ENCUENTRO CIUDADANO
Las autoridades de Querétaro han señalado que la entidad es libre de la delincuencia organizada y que la amenaza proviene de los estados vecinos, que los asesinados aquí no eran queretanos, que el crimen y el narco sólo van de paso, manifestando incluso que el problema (si existe) es de atención federal. No es serio decir: no lo veo, entonces no existe. En general los hechos ubican a Querétaro en una realidad que muchos quieren esconder debajo del tapete, desafortunadamente no hay cobija que alcance a esconder la indiferencia, ceguera, indecisión, la impericia, la desidia, el desgano y el descuido en que ha caído la tarea de ofrecer seguridad en el estado. Hace cuatro años y medio nos vendieron que votar por el PAN era contar con seguridad y algunos queretanos inocentemente lo creyeron. La terca realidad viene a abrirnos los ojos. El politólogo David Saucedo publicó hace quince días en la revista digital Sin Embargo un extenso artículo sobre la pax narca queretana, que va más allá del cruce de mensajes enviados en cartulinas y mantas colocadas en las calles, así como las balaceras y asesinatos ocurridos en la capital de la entidad, más bien dejan en claro la presencia del crimen organizado está arraigado, a pesar de las irresponsable declaraciones de las autoridades. Ceguera y negación es su andar. La ceguera política es la autocracia, la insensibilidad de los hombres del poder ante los hechos, la realidad y el sentimiento popular. Quien no ve toda la realidad padece una miopía política. Pero peor es la ceguera política. La política sin registros y sin mediciones es el más claro ejemplo de la política a ciegas.
Un mundo ideal nos muestra que los políticos tienen en la cabeza un determinado modelo de sociedad elaborado a partir de la experiencia histórica vivida o estudiada en los libros, de un conocimiento riguroso de los elementos de funcionamiento de la máquina social, la seguridad, la economía, el entorno normativo, fiscal y laboral, etc. A partir de ahí se espera de ellos la expongan de forma sistematizada y clara y que demuestren capacidad de convicción con el fin de conseguir el apoyo de los ciudadanos en las urnas. Su objetivo debería ser la consecución del poder para plasmar en leyes y medidas de gobierno, su idea de la buena sociedad, proporcionando así a sus administrados bienestar, progreso, seguridad, justicia y prosperidad.
Pero nada más alejado de nuestra realidad, que la casta política actual. Aquí el poder es visto como un fin en sí mismo, no como un medio para llevar a la práctica lo que se considera mejor para la ciudadanía. Ni que decir tiene que la honradez más acrisolada sería su divisa y la preservación del interés general su regla de conducta habitual. Si fueran probos los políticos, las técnicas de comunicación en ningún caso se utilizarían para manipular datos, excitar bajas pasiones, despertar odio o división o conseguir adhesiones emocionales acríticas. Por el contrario, su propósito se centraría en hacer entender el funcionamiento de las instituciones, el verdadero origen de los problemas y el tino de las soluciones requeridas. El discurso de este hipotético político ideal iría dirigido a estimular lo más alto y noble de la naturaleza humana y a amortiguar o neutralizar los instintos destructores que todo hombre alberga en su interior.
Lo que presenciamos, son intervenciones en actos de partido, ruedas de prensa, entrevistas a modo, o en la tribuna parlamentaria que abundan en lugares comunes, frases huecas y palabrería vana, siendo evidente que casi siempre la intención de su retórica mediocre no es explicar lo que piensan o lo que se proponen hacer desde el gobierno, sino ocultarlo o disimularlo. Tienen horror a definirse, a mostrarse sinceros, a demostrar un conocimiento profundo de los temas de los que tratan, hasta el punto que frecuentemente su pirotecnia verbal está formulada más para disfrazar su ignorancia que para derramar sabiduría.
El desplazamiento de la política abre el espacio por el que campea la sordera del intolerante y la ceguera del arrogante. La ceguera, la estupidez y la soberbia política, llega al nivel máximo y mienten con un cinismo indecente, mostrando su incapacidad para reaccionar, como lo demuestra su holganza ante el crimen organizado.
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