QUERETALIA
EL QUERÉTARO DE LA REPÚBLICA
Ese 16 de mayo de 1867, el estado mayor republicano ubicado en Querétaro entró en una fase de labor intensa, complicada y urgente para resolver una multitud de problemas de primerísima prioridad: el pueblo queretano esperaba que con la terminación del sitio también acabaría el suplicio causado por el hambre, la sed, las enfermedades y la zozobra que habían destrozado los nervios de todos. Volverían las garantías ciudadanas, el orden y el respeto a la propiedad privada, se reanudarían las actividades económicas, habría nuevamente trabajo y se disfrutaría del estado de derecho.
Escobedo dictó medidas de seguridad que evitaran atropellos y abusos en contra de los civiles y prisioneros de guerra. Se estableció una red de vigilancia con el objeto de no dejar escapar a los generales, jefes y oficiales monarquistas y a personalidades políticas afines a ellos que no estaban prisioneros. Se dieron a conocer las penas en que incurrían los que ocultaban a tales individuos o les impartieran ayuda para eludir el cumplimiento de la temible ley del 25 de enero de 1862. Un grupo de liberales queretanos logró que Escobedo dejara en libertad al antiguo prefecto imperial departamental, el médico Manuel Domínguez, sin el cual, más de un liberal local habría sido linchado por los sitiados. Los saldos de una guerra son siempre los mismos: hambre, destrucción, encarcelamientos, venganzas disfrazadas de justicia, ejecuciones, abusos, robos, odios y recriminaciones. Querétaro, al ser protagonista en la muerte del Imperio, registró con todo su dramatismo la destrucción que provocaron la intolerancia y la incapacidad de los grupos para pactar acuerdos. Si bien con la muerte de las tres ilustres M también se liquidó —aparentemente— al partido conservador, tengo que decir que en una democracia real el vencedor no gana todo ni el vencido pierde todo. Según los protagonistas del Sitio, Querétaro fue uno de los lugares de la República cuyo saldo negativo fue mayor. Dice la doctora Blanca Gutiérrez Grageda que “el rostro de la ciudad era por demás desesperante: barrios en ruinas, edificios perforados por la artillería republicana, plazas y jardines tapizados de escombros y sus árboles talados, cuarteles destruidos, el acueducto averiado, y sus calles y caminos devastados —llenos ahora de fosos y trincheras—. Todo era desolación, miseria y angustia. Las enfermedades, el hambre y el luto eran fieles acompañantes de los otrora belicosos defensores del Imperio… Como resulta- do de la guerra, la “riqueza pública” desapareció y la bancarrota asomó por todas partes su imagen. Una pobreza general se palpaba en los mercados, en el erario y en la familia. La mendicidad día a día se incrementaba. Los más vulnerables carecían de un techo para pernoctar. Como un síntoma de “duelo público” por la caída del Imperio, la “aristocracia de piel roja” —según denuncia de los liberales— expresó su descontento ocultando los pocos capitales que sobrevivieron a la rapiña y los retiraron de la circulación. En medio de las ruinas, las autoridades tuvieron que partir prácticamente de cero en las tareas de reconstruir la ciudad, reorganizar la administración pública y retornar al orden constitucional”. La mayoría de los pobladores se refugiaron en sus casas temerosos de ser aprehendidos o llevados a la leva, además de que se propagó la noticia, por el ejército triunfante, de allanar casa por casa buscando “traidores”, lo que dio lugar a la comisión de abusos en contra de los ya muy sufridos civiles. Gente que no pertenecía ni perteneció al partido conservador fue a parar de bruces a las diferentes prisiones que se habilitaron a la entrada del ejército sitiador.
Simpatizantes de Maximiliano en Querétaro
Se normalizó el servicio de agua reparando el acueducto; se permitió la libre concurrencia de comerciantes otorgando las máximas facilidades a la introducción de víveres y medicinas. Se procedió a organizar la hospitalización y evacuación de heridos y enfermos; se repartieron medicamentos y se gestionó el envío de nuevas remesas cada vez que éstos eran insuficientes. Se designaron fajinas para levantar los numerosos cadáveres esparcidos en todo el campo de batalla y dentro de la ciudad, dándoles sepultura o incinerándolos.
