VOCES DE MUJERES
“Cuando la abuela se va, deja un espacio lleno de historias, cuentos, risas, tortillas calientes, galletas recién horneadas, caricias, abrazos, paseos…” Alicia Elena Pérez Duarte
Yo se que el nepotismo es incorrecto hasta en los homenajes pero hoy me tendrán que disculpar que haya decidido hablar de mi Abuela. Mi Doñita nació el 5 de diciembre de 1917, exactamente 10 meses después de la promulgación de la Constitución, cuando Lenin y Trotsky llevaban apenas unos días en el Palacio de Invierno tras derrocar a los Zares en Rusia y antes del fin de la 1a Guerra Mundial. Mi abuela era una niña durante la guerra cristera; tenía 18 años cuando Lázaro Cárdenas llevó a cabo la expropiación petrolera y se casó en 1939, cuando Hitler invadió Polonia y dió inicio la 2a Guerra Mundial. Mi abuela tenía 44 años cuando los soviéticos construyeron el muro de Berlín y 72 cuando lo tiraron.
Mi abuela nació en un México que no consideraba a las mujeres como sujetas de derechos, por eso tuvo que esperar hasta tener 38 años para poder votar por primera vez en las elecciones federales de 1955. Tenía 43 años cuando se lanzó al mercado estadounidense la pastilla anticonceptiva pero nunca tuvo oportunidad de utilizarla porque llegó a México varios años después. Amó su profesión y trabajó como enfermera hasta jubilarse, primero en la Cruz Roja y luego en el Seguro Social, pero para poder hacerlo necesitó el permiso escrito de mi abuelo hasta el 1 de enero de 1975, cuando finalmente se reconoció la igualdad de las mujeres y los hombres y el derecho de todas las personas a elegir libremente su profesión. Tenía 62 años cuando una mujer ocupó por primera vez una gubernatura; 78 cuando se reunieron las Mujeres en Beijing, 83 cuando se dió la alternancia en la Presidencia de la República y a solo unos días de cumplir 102 años por primera vez una mujer encabeza la Secretaría de Gobernación.
Mi abuela tenía 50 años cuando yo nací. De niña me llevaba con ella a su trabajo en un camión sonajero que pasaba puntual todas las mañanas. Ella trabajaba como enfermera en una fábrica de cementos en el sur de Cuernavaca, una de las pocas mujeres que trabajaban en la planta. Ahí fui testigo del valor enorme de una guerrera que no se conformó a los estereotipos que a gritos intentaba imponerle una sociedad machista que desde niña le dijo no puedes, no debes, no eres y a quien ella jamás escuchó.
Hoy volteo la mirada a esos casi 102 años de su historia y pienso en mi madre, en mis hermanas, en nuestras hijas y en las nietas que ya comienzan a formar la quinta generación de mujeres en mi familia y agradezco que mi abuela haya sido y sea por siempre nuestro ejemplo de lucha y persistencia y me doy cuenta que aun nos falta un largo camino para erradicar la violencia, eliminar la discriminación y lograr la igualdad real entre mujeres y hombres.
Hoy la celebro, me enorgullezco y agradezco a mi abuela, mi Doña, Delia Hernández Ramírez, haberme regalado casi 102 años de historia.