¡Felicidades Roberto!”.
La amena pluma de Andrés Garrido del Toral, aquí y ahora, nos da la noticia de que, tenemos un cronista cuyos pasos se mueven en mil y una direcciones, que pinta, narra, describe y comenta con singular gracia y maestría, que ama su eterno peregrinar aquí y allá para dejar constancia de los pasos de un peregrino egregio.
POR: ARIEL AVILÉS MARÍN