Se clasificaron, distribuyeron y alojaron a miles de prisioneros, la mayoría de los cuales deberían ser trasladados a Morelia, San Luis Potosí, Zacatecas y Aguascalientes. Se controlaron los armamentos quitados al enemigo, los escasos remanentes de pólvora, municiones y diversos materiales de guerra y se reorganizaron las diversas unidades del ejército vencedor. Un gran número de soldados mexicanos, que servían de manera forzada en las filas imperialistas, solicitaron incorporarse o reincorporarse bajo la bandera de la República y muchos más fueron licencia- dos, concediéndoles volver al lugar de origen a desarrollar sus labores cotidianas de antes de la guerra. Solamente los soldados extranjeros permanecieron en prisión donde se les dio un trato humano… hasta donde las circunstancias lo permitieron.
El coronel Rivadeneira, médico en jefe del servicio sanitario de los vencedores, prestó atención profesional a Maximiliano y a Miramón en sus convalecencias. Como a Escobedo y a Juárez les urgía finiquitar la guerra cuanto antes, se dispuso que el grueso de las unidades victoriosas en Querétaro, abandonaran esta ciudad con el general Francisco Vélez a la cabeza y se enfilaran por caminos aprovechables, de manera escalo- nada, rumbo a la capital del país para pelear bajo el mando de Porfirio Díaz. No se les dio a estos valerosos chinacos el mínimo reposo, ya que a Juárez le apremiaba instalar los poderes federales en su sede natural, la que habían dejado desde 1863. Aquí en Querétaro solamente quedaron una división de infantería, una de caballería y tres baterías de artillería.
Se tomaron medidas para que los centros citadinos de trabajo, educación y templos volvieran a la normalidad. También continuó la desesperada cacería de los generales y altos jefes del ejército imperial que desde el día 15 y para siempre han dejado de serlo, y especialmente se persiguió a Ramón Méndez a quien no se ha encontrado pese a que se han cateado bastantes hogares. En las primeras horas del día 16 de mayo Escobedo había ordenado fijar en los sitios públicos más frecuentados un decreto, en el cual se previene a los jefes y oficiales imperialistas que de no presentarse en un plazo de 24 horas al cuartel general establecido en la fábrica de La Purísima van a ser pasados por las armas inmediatamente que se les encuentre. Este decreto da inmediatos resultados puesto que se presentaron los generales Francisco Casanova, Manuel Escobar, Pantaleón Moret y Pedro Valdez, además del que fuera el único ministro imperial en el Sitio, Manuel García Aguirre, quienes fueron encerrados en el mismo cuarto donde se encontraba Severo del Castillo.
En la Alameda se habían enterrado cadáveres a poca profundidad, por lo que los malos olores la infestaban y se sentía la podredumbre más que en otros sitios, lo cual atrajo a un gran número de zopilotes que posaban en grupos sobre los troncos despojados de follaje para la alimentación de la caballada y mulada.
A los soldados republicanos encargados de repartir alimentos entre la sufrida población les costó trabajo dar preferencia a “los menesterosos”, pues después del Sitio todos los queretanos lo eran. Inmediatamente se restauró la autoridad local, haciéndose cargo de la comandancia militar el coronel Julio María Cervantes, quien instaló su cuartel en la casa de los señores Veraza, sita en la calle de El Biombo, toda vez que los edificios públicos estaban convertidos en cárceles y en cuarteles. Preocupaba al gobierno local la falta de recursos para atender las miles de necesidades de los queretanos, pero lo más urgente era librar a los queretanos de la peste por los muchos cadáveres regados en torno a la ciudad.
Mujeres humildes de los mercados cercanos le enviaron a Maximiliano durante estos primeros días de prisión frutas y legumbres. Bach se quejaba de que él y los criados de Maximiliano comían solamente las sobras de éste.
Durante la noche se escuchaban todavía algunos tiros de fusil, que eran más efecto del entusiasmo de las tropas triunfantes que intención de causar daño. Siguen presentándose solicitudes de antiguos soldados imperialistas para integrarse a las fuerzas republicanas que van de salida a combatir en México a Márquez; su argumento era que fueron reclutados por la fuerza para servir al Imperio.
Después de la toma de la ciudad Reina del Bajío, se conservó más compacta que antes de la entrada del Ejército republicano la línea de circunvalación, y sólo algunos batallones ocuparon los edificios públicos de Querétaro. Con esto, se quería evitar que se fugasen los imperialistas que no se habían capturado o presentado. Al ser ocupada la plaza por el ejército vencedor, se ordenó que todas las tiendas y zaguanes fueran abiertos, aun cuando las tiendas, como era natural, no tuvieran sino basura y botellas vacías; agradeciendo los habitantes de la ciudad que, debido a las disposiciones y energía de Mariano Escobedo, los jefes y tropa republicanos se manejaran correctamente con el vecindario en los días subsecuentes.