JUEGO PROFUNDO
El estadio Corregidora de Querétaro y lo que lo rodea deberían ser declarados de manera tajante como espacios libres de humo. Y que digo, no solo el Corregidora, sino todos los estadios del mundo deberían ser declarados así: Espacios libres de humo. Los estadios deben mantener ese aire impoluto que se respira como cuando vas a un templo; y es que para muchos es eso: Un templo.
Ver futbol en un estadio provoca sensaciones especiales. No importa si es la primera vez que vas o si has ido cientos de veces, cuando vas subiendo las escaleras y los ruidos propios del estadio se van acrecentando a cada paso que das, al instante sientes esa emoción y cosquilleo porque sabes que estas en el lugar adecuado en el momento adecuado. Entrar ahí hace que uno se quede mudo por un instante. Ir a un estadio con la gente que quieres y apoyar a tu equipo (sin importar si ganan o pierden), nos deja recuerdos que nos acompañarán siempre, ya que pocas cosas tan emocionantes y liberadoras existen como cuando gritas un gol de tu equipo en el estadio. Ahí te abrazas y te haces hermano de un desconocido, ahí se crean conexiones con personas con las que compartes colores y un escudo. En un estadio se crean las mejores sensaciones, amor por un equipo, solidaridad con el que porta la misma camiseta que la tuya, alegría por un triunfo, incertidumbre en partidos tensos o euforia por un gol de ultimo minuto. Pero también ahí experimentas momentos no tan buenos, y es que para que uno gane otro tiene que caer. Ahí llegas a sentir la tristeza profunda de un descenso o una copa perdida; esa cubetada de agua fría cuando cae un gol en contra o la rabia e impotencia ante lo que tu consideras una injusticia arbitral y el silencio en los pasillos después de un partido perdido. Ahí el ateo se vuelve creyente, ahí su fe es inmensurable y le ruega a Dios por la buenaventura de su equipo, ahí pides y presencias milagros, y ahí es donde la esperanza jamás se pierde; Pero también ahí, el creyente se vuelve ateo. Ante el infortunio de su equipo, el creyente abandona su fe… Y lo más increíble, es que todo esto, todas estas emociones suceden en solo noventa minutos.
Por todo lo que nos genera el futbol, repito: los estadios deben ser lugares libres de humo. Libres de ese humo que los periodistas, promotores y gente de pantalón largo nos quieren vender. Esas personas que solo ven el futbol como negocio, cada semestre empiezan a soltar esa polución de rumores que cae en lo inverosímil y que fastidia. En los parones de las ligas, los periódicos y noticiarios empiezan a liberar ese tufo de posibles contrataciones que ya no entusiasman al aficionado y que lo agota. Nos quieren vender cartuchos quemados haciéndolos pasar por joyas de la corona, inflan jugadores, sueltan rumores para incrementar el valor del jugador o simplemente por vender más; esos generadores de humo se aprovechan y abusan de todas esas emociones que nos genera el futbol. Al final los aficionados queremos lo mejor para nuestros equipos, pero estamos cansados de ese humo. Los aficionados solo queremos ver el balón rodar…
¿Y de dónde viene ese término? En los años 1500, el lingüista español Sebastián de Covarrubias, explicaba en sus textos que el término: “Vender humo” había sido adoptado del derecho romano, donde se definía como “venditio fumi” a las promesas falsas que se realizaban para obtener un favor de un funcionario público. La figura de corrupción como “venta de humo” aplicaba en casos en que un intermediario le cobraba un monto a otra persona a cambio de la promesa de conseguir un favor de un funcionario público, que finalmente nunca se realizaba. En uno de sus libros, Covarrubias cuenta la historia del castigo ejemplar que aplicó un emperador romano a un “vendedor de humo” de esa época: Mandó a atarlo en un palo y echarle fuego de leños verdes con cuyo humo se ahogaría antes que el fuego le consumiera. El emperador entonces dijo: “Fumo periit, qui fumos vendidit”, que significa: al humo perezca quien humo vende.
Y hablando de… ¿Cuánto humo nos habrán vendido con el joven Laynez?… ¿A quien y a cuantos habría que “quemar en leña verde” por vendernos ese humo?…
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