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Alfredo García Vargas, un muchacho de antes

QUERETALIA

por Andrés Garrido del Toral
22 julio, 2020
en Editoriales
ANDRÉS GARRIDO DEL TORAL / EL QUERÉTARO CHACOTERO

 

 Todo para él se ha terminado. Todo para él se torna olvido. Trágica enseñanza le dejaron esas horas negras que ha vivido. Cuántos, cuántos años han pasado, grises su cabellos y su vida, solo, siempre solo y olvidado con su espíritu amarrado a su lejana juventud

 

Tirao por la vida de errante bohe­mio, está don Alfredo anclao den­tro de sí. Curtido de ópticos ma­les, bandeado de apremios, le evo­co desde este raro modo que tengo de escribir.

Nació el 28 de julio de 1934 en la ciudad de México, de pa­dres jaliscienses –por eso le va a “El Atlas”- y llegado a Querétaro en 1938, de tan sólo cuatro años. Estudió la primaria en la escuela “Josefa Vergara”, en la mera esqui­na de su casa de entonces y actual, aunque ya no pertenezca a la fa­milia sino a una vecina de feo ca­rácter. La secundaria la cursó en el Instituto Queretano y la prepa en la U.A.Q. Llegó hasta tercer año de Derecho y “por estupidez” la dejó, como él mismo lo dice. Desde ni­ño se aficionó a la música y a la ra­dio, ya lo traía en los genes. Sola­mente ejecutó música con armóni­ca. Pero Alfredo sabe tangos como ninguno, y en cada verso pone su corazón, arrullo del suburbio su voz perfuma, Alfredo tiene pena de bandoneón.

Tal vez allá en su infancia, su voz de viola, tomó ese tono oscuro de callejón. O acaso aquel roman­ce que sólo nombra cuando se po­ne triste con el alcohol. Alfredo di­ce el tango con voz de sombra, Al­fredo tiene vena de bandoneón. Tus tangos son criaturas aban­donadas que cruzan sobre el ba­rro del callejón, cuando todas las puertas están cerradas y ladran los fantasmas de la canción. Alfredo dice el tango con voz quebrada Al­fredo tiene sangre de bandoneón.

La oportunidad en la radio co­mercial le llega en 1952 a invita­ción de Manuelito Lozada Perrus­quía, para un programa infantil, en la XENA ubicada entonces en avenida Madero 25, a un lado de la librería de “El Sagrado Corazón”, en pleno centro. Poco después se lo jaló como locutor Jesús Rome­ro Santoyo. Ahí inicia con su pro­grama “La fiesta del tango y la can­ción”, que data de 1954, el espacio decano de la radio local. En 1957 obtiene la concesión para insta­lar y explotar la XEQG, más tarde llamada Canal 98, en Corregido­ra Sur casi esquina con Zaragoza. En 1968 se retira cuando mueren sus inolvidables amigos Toño Ro­bles Ortiz y Rafael Briseño López, no pudo soportar la nostalgia de la ausencia de éstos. Ya son pocos los amigos que le quedan, vamos mu­chachos esta noche a recordar una por una las hazañas de otros tiem­pos y el recuerdo de su casa que lla­mamos soledad.

Cabe señalar que le ganó un asunto legal por la XEQG al due­ño de todas las estaciones de Querétaro: el poderoso y respeta­do general Ramón Rodríguez Fa­miliar.

Su Santa Rosa de Viterbo, don­de vive en Arteaga 83, es un ba­rrio plateado por la luna, rumores de milonga que de Alfredo es to­da su fortuna. Hay un Aurelio que rezonga, en la cortada mistonga. Mientras que una pebeta, linda co­mo una flor, lo esperaba coqueta bajo la quieta luz del farol. Cuna de pajareros y cantores, de broncas y entreveros de todos sus amores. En sus muros con su acero, él gra­bó nombres que quiero…

Un pedazo de barrio, allá en Ar­teaga, durmiéndose al costado del terraplén. Un farol balanceando­se en la acera y el misterio de adiós que siembra el tren. Un ladrido de perros a la luna, el amor escondi­do en un portón, y los sapos redo­blando en la penumbra y a lo lejos la voz de Yeyo y su acordeón. Y la luna chapaleando sobre el fango y a lo lejos Alfredo y bandoneón.

