QUERETALIA
Naturalmente que todo el tiempo que transcurrió desde que empezó a mercadear con estos chichimecas hasta esta época (después de la conquista de Tenochtitlan), Conín andaba como ellos, cubierto su cuerpo con pieles más o menos adobadas, carcax a la espalda y sandalias, o quizá descalzo. Establecido en La Cañada, reunió a los chichimecas del contorno, les señaló sus tierras, fomentándoles sus siembras de maíz y chile que él les enseñó a cultivar. Así las cosas, se dedicó de una manera eficaz a la catéquesis general de su pueblo, ayudado muy eficazmente de Juan Sánchez de Alaníz que pasaba largas temporadas con él.”
Sabedores los nuevos avecindados chichimecas que Don Fernando de Tapia era aliado de los españoles, lo cual corroboraban las periódicas visitas de Hernando Pérez de Bocanegra y las largas estancias de Juan Sánchez de Alaníz, fraguaron asesinarle los chichimecas de La Cañada; mas ello no tuvo efecto, porque era mayor el número de sus adeptos que el de sus enemigos.
Después de la conquista de Querétaro el martes 25 de julio de 1531 y de arreglar convenientemente lo relativo al culto, gobierno y policía, continuó el ejército conquistador su gira -por los Apaseos, Xichú, San Miguel el Grande hasta Acámbaro, cuyos detalles, ya belicosos, ya diplomáticos, según antiguos cronistas, tenidos en dichas conquistas, dieron mucha fama y méritos a Don Fernando y compañeros. De Acámbaro regresó Don Fernando para este pueblo, dejando a su compañero en lides, Don Nicolás de San Luis Montañez, con el mando y dirección del ejército, para que continuase en las conquistas, no sin haber dejado arreglados todos los pueblos conquistados. Claro se ve que a pesar de haber conquistado otros pueblos no menos fértiles y ricos que Querétaro, éste -sin embargo- optó por venir a vivir en él, máxime que aquí habla quedado su familia.
A su regreso, Fernando de Tapia dio cuenta a la Real Audiencia de los triunfos obtenidos sobre los chichimecas, no menos que de todas las comarcas, de todas sus conquistas, y de todo cuanto juzgó conveniente; y como era de esperarse, tanto el Rey, como el Virrey y la Real Audiencia, premiaron con creces sus servicios, nombrándole Gobernador ad perpetuum de este pueblo y concediéndole dominios en las tierras que él escogiere y vasallos para su servicio, como pacificador, conquistador y dominador de estos pueblos.
Al regresar de sus conquistas fue su primer afán, señalar a sus aliados, tanto españoles como indios, sus terrenos y ejidos; a cuyo fin, para engrandecer más el vecindario y por cumplir con el mandato de la Real Audiencia, mandó la Autoridad respectiva con su Escribano Real, para que por voz de pregón convocáse a todos los pueblos, dispersos aún, a venir a reunirse a este pueblo, en donde se les darían garantías, terrenos y solares para que hiciesen sus casas. A todos los indios los avecindó hacia el barrio hoy de San Francisquito, poblando de casas el contorno del cerro “Sangremal” por sus lados sur, oriente y norte, hasta las calles hoy de Don Calixto, Huarachita, Media Luna, Moyas, etc., siendo necesario desecar la laguna que existía en donde hoy existe la hacienda de Carretas, La Quinta y solares de San Isidro, para poblar allí, como en efecto pobló.
A los españoles que quisieron quedarse aquí con él, les señaló sus solares de la falda del “Sangremal” hácia el poniente, quedando por lo mismo entre el barrio de los naturales y el de los españoles, un buen espacio de cerro montuoso. El lugar donde asentó el pueblo estaba hecho un arcabuco; es decir, eriazo y montuoso. Trajo muchos indios de San Miguel y de estos contornos para poblar. Para casi todos los autores, la presencia de españoles en el naciente pueblo de Santiago de Querétaro fue mínima, cosa que cambió hasta contarse cuarenta familias hispanas a finales del siglo XVI a partir del descubrimiento de las minas de Zacatecas en 1550.
Con entusiasmo puso manos a la obra del templo hoy de San Francisco, administrándose entre tanto los sacramentos y haciéndose el culto público, en una pequeña capilla que en pocos días levantó Don Fernando, dentro del perímetro del convento, a la cual se le tituló “Capilla de San José de los naturales”. Ayudó a los religiosos no sólo con su catéquesis personal en idioma indígena en el atrio y camposanto, sino con su buen ejemplo y con su caudal, como se ve hasta hoy por el majestuoso templo de San Francisco y la extinta capilla de San José, llamada de los naturales, que contigua a San Francisco, existió muchos años como primera parroquia. Seguramente que él no vio terminar el templo tal como hoy está; pero según su disposición testamentaria, como adelante veremos, debió dejarlo a su muerte muy adelantado. Pues sí señor Frías, el actual templo y convento franciscano queretano se terminó en 1736, sobre todo la torre.
También dedicó su atención a la explotación de los manantiales de La Cañada, la canalización del río, de las acequias necesarias para los regadíos no sólo de los terrenos de La Cañada hasta aquí, sino aun los del valle que sigue al poniente de la hoy ciudad, tierras todas de su pertenencia. Hizo las primeras Casas Consistoriales, o sea la casa donde residían las Autoridades, o lo que hoy llamamos Palacio Municipal.
Según las declaraciones hechas por los testigos presentados para su compulsoria de méritos, debe haberse casado como de edad de cuarenta años, en Jilotepec, con una india principal de aquel pueblo, llamada Magdalena Ramírez, sobrina de Don Nicolás de San Luis Montañez. Al asentarse en este pueblo, trajo ya consigo a sus hijas Doña Catalina y Doña Magdalena, muy pequeñas; y aquí nacieron después, Don Diego, Doña María y Doña Beatriz. Él y su familia comían y vestían al estilo europeo. Su vajilla era de plata y sus vasallos (negros) servíanle su mesa, en la cual no escaseaban los buenos vinos. A pesar de tener su despensa surtida de vinos, nadie le vio jamás excederse en el beber.
A él se debe en estas tierras el cultivo del chile y del trigo, pues no sólo enseñó personalmente esos cultivos a los agricultores y aparceros, sino que les proporcionaba semillas y todo lo necesario al objeto.
Después de poco más de treinta años de permanecer en este pueblo, procurando su progreso y bienestar en todos sus ramos; y habiendo procurado en todo ese tiempo, (cosa bien difícil por cierto) la concordia entre los indios y españoles, pasó a mejor vida en el mes de febrero de 1571, al parecer el día 7 u 8 habiendo muerto cristianamente como había vivido. Se le hizo un entierro cual convenía a quien todo se le debía y por quien Querétaro se formó y progresó. Desfilaron ante el cadáver del primer bienhechor de Querétaro las autoridades españolas e indígenas, los religiosos en comunidad bajo Cruz alta y ciriales, las cofradías y hermandades, la Tercera Orden de San Francisco, y en una palabra, todo el pueblo. Fue siempre amigo de pagar bien a sus sirvientes y peones.
Por su buen ejemplo, su hijo Don Diego de Tapia hizo donación inter vivos de la mayor parte de sus bienes, para la fundación del grandioso templo y convento de Santa Clara de Jesús de esta ciudad, siendo su hija Doña Luisa la fundadora, refundiendo ésta en dicha donación no sólo su herencia, sino las de sus padres, abuelos y tías que la dejaron por única heredera.