QUERETALIA
EL QUERÉTARO IMPERIALISTA
Uno de los personajes más interesantes, entre los que vinieron a México en los años de la Intervención Francesa y el Imperio de Maximiliano, fue el príncipe de Salm-Salm, alemán que ocupó el puesto de jefe de Estado Mayor del versátil noble europeo. Dicho príncipe, aventurero perseguido por deudas de juego y fraude en Europa, se vio en la necesidad de emigrar a los Estados Unidos, donde, en los días de la guerra de Secesión, se enroló en el Ejército del Norte, o sea, en las fuerzas aparentemente liberales del vecino país, lo que indica la carencia absoluta de principios de tal personaje, ya que luego vino a México -concluida la guerra en Estados Unidos- para servir en las filas de los reaccionarios, conservadores e imperialistas. Durante su estancia entre nuestros vecinos contrajo matrimonio con la franco-canadiense y estadounidense Agnes Elizabeth Winona Leclerc, la que por tal enlace adquirió el título de princesa de Salm-Salm, como generalmente es conocida en nuestra historia, quien en poco antes de conocer al germano tuvo vida de actriz y cirquera, dada su belleza y capacidades histriónicas.
Antes de los diecisiete años de edad de la joven norteamericana ocurre el matrimonio mencionado. Por tanto, casi adolescente vivió las peripecias de la guerra de Secesión; luego acompañó a su esposo en toda la campaña y, concluida la guerra, vino a México con su marido. Generalmente es conocida -desde luego por el episodio de mayor relevancia que tiene en México- por su petición de gracia para salvar la vida de Maximiliano, que fue condenado a muerte por el tribunal que lo juzgó por su participación en los sucesos de nuestra vida política, como portaestandarte de la intervención francesa como en tierras mexicanas.
De gran audacia, mujer simpática y hermosa, de quien generalmente se habían bordado varias leyendas sobre su origen, ahora la encontramos tal como fue. Su audacia la hizo relacionarse con hombres muy destacados de su tiempo: con Abraham Lincoln, en los Estados Unidos; con el general Porfirio Díaz, con el general Miguel Miramón y con Mariano Escobedo en Querétaro. Finalmente, con el propio Benito Juárez, al que por cierto describe en sus Memorias sin acritud ni resentimiento, no obstante la negativa de gracia o de indulto a Maximiliano. Por la vida de su esposo no tuvo que hacer grandes gestiones, porque, aparte de que su responsabilidad era mucho menor -ya que fue visto como soldado mercenario-, logró la princesa que el propio presidente Johnson, de los Estados Unidos, se interesara por su suerte.
Finalmente, parte para Europa, donde es verdaderamente asediada por los acreedores ante la multitud de deudas que dejó su esposo. Tiene otro interés esta última fase: la descripción de las condiciones de Alemania antes de la guerra franco-prusiana. Cuando estalló el conflicto armado, el príncipe de Salm-Salm se alistó y marchó al frente, mientras que la princesa logró un alto puesto en la organización de los hospitales de campaña. Si nosotros solamente la conocíamos por el episodio en torno al negado indulto de Maximiliano, en Estados Unidos y Europa ha sido objeto de gran curiosidad, logrando amplia bibliografía. Además, las “Hijas de la Revolución Americana “ y los veteranos del regimiento de Nueva York le han rendido grandes homenajes. Por tanto, y a pesar de la superficialidad y frivolidad de la autodenominada “princesa de Salm Salm, su vida reúne hechos de positivo interés.
Siendo adolescente, al leer libros de historia del Sitio de Querétaro, me causaban mucha curiosidad y confusión unos párrafos donde se hablaba de una princesa norteamericana que se había hincado ante Benito Juárez para convencerlo de que perdonara a Maximiliano. Y es que asociar un título íntegramente monárquico como el de princesa a la república por antonomasia -como son los Estados Unidos de América, no deja de ser curioso y contradictorio. Así que armado de desvergüenza y falta de rubor acudí ante mis amigos Gerrdo Vega González y Lucero González Perrusquía para que me dejaran pasar una noche en las habitaciones de la planta baja de su mansión ubicada en Hidalgo 48, en lo que fue el alojamiento de Agnes de Salm durante su estadía en Querétaro al terminar el famoso sitio de 71 días, ya que ese inmueble precisamente fue el hotel de Diligencias en gran parte del siglo XIX. Repito que les pedí ese gran favor a mis generosos amigos Vega González porque soy sabedor que varios días de la semana pernoctan en su rancho ubicado entre “El Picacho” y “El Cimatario”. Asombrado Gerardo me dio el permiso, no sin antes reírse de mí y mirarme como diciendo: “¿de cuál fumaste Andresito?”.