Le gustaba me­terse a departir la bohemia y la bota­na a “El Casino” y a “El Reforma”, aun­que no le decía que no a “La Ópera”. Ya tiene casi 40 años sin tomar una copa. Alfredo amigo mío, contame tu conde­na, decime tu fra­caso ¿no ves la pena que te ha herido? Y háblame sim­plemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvi­do. Ya sé que te ha­ce daño, ya sé que te lastimo, llorando mi sermón de vino, pe­ro es el viejo amor que tiembla bando­neón.

Y busca en un li­cor que aturda, la curda que al final termine la fun­ción corriéndole el telón al co­razón. Cerrame el ventanal que arrastra el sol su lento caracol de sueño…¿no ves que vengo de un país que está de olvido siempre gris tras el alcohol?

Estuvo con su gran progra­ma en XENA, XEQG, Radio Querétaro y tras de una ausen­cia por diferencias con el rector Iturralde está de nuevo en Ra­dio U.A.Q. los lunes de 11 pm en adelante, hasta las cero horas con treinta minutos, gracias a la sensi­bilidad del rector Gilberto Herre­ra Ruiz y del secretario académi­co César García Ramírez. Cuán­tas farras con sus amigos en plena cabina de la radio, botellas, bota­nas, cigarros y ¡hasta admiradoras podían entrar al chacoteo en ple­na transmisión al aire! ¡Qué envi­dia! Ahora no me dejan ni fumar.

Dice que tuvo un gran amor, “como lo hemos tenido todos, pe­ro voló, no se pudo”. Dice que no la recuerda para nada a la hora de sus canciones y tangos, pero para mí que miente, se hace guaje solo, pe­ro yo le respeto su derecho a guar­dar silencio. En su mirada triste y en los chismes que me cuentan sus amigos de la época se advier­te que siguió y seguirá amándola hasta el final de sus días. Escucha el ruego del ruiseñor, hoy que está casi ciego habla mejor. Buscó for­tuna y halló un crisol, plata de lu­na y oro de sol. Calor de nido vie­ne a buscar, está rendido de tanto amar…

Soledad, llovizna y frío, su aliento em­paña el vidrio gris del viejo bar, no le pre­gunten si hace mucho que lo espero, un café que ya está frío y aba­rrota varios ceniceros. Aunque sabe que ella nunca llega, siempre que llueve va corrien­do hasta el café y só­lo cuenta con la com­pañía de un bardo que al compás de su ins­trumento lo destroza con placer. Café sole­dad, billar y reunión, dominó con trampas ¡qué linda función! Yo solamente necesi­to agradecerle la en­señanza que sus no­ches que me alejan de la muerte. Eterna­mente le agradezco las poesías que la escuela de sus noches le enseñaron a mis días. Soledad de soltería, son ochenta abriles ya cansado de soñar, por eso vuelve hasta la esquina del ca­sino a buscar la barra eterna de La Llata y Tonalá. He llegado hasta su casa, yo no sé cómo he podido, si me han dicho que no está, que ya nunca volverá, si me han dicho que se ha ido. Cuánta nieve hay en su alma, qué silencio hay en su puer­ta. Y al llegar hasta el umbral un candado de dolor me detuvo el co­razón. Ya me alejo de su casa, sin querer le digo adiós y hasta el eco de su voz de la nada me responde. En la cruz de su candado, por su pena yo he rezado y ha rodado en su portón una lágrima hecha flor de mi pobre corazón.

Todo para él se ha terminado. Todo para él se torna olvido. Trá­gica enseñanza le dejaron esas ho­ras negras que ha vivido. Cuántos, cuántos años han pasado, grises su cabellos y su vida, solo, siempre so­lo y olvidado con su espíritu ama­rrado a su lejana juventud.

Lloró mi Alfredo su antigua pa­sión, parece que ruega consuelo y perdón. La sombra cruzó por el arrabal de aquel que a la muerte jugó su puñal.

NUESTRO director general Sergio Arturo Venegas Alarcón en la UAQ con Alfredo García Vargas (+), decano de los locutores queretanos, en la presentación del libro de la Radiodifusión en Querétaro de Raúl Ríos Olvera y Juan Trejo Guerrero, hace apenas tres años. Foto: Plaza de Armas

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Etiquetas: Alfredobohe­mioQueretalia
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