SERENDIPIA
La geopolítica ha sido un factor permanente y determinante en la historia de México. En el mapa de los intereses regionales, Estados Unidos ha tenido en la vida del país un peso con frecuencia ignorado. Sucedió con Salinas, Zedillo y Calderón de manera pronunciada, y ahora estamos ante la versión correspondiente en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
EU es el fantasma que invitado o no a casa, siempre tiene una presencia, intenciones y un efecto en cualquier país del mundo. México, su vecino inalienable, ha servido durante décadas de campo rutilante de sus experimentos en materia de narcotráfico; ha sido epicentro de sus presiones políticas (y bélicas en la guerra del narco de Calderón), y en repetidas ocasiones el patio trasero siempre dispuesto.
Con excepción de Luis Echeverría (el presidente locuaz según el Estilo de Gobernar de Cosío Villegas), y sus obsesiones y denuncias de intervencionismo desestabilizador yanqui en México, los presidentes que han ocupado después la Silla del Águila han tratado de llevar una buena relación con la más incómoda de las naciones vecinas.
Y esto, traducido a la política, no significa otra cosa que atender, acompañar y con frecuencia instrumentar sus peticiones y decisiones. Esta relación, resulta obvio, ha generado beneficios y costos para México, en distintos gobiernos.
¿Hacia dónde se enfila el gobierno de AMLO en el tema de estas relaciones peligrosas?
El gran protagonista en el rediseño de las estratégicas relaciones es el pragmatismo político. Y detrás, o de la mano de él, dos actores principales. En el pasado reciente esos actores fueron Luis Videgaray, por el lado mexicano, y Jared Kushner, el yerno del presidente Trump.
Kushner y Videgaray fueron los rieles de la relación en los últimos años. Peña no hablaba con Trump, pero a su lado tenía a Videgaray y su derecho de picaporte y acceso a Kushner, quien transmitía al suegro los intereses y preocupaciones mexicanas.
En la era del obradorismo esos actores son el canciller Marcelo Ebrard y el secretario de Estado del gobierno de Trump, Mike Pompeo.
El gobierno de AMLO encontró en Pompeo el puente estratégico que necesitaba. La relación es directa, fluida y despojada de ambiguedades; una comunicación abierta sobre intereses y necesidades.
El pragmatismo político es la guía de la relación. Lo fue cuando México abrió la frontera a los migrantes del sur y luego la cerró a petición de Trump. Y parece que lo será en el futuro inmediato, que considera el asiento y el voto de México en el Consejo de Seguridad de la ONU.
López Obrador necesita tanto a EU como Trump necesita de él. Trump necesita a México para blindar la frontera y precisará de su voto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y AMLO necesitará de Trump y Estados Unidos lo mismo en temas comerciales que para avanzar en la contención de la violencia y el vital tema de la seguridad. Más que nunca la relación está marcada por intereses y necesidades.