EL JICOTE
Erasmo de Rotterdam escribió: “El vulgo nada imita más que lo que su Príncipe hace. A la emulación del Príncipe todo el mundo se siente estimulado. El Príncipe debe cuidarse de no ser malo para, con su ejemplo, no volver malos a muchos”. En una ocasión se amotinaron los soldados de Alejandro Magno, le reclamaban que ellos arriesgaban la vida, en las primeras filas de la batalla y no recibían a cambio la parte que creían que les correspondía del botín. Alejandro, con su espada, atravesó el pecho del líder de los amotinados. Se subió a una mesa y gritó: “Enséñenme sus cicatrices y yo le enseño las mías”. Acto seguido se puso al descubierto el torso en el que se veían las huellas de las batallas. Los soldados lo aclamaron.
El ejemplo supera a la palabra en dos aspectos: primero, en la teatralidad. La aparición gráfica, de bulto diríamos, como el caso citado de Alejandro, en el que casi se puede palpar la prueba del adoctrinamiento. Su pedagogía suscita la identificación inmediata por parte de los testigos; se salta el difícil paso de la argumentación; segundo aspecto, en la autoconciencia. El ejemplo rompe la línea divisoria entre el deber ser y el ser, los une en la realidad. Un líder realiza todas las conductas del grupo, pero la realiza mejor.
Esto es tan contundente e impactante, que todo testigo es impulsado a examinarse a sí mismo en esa circunstancia. Percibe tan intensamente la admiración y respeto que le provoca la conducta ejemplar, que imagina que él también sería admirado y respetado si repite la acción del líder. Sin necesidad de moralismos o didactismos goza los efectos benéficos de la conducta ideal. En ese momento el sacrificio no sólo se hace aceptable sino deseable. Todo esto se resume en la conocida frase: “La palabra llama, el ejemplo arrastra”.
Cuando un líder realiza acciones diferentes a las que ha proclamado, a las que ha impulsado, a las que ha exigido, pone en riesgo su capital político. La gente se desorienta, el líder está adoptando una conducta totalmente estrambótica. ¿Dónde quedó todo el esfuerzo realizado? ¿Todo fue un engaño? ¿Se volvió loco el líder?
Decía Stephen Hawking, el gran científico del cosmos: “La vida sería trágica si no fuera tan cómica”. Todo la política del Presidente López Obrador ante el Corona Virus ha sido realmente muy chistosa, para atacarse de risa, si no fuera porque sus consecuencias han sido trágicas. De burlarse de la gravedad de la pandemia, de recurrir a sus oraciones y amuletos, de convocar a abrazarnos e ir con la familia a las fondas, hasta que prácticamente a empujones reconoció la dimensión del problema. De un día para otro afirmó que las decisiones del gobierno se tomarían sobre las evidencias científicas, identificadas por los especialistas. Pues nada, en el momento máximo de las muertes y contagios, cuando los expertos aconsejan que es el peor momento, López Obrador traicionó su palabra y le importó muy poco todo, simplemente declaró: “Ya tomé la decisión de salir”. Hasta Superman le tiene miedo a la kryptonita, el Presidente, como Gabino Barrera, no entiende de razones, fue a los lugares con semáforo rojo, salió sin cubre bocas y repartiendo abrazos y apapachos. ¡Qué tristeza! Un Presidente que es mal ejemplo para su pueblo.