EL JICOTE
Me comenta un amigo que si el Presidente no informa a la opinión pública cuáles son las pruebas que tiene sobre un golpe de Estado, no va a poder escaparse de que se piense que consumió una bebida o algún producto ilegal, antes de hablar. Por supuesto que no creo en esta sospecha, es una de las tantas estrategias del Presidente, quizá una de las más socorridas, lo que señalábamos en un texto anterior, estimular la animadversión, el odio entre los diversos sectores de la sociedad; el cainismo nacional, en este caso, contra algunos generales. Su discurso binario y estereotipado, parece sacado de las loterías de pueblo: el catrín, el diablito, el borracho, el valiente, la dama. En este caso: los golpistas, los institucionales; los traidores, los leales. Al general que advirtió sobre un descontento en las filas del Ejército primero lo desestimó, ante la solidaridad de otros generales lo desautorizó; luego lo denunció de formar parte del equipo de Calderón y, finalmente, lo tachó de golpista. Si cómo él mismo ha dicho enfáticamente: “No hay condiciones para un golpe de Estado”, lo que deseaba era provocar entre la gente el dilema bíblico: quien no está conmigo está contra mí, es decir, con los golpistas. Creo que no solamente los que votaron por López Obrador, sino la inmensa mayoría de los ciudadanos país, estamos en contra de la posibilidad de una ruptura violenta de nuestras instituciones. Personalmente me opondría con todo lo que soy capaz para impedir semejante barbaridad que haría retroceder al país cien años. No prometo irme de guerrillero, porque soy demasiado burgués y comodino para remontarme a la sierra, pues como soy cara pálida, tendría que llevarme protector solar y repelente contra mosquitos. Me atraparían los golpistas cien metros delante de donde se termina el asfalto. Mi heroicidad es esencialmente civil, pero la llevaría al límite. Si el Presidente no da pruebas del golpismo y resulta tan imaginativo como el pastor del cuento, que amenazaba gritando que ya venía el lobo, cuando realmente vino y lo gritó ya nadie se lo creyó. La estrategia es sumamente riesgosa. Los opinadores coinciden que el despropósito del golpe de Estado es un distractor para no enfrentar el asunto de Culiacán, donde salió a relucir lo peor de la ineptitud de la Loca Academia de la Cuarta Transformación. Lo de la masacre de la familia LeBaron, ubica en la inutilidad y hasta en la bobería su actitud ante el crimen organizado. Alguien puede defender que ante los miserables que asesinaron a mujeres y niños, se hubiera podido detener la masacre gritándoles: “Fuchi, guácala. Los voy acusar con su mamá y con sus abuelitos”. El Presidente tira pifias como con ametralladora. La última en relación con los periodistas, dijo: “Siempre los he respetado a todos, no los veo como enemigos, sino como adversarios…», La distinción la hizo Reyes Heroles, destacaba que los opositores políticos no eran enemigos sino adversarios. Los periodistas no son adversarios del Presidente, pues son diferentes sus responsabilidades y tareas: los periodistas informan, opinan, buscan la verdad; el Presidente defiende el poder y las diferentes formas de ejercerlo y ampliarlo. Lo más incongruente, a los periodistas les ha dicho: chayoteros, fantoches, conservadores, hipócritas. doblecaras, alquilados, vendidos. Claro, lo ha dicho con todo respeto.