LA APUESTA DE ECALA
Una vez que ha caído el gran imperio Tenochca, siendo la crudeza de la derrota lo que más llenaba de angustia y futuro, a quienes ocupaban los territorios sometidos, los españoles fueron claros con sus aliados tlaxcaltecas: ¡soberanía de los territorios de España en estos lares!
¡No más sistema del imperio mexica! no más tributo, ahora se conquistarían las tierras aunque en ello se viera la vida de por medio.
¡A los hermanos tlaxcaltecas no les pareció agradable las nuevas disposiciones!
Los mayores dolores de cabeza de los conquistadores no eran tan solo idear una estrategia que les permitiera construir una copia exacta de los planos de las ciudades europeas… ¡los terrenos aquí son vastos y de gran extensión!
Sino el de verdaderamente encontrar un equilibrio entre la convivencia, el dominio, el dejar que las órdenes evangelizadoras pusieran los pies en estos territorios, lograr que no se interculturizaran las castas —que los españoles no tuvieran hijos con las nativas— y de lo importante lo primero:
¡Realizar un censo de todo lo adquirido! aunque no se supiera a bien que suelo se pisaba…
¡Son los primeros días posteriores a la caída de la gran ciudad de Tenochtitlán!
Aún hay nobles nativos que desean intercambiar su poderío del territorio por obtener beneficios de los nuevos sistemas de los europeos, pronto los antiguos calmécac se instruían en el aprendizaje de la nueva lengua, de bueno a los nobles de Moctezuma y del propio Cuauhtémoc ya habían apalabrado la rendición por beneficios, tanto y cuanto se les indicara a los españoles los lugares de las minas y la obtención de los metales preciosos que denominaron el oro y plata.
Por las noches los españoles debían ser cautos, grupos de guerreros jaguares habían puesto precio a las cabezas de los hombres de “cabello en el rostro” a fin de lograr tratar de solventar una insurrección, debido a que su cultura se pretendía, quería ser borrada de tajo.
¡Varios soldados de Cortés perdieron la vida bajo este nuevo esquema!
La gran ciudad fue revisada de lo más septentrional hasta el lado austral, varios soldados aún no descubrían la totalidad de los dominios, al ir caminando encontraban nuevas callejuelas, nuevos barrios y sin sentido: ¡aún sectores que se revelaban! haciendo de esto un interminable caminar entre asaltos y enfrentamientos poco sencillos de frenar.
¡Muertos y decapitados!, barrios completos bajo la imposibilidad de someterlos, la muestra: ¡europeos sin piel que eran entregados a los pies del capitán!… horrores.
Cuando Cortés aún regresaba de su expedición hacia el sur para lograr delimitar el territorio, y habiendo terminado con la corte mayor de Cuauhtémoc, en sus noches de aprendizaje de esta cultura de cientos de años de existir, le asombraba el poco aprecio que le daban a los metales brillantes como el oro y la plata, así como lo valioso que eran el jade y las semillas de cacao.
—¡Algo naturalista esta perspectiva de vida de estos lares!
Cuestionaba a su amigo fray Bernardino, quien años después de la caída de la gran ciudad entre los dos lagos —uno de agua dulce y otro salado— llegó para dar cuenta a la Iglesia católica de lo sucedido por estas tierras.
—Capitán Cortés existe una dura regla que no se ha cumplido.
Cortés lo miró a de reojo… ¡ya dominado por un gesto despectivo!
—¡Pero que carajos me dice fraile!
—¡No se ha cumplido el adoctrinamiento correcto de los nativos y no se les ha reconocido viveza alguna de estos pobladores!
—¿Como cabrones me dices eso? ¿a quién le apuestas ante semejante barbaridad clérigo?
—No soy clérigo ¡soy fraile… y en referencia, deseo dejar claro que la corona nos dio instrucciones precisas acerca de dominar bajo la conversión!… no bajo la espada.
Cortés además de molesto pateó la silla… ¡votó a bruces a la nativa que le recogía sus botas!
Bernardino de inmediato se acercó a la nativa y le ofreció su mano, mientras le limpiaba sus ropas manchadas de aceite para lustrar…
—¡Ayammo tlahca, oc cualcan…!
La mujer se fue del recinto.
El poder que la corona le había a dado a Cortés no tenía límites, no solo se le perdonó ser un fugitivo —buscado y al ser atrapado había permiso de tomarle en vida— sino que se otorgó toda la capitanía de las tierras encontradas, conquistadas y las que por aún causas del destino no se descubrieran, también se le otorgaran potestades.
¡Poder absoluto! como Capitán General y Justicia Mayor de la ya nombrada Nueva España.
Los capitanes que acompañaban a Cortés en el apaciguamiento de los nativos —que abusaban de todas sus querencias en estos recintos— le llevaban una nueva buena al Capitán.
Un Juez envió su majestad a la Nueva España: Don Luis Ponce De León, para que tomara en cuenta todo lo ocurrido por Cortés — en lo propio tenía fama de no obedecer ninguna regla— así que le indicaron al Juez en donde estaba el capitán.
