ESTRICTAMENTE PERSONAL
La aprobación del presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo un repunte de ocho puntos en un solo mes. Fue un gran respiro mañanero este lunes cuando se enteró de la encuesta de El Financiero, que debió caerle como bálsamo, ante los humores en Palacio Nacional que parecen oscilar –por sus arrebatos públicos-, entre la atribulación, la cólera y la vendetta. Sesenta y ocho por ciento de apoyo es un gran dato para estos tiempos de crisis, en buena medida, se puede inferir, porque el 53% aprueba como ha manejado la crisis del coronavirus. El miedo y la esperanza de una sociedad que se debate entre el miedo y la incredulidad que el Covid-19 sea real, deben ayudar ese alto nivel de aprobación, alimentada por la propaganda permanente que lanzan sobre la sociedad.
Esa es la buena noticia, como apunta Alejandro Moreno, jefe del Departamento de Encuestas de El Financiero. La mala es el malestar económico que se acentúa y las perspectivas que se han vuelto pesimistas. El 55% de los encuestados reprueba el manejo de la economía, que ya superó ampliamente a la seguridad como el principal tema de preocupación, hoy únicamente rebasados por el coronavirus, que llena el cuerpo de ansiedades e incertidumbres. La encuesta, con su carga de malos presagios económicos, navegó acompañada este lunes.
Ayer fue uno de esos días ominosos para el futuro inmediato. El Banco de México dio a conocer las expectativas de los especialistas del sector privado, donde el estimado de contracción en el crecimiento para este año cayó 100% a lo calculado hace 30 días, y se situó en 7.10%. En paralelo, el INEGI dio a conocer los indicadores de Confianza Empresarial, tampoco nada alentadores. La confianza anualizada en el sector de las manufacturas y del comercio se redujeron 15.2 puntos, y en el de la construcción 11.5 puntos. Estos datos son el principio de la carretera hacia el despeñadero económico, al estar reflejando apenas los primeros momentos de la crisis interna y global que nos arrastrará.
El primer impacto ya se resintió, de acuerdo con la misma encuesta. En marzo, a la pregunta si tenían un familiar que hubiera perdido su empleo o su fuente de ingreso, respondió positivamente el 11%. En abril, esa misma pregunta triplica la respuesta positiva a 32%. Se resienten los primeros embates en aquellos negocios que menos posibilidades tenían para resistir la primera ola negativa de la economía. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha empezado a repartir créditos de 25 mil pesos, lo que serán un paliativo que quizás puedan dar oxígeno por algunas semanas a microempresas, que se quedarán pronto sin dinero y con una deuda que paga intereses de 6%.
López Obrador cree que las grandes empresas van a absorber la carga para mantener funcionando la economía, pero está equivocado. Al inhibirlas, con la Magnum 357 que carga todas las mañanas para impedir ajustes en sus nóminas y costos de operación –para sacrificar los menos y salvar los más-, lo que está haciendo es irlas deshidratando hasta que definitivamente tengan que tomar medidas extremas, antes de quebrar. Lo que es natural, cómo van a poder seguir operando si las actividades económicas en México y en el mundo están paradas, el presidente no lo comprende. Cree que el grueso de sus ingresos –los que tenían-, iban directo a los bolsillos de los dueños –tampoco entiende muy bien eso de los miles de accionistas a los que los principales accionistas tienen que rendir cuentas todo el tiempo-, y no se utilizaban para reinvertir y seguir creciendo.
La deshidratación, porque no hay programa de estímulos que les permitan un puente para brincar la crisis doble sanitaria y económica, está acabando también con corporaciones, incluso multinacionales. Una de las grandes empresas de México tiene recursos para resistir, cuando más, a mediados de junio, pues de no reactivarse las actividades este mes, como dice López Obrador que sucederá a fines de mayo, tendrá que despedir a miles de empleados. Hay otros casos que ejemplifican la dimensión del problema.
Cemex está apalancada seis veces su Ebitda –utilidades antes de restar intereses, impuestos y amortizaciones-, y prácticamente toda su deuda está contratada en moneda extranjera. Alsea está apalancada 4.1 veces, con una deuda de 29 mil millones de pesos y vencimientos de 800 millones en mayo, sin contar que sus ventas en Europa, por el coronavirus, cayeron 94%. Los escenarios para las empresas son muy complicados, y no han encontrado ningún tipo de receptividad en el presidente, sino al contrario, hay crecientes fricciones porque le molesta que exploren vías de sobrevivencia sin su autorización.
Al presidente sólo le interesa la expansión de los programas sociales –una palanca clientelar importante-, que buscan colocar un piso en la pérdida de ingresos de los que menos tienen, pero que necesitarán recursos adicionales para mantenerse. Pero como ya lo han explicado los expertos en los periódicos especializados, no habrá impuestos que pagar cuando desaparezcan salarios y empresas. Tampoco hay márgenes para seguir achicando al gobierno y apretándose el cinturón como cree López Obrador que es una de las soluciones. Si sigue queriendo sacar dinero de donde ya no hay, terminará ahorcando a la administración pública.
Ya se huelen problemas delante, como lo muestra la encuesta de El Financiero, donde el 69% está a favor que se suspenda la obra del aeropuerto en Santa Lucía, el 60% la del Tren Maya, y el 66% la de la refinería de Dos Bocas. Esto no va a suceder. Las evidencias del rumbo al despeñadero no son tomadas en cuenta por López Obrador, aunque en el pasado ha modificado posturas rígidas cuando se siente ahogado. Pero hoy ya está ahogándose y no ha cambiado. Tampoco se ha dado cuenta. Igual que la sociedad, que sigue separándolo de su gestión como presidente.
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