EL JICOTE
A Armando Jiménez, amigo, artista internacional, generoso e incansable promotor de la cultura en Querétaro. q.e.p.d.
La entrevista de nuestro director Sergio Arturo Venegas a Ana Luisa Peluffo me recordó una muy lamentable circunstancia que me sucedió con la diva. En un informe del gobernador, Doctor Mariano Palacios Alcocer, se me asignó como anfitrión de la artista, Si mal no recuerdo la recibí en el Mesón de Santa Rosa, llegó risueña y muy bien arreglada, obviamente, su belleza era un sol en ocaso pero todavía quedaban polvos de aquellos seductores lodos.
Me identifiqué y con exceso de familiaridad la tomé de las dos manos, viéndola de frente le dije, con una sensibilidad de muñón: “Señora, es un honor conocerla. Quiero decirle que soy un admirador suyo y su figura me acompañó durante muchos años en mis sueños e ilusiones”. Ella sonriente me respondió: “Gracias. ¿Cuál o cuáles fueron las películas en las que me vio?”. Aquí viene la metida de pata hasta la rodilla. Le respondí: “MI admiración y desvelos fueron por los carteles, nunca pude verla en el cine, no me dejaban entrar, pues era muy niño”. Su sonrisa se convirtió en un rictus de profundo desagrado, me soltó las manos, me escaneó y con una frialdad de esquimal me dijo: “Creo que ya tiene edad para que lo dejen entrar al cine a ver mis películas. Nos vamos”. Durante toda su estancia desplegué mis mejores encantos, que son bastante escasos, solamente me veía con distancia y contestaba con monosílabos fríos y cortantes como un taladro de dentista. Al despedirnos otra vez en el hotel, le comenté: “Señora, al conocerla, estoy seguro que ya será también objeto de mis sueños actuales. Es usted bellísima y encantadora”. Sin pronunciar palabras, Ana Luisa simplemente me dedicó una sonrisa, que interpreté como la aceptación de una disculpa, y me dio la espalda. Me dio dura pero merecida lección. No hay peor ofensa a la belleza que recordarle el tiempo.
Otra anécdota ad hoc a la época. Durante mi infancia escaseaban los teléfonos en las casas, cuando milagrosamente alguien lo conseguía era motivo de toda una celebración. Unas tías solteras obtuvieron la instalación. De acuerdo con la costumbre organizaron una velada, había bocadillos, rompope para las mujeres, refrescos para los niños y jerez para los adultos. El momento culminante de la reunión era llamar a otras tías en la ciudad de México y la llamada de atención previa: “Niños cállense”. La conversación se desarrolló así.
Hola fulanita de tal, soy perenganita, te estamos hablando desde la casa, pues ya nos instalaron el teléfono y te queremos dar el número. Estamos aquí reunidos toda la familia, están equis y zeta… ¿Quieres hablar con mi hermana? No sé si sea prudente, pues trae una gripa terrible y te puede contagiar. Allá tú, aquí te la paso.
Fulanita, me da gusto saludarte, ya sabes que mi hermana es una ignorante, sí traigo gripa pero es imposible que te contagie. Mi hermana, como siempre de burra, no sabe que la electricidad mata el microbio.
Allí aprendí: cuidado con las correcciones, los sabios pueden resultar más ignorantes que los ignorantes.