Cuando conoció a Cortés, Don Luis se quedó asombrado de su baja estatura, de la gran cicatriz cerca de su ojo —del cual perdió una gran parte de la visión— pero de la gallardía y aplomo que como el que más, portaba el capitán.
—¡Vengo de parte de su majestad capitán!
—¿Vaya ahora su majestad se toma la anuencia de enviarme a un jurista?
—Soy un magistrado de formas capitán ¡todo lo que suceda tendré que resolverlo bajo las reglas y anuencias de nuestra corona!
—¡Pareciera hombre de libros magistrado! más que de caballo.
—¡Aprenderé!
Los capitanes que armaban ya una aventura hacia tierras inhóspitas, brutales y salvajes nativos habitan la frontera de la llanura, el imperio hacia el norte colinda con tierras fértiles, comerciante de Tepexi —quienes eran los encargados de mantener al imperio con gallardos uniformes y ejercicios del llamado juego de pelota ¡infernal para algunos!
Pero más allá del norte, sorteando pueblos nómadas chichimecas, existen unas minas que brota el oro por las mismas laderas de las montañas, metal resguardado por los pueblos tecuexes zacatecos, quienes no solo lo extraen, sino que lo moldean.
—¿Comprendió magistrado? vamos para allá.
—Pero si aún no me resguardo en ninguna casa u hostal.
¡Sonoras carcajadas de los capitanes dieron a bien por la inocencia del juez!
—¡Aquí no hay posadas magistrado! —se destornillaban de risa— ¡aquí se sirve uno de lo que hay!
El juez escribió sus primeras normas de contingencia y prudencia jurídica:
«…faltas de respeto constantes a la autoridad de la corona»
Llevando más de dos semanas de camino, los capitanes Alonso de Ávila, Martín Cortés y Francisco de Morla, con más de trescientos soldados españoles, el propio Cortés y el magistrado Don Luis Ponce, tomaron camino hacia las tierras del oro —de las cuales Cortés deseaba ver en persona semejante acontecimiento— filos del áureo metal desde la ladera de las propias montañas.
Los capitanes abusando de la ingenuidad del juez, le daban de regalo las mejores usanzas de pardillo.
—Oiga juez, que a la par de estas tierras hemos descubierto que estas plantas le han de venir bien a sus dolores de cola.
—¡Buenos capitanes en bien aprecio su preocupación!
—Ande pues ¡cómaselas! — dándole un puñado de frutos llamados “chile”
¡El manjar hizo su reacción en el magistrado!
Camino cerrado cubierto de filosas ramas, cercano a la tarde, el ocaso se mira cercano.
El primer flechazo dio directo en el cuello de Ávila ¡solo le tocó la piel!, pero la sangre brotó de propio.
—¡Emboscada! —gritó Martín — ¡a sus lugares y prestos al combate hombre a cuerpo!
Una vez terminada la batalla, los menos fueron los europeos… ¡los caídos de los más fueron los tecuexes zacatecos! quienes vertieron de rojo el cristalino río.
¡En la vida del magistrado Don Luis Ponce se hubiera imaginado tal tragedia! cuerpos desmembrados, acuchillados, traspasados por las lanzas… ¡toda una masacre! el propio Dante se quedaría corto en las narraciones y espectros vistos.
Los tres capitanes habían salvaguardado al juez en toda la batalla y arremetían en fervor a quien se acercarse a él.
¡Pero quedó herido!
En su pierna una flecha se le encajó, con la elocuencia del capitán Cortés, ¡de un solo tiro le jaló para extraerla completamente! —¡el grito fue veraz!
Una vez avanzaron hacia las minas, y las tuvieron a vistas el espectáculo fue superior.
¡Al acercarse la tarde el brillo del metal entretejido en las vetas de las montañas hacía ver un río de dorado destello! inimaginable jauja:
¡Era verdad!…
Se abrazaron al ver las montañas completas curtidas de vetas de oro, la exposición del metal era tal que se podía rascarse la orilla y se tomaban pequeños pedazos con las simples uñas, en el río se destellaban pequeñas rocas puras del metal.
¡Era un dorado!
El capitán Cortés tomó a tono y estrategia no dejar que los soldados se abalanzaran hacia el oro, la consistencia y norma debería seguirse, máxime con la salvedad del magistrado.
—Voto al orden señores ¡voto a la elocuencia! —les gritaba, ¡todos obedecieron!
El magistrado como pudo dio anuencia a escribir y redactar lo sucedido, dio estructura al orden en que se tendría que tomar el manto natural, realizar las ordenanzas de la extracción del metal, en sana concurrencia, determinó las piezas exactas que le correspondía, por botín, a todos y cada uno de los soldados.
¡Fueron al cansancio estrictos en ello!
Desde estos momentos, la zona de los zacatecos se convirtió en el primer bastión a defender de la Nueva España, dejando clara la prohibición de los nativos de acercarse, de los europeos de asistirse y ceñirse a las ordenanzas —quien así lo quisiera hacer— que la extracción de minas requería más que simplemente un juez de orden.
¡Se requería fundar una ciudad que resguardar! y un camino que guiara lo obtenido.
¡Con la mejor vigilancia y severidad!