QUERETALIA
Nacido en Querétaro, en Nicolás Campa 34, del barrio de Santa Rosa, en 1939. Su primaria truncada la hizo en la escuela “Constitución”, en la calle de Hidalgo, pero tuvo que dejarla por cuestiones económicas para ponerse a trabajar. Fue compañero de Mario Rodríguez Estrada y de los hijos del médico Felipe Núñez Lara, lo que demuestra que era tanta la calidad de la enseñanza pública de la época que hasta los hijos de los más acomodados estudiaban en escuelas gubernamentales. Ya labregón, Javier tenía como compañerito de juegos al niño Fernando Ortiz Arana, seis años menor que él.
Considera que el buen peluquero es aquel que tiene una buena mano para peluquear, toallas calientes, jabón neutro para rasurar, una buena y afilada navaja para no cortar y, sobre todo, higiene. Es heredero número uno indiscutible de los grandes y viejos peluqueros que hacían de su profesión un arte, y sus establecimientos puntos de reunión social, donde “irse a hacer la barba o el pelo” era una tertulia. Los cortes tradicionales, para hombres hombres, eran a la brush, Boston y casquete corto.
Quiso ser mecánico como su señor padre, le pidió chamba a don José María Hernández, dueño de la Ford —que en ese entonces se ubicaba en Corregidora frente al jardín del mismo nombre— quien no lo admitió, pero después fue su cliente como peluquero. Javier inició en el jardín Corregidora con el señor Filemón Corona, dueño de la peluquería “La Olimpia”, como chicharito y luego pidió la oportunidad de ser aprendiz de fígaro, porque le daba vergüenza ser bolero, además de que quería ganar más. Después de cien trasquilados aprendió a ser lo que ahora es, un gran fígaro.
Dice don Javier que antes las trasquiladas tenían remedio fácil, porque se usaba el cabello muy corto y, a menos que fuera muy profunda, la trasquilada ni se notaba. Hoy con cortes de cabello abundante —como el del master Javier Rascado— sí es fácil detectar la trasquilada.
Hubo una peluquería “La Elegancia”, de don Guadalupe Ledesma, en Hidalgo y Juárez, donde Javier se estrena después de un examen, pero “La Elegancia” de Ramón Vega la fundan don Javier y éste en 1958, porque don Guadalupe se la vendió al muy chiva rayada de don Ramón, pero antes se la llevó a la calle 16 de Septiembre, al lado de las antiguas instalaciones de Telégrafos Nacionales, en un edificio de Agapito Pozo Balbás, donde hoy está una zapatería que tiene que ver con tres hermanos.
El peor accidente laboral lo tuvo cuando un cliente le pidió un corte a dos rayas le hizo un Boston rasurado, dejándolo como hongo, por ser soberbio y no preguntarle al señor Ledesma cómo hacerlo. Se fue a buscar alcohol —ficticiamente— y ya no regresó hasta que se fue el pobre serrano trasquilado.
Don Javier Aguilar sigue agradeciendo la apertura de la calle 16 de Septiembre, en 1949, cuando frente al cine Alameda había un estacionamiento y antes un terreno para juegos mecánicos, un golfito y vendimia de Navidad. Jura que esa calle le dio vida a Querétaro.
Siempre hay clientes latosos, histéricos, desesperados, pero a don Javier no lo agobian porque les encuentra el modo. Los hace sus amigos, como a Antonio Camacho y Pepe Villalón, y gente que hace más de 50 años lo siguen fielmente. También peluqueó a Manuel González Cosío, a Juventino Castro y a Nacho Loyola, a éste desde niño, cuando vivía en Hidalgo.
El odioso fanatismo de su compadre y patrón Ramón Vega por las Chivas, chupando de gusto o de tristeza porque perdieran o ganaran las tapatías Chivas, lo hizo convertirse en americanista.