SERENDIPIA
En una visita al cuartel de Tepetitlán, Jalisco, el presidente Andrés Manuel López Obrador llamó a la Guardia Nacional a respetar los derechos humanos. Los delincuentes, dijo, son personas “que merecen nuestro respeto, el uso de la fuerza tiene límites y básicamente es para la legítima defensa”.
El llamado es razonable. Los militares y las fuerzas de seguridad no deberían en ningún momento y bajo ninguna circunstancia violentar los derechos humanos. Es un discurso importante en un país plagado de historias recientes y antiguas —Tlatelolco 68, Aguas Blancas 1995 y Tlatlaya 2014, sólo por citar algunas— de excesos y represión.
El llamado abre también una ventana para evaluar si la Guardia Nacional, un cuerpo concebido y propuesto por AMLO para hacer frente a la violencia y pacificar al país, está caminando sobre los rieles idóneos para respetar los derechos humanos.
En una parte del discurso, el Presidente aludió a una parte vital en esta tarea. En un video de su visita al cuartel de Tepetitlán, AMLO puso acento en la existencia de las aulas de capacitación dedicadas a concientizar a los militares sobre los límites del uso de fuerza en la Guardia Nacional.
Las aulas y la capacitación citada por AMLO están resultando insuficientes. En el Ejército, entre algunos generales y mandos cercanos al general secretario, hay una preocupación creciente: el agotamiento del Ejército ante todas las tareas que le ha encargado el Presidente (pacificar al país, construir un aeropuerto, repartir libros, plantas y medicinas; edificar bancos e incluso trasladar las cenizas de José José o rescatar a Evo Morales).
El reparto excesivo de responsabilidades (7 de cada 10 miembros de la Guardia Nacional provienen del Ejército) ha provocado que los militares se encuentren de manera permanente en las calles trasladando medicinas, libros o construyendo el aeropuerto de Santa Lucía.
Al mantenerlos de manera constante en las calles, naturalmente se ha salido de ruta y, en algunos casos, suspendido parte capital de la formación de cada militar: los cursos de capacitación y entrenamiento en conciencia y protección a derechos humanos, y aquellos prioritarios para la actualización en todas las áreas, incluyendo tareas de seguridad pública y combate al crimen organizado.
¿Esta alteración en los procesos de aprendizaje de cada soldado es nueva? No debería sorprendernos conocer que no, considerando el uso y abuso de distintos gobiernos sobre las fuerzas armadas. En 2014 la Sedena reconoció que en los últimos años la mayoría de las unidades operativas “se empeñaron de forma permanente” en labores de seguridad interior, lo que interrumpió el adiestramiento en misiones de defensa exterior y de carácter social.
La multiplicación de las responsabilidades del Ejército ha agudizado la suspensión o interrupción de la capacitación de los soldados. En días recientes, oficiales con distinto rango han expresado preocupación por el desgaste en sus filas y los ataques que han padecido. No es común que los soldados hablen. El alto mando debería escucharlos.