Con el alma encogida por las penumbras de la gran casona y conocedor de las leyendas tejidas en ese lugar me apoltroné una noche de viernes del año 1996 y me dispuse a la vigilia. ¡¡¡No acababan de dar las doce de la noche las campanas cercanas de Capuchinas, El Carmen y San Antonio cuando un intenso olor a rosas se apoderó de la estancia!!! Recordé con pavor cómo Ramírez Álvarez escribió del perfume de rosas de la princesa en comento, mismo que siguió aromatizando el aposento durante muchos años a decir de la antigua dueña del mesón, doña Naborita. Me quedé con los ojos pelones y más temprano que tarde una silueta femenina como de 1.70 de estatura, pelo rubio y figura sensual envuelta en elegante vestido blanco se me fue acercando lentamente hasta que con voz delicada y acento pocho se presentó con toda formalidad: “Soy Agnes Leclerc Joy, nacida en 1844, me conduje como ciudadana norteamericana y sin tener nada de sangre noble en mis venas. El título de princesa me vino muchos años después por mi matrimonio. Durante la guerra civil en los Estados Unidos, emigró a ese país un príncipe alemán sin fortuna y con deudas llamado Félix zu Salm-Salm. Se enamoró de mí y nos casamos en agosto de 1862. Al terminar la guerra civil Félix ya había alcanzado el rango de general de brigada sirviendo en el Ejército del Norte. Pero sin actividad en los campos de batalla sabía que su carrera allí se estancaría y era un hombre muy ambicioso, siempre en busca de aventuras. Félix emigró a México y ofreció sus servicios a Maximiliano, quizás pensando que entre alemanes habría buen entendimiento. El emperador lo ignoró por algún tiempo, le resultaba antipático, pero cuando se vio en la necesidad de atrincherarse en aquí en Querétaro -para salvar ya no su imperio sino la vida-, Salm-Salm se convirtió en uno de sus hombres de confianza, debido, no en menor parte, a su gran valor, del que a nadie le quedó duda”. Sorprendido hasta la locura y respirando su penetrante perfume de rosas le pedí que me siguiera contando de ella y de su mercenario marido, para lo que tomó asiento en un mullido sillón y reanudó su relato: “Cuando la ciudad cayó en manos del general Mariano Escobedo el 15 de mayo de 1867, Salm-Salm fue hecho prisionero junto con Maximiliano, entonces yo, Agnes, conocida en México por mi nombre traducido al español, Inés, cobré gran relevancia por mi lucha desesperada para salvar al emperador y a mi esposo. Anduve de un lado a otro entrevistándome con personajes importantes de la época, militares y políticos; fui recibida varias veces en San Luis Potosí por el presidente Juárez y también ideé un plan de fuga para favorecer a Maximiliano, mismo que no pudo llevarse a cabo. Todas estas acciones me acarrearon gran fama en México, buena y mala. La buena se debió a mis esfuerzos por salvar la vida de Maximiliano; y la mala a que mis acciones pusieron incluso en duda mi fidelidad hacia mi esposo, ya que todo mundo creé que me desnudé frente a un coronel republicano para que me apoyara en mis planes: el feo Miguel Palacios. Gracias a que Félix había sido general de brigada en el Ejército del Norte -y a que Juárez les debía más de un favor a los yanquis-, no lo fusiló y a los pocos meses de la muerte del emperador lo dejó en libertad. Finalmente no sacamos ninguna ventaja económica de nuestra estancia en México, la misma que debido a su precariedad nos interesaba mucho. Ya en Europa pensaron detenidamente sobre cuál sería la mejor manera de lucrar con aquella aventura. No había de otra más que escribir nuestras memorias por separado. Un libro escrito por alguien que había estado junto al emperador en sus últimos días era para los ociosos cortesanos europeos una lectura imprescindible. Las memorias de Félix y las mías venían a ser algo similar a una continuación de Harry Potter en estos tiempos, guardando las distancias, claro. Para multiplicar las regalías, cada uno escribió sus memorias, y, como habíamos pensado, los libros fueron bien recibidos y se vendieron mejor que el pan caliente. Pero no pudimos disfrutar mucho de esos beneficios, porque Félix, militar y alemán antes que todo, se enroló en el ejército prusiano que combatiría contra Francia y en una batalla perdió la vida, dejando a esta su joven y hermosa esposa completamente sola. Yo moriría muchos años después, en 1912, cuando México, el país donde había pasado mi gran aventura, estaba sumergido en una nueva y más sangrienta guerra civil: la Revolución Mexicana”.