GOTA A GOTA
La tarea
Durante años, me he empeñado en aclarar a mis amigos, unos cultos, otros no tanto, que hablar de Nicolas Maquiavelo (1469 – 1527), confundiéndolo con un cínico por aquello de que ‘el fin justifica los medios, es no entender nada acerca de ese personaje, escitor, político, diplomático, consejero de Lorenzo de Medici; que emplear el vocablo ‘maquiavelismo’ en su acepción peyorativa, ajena a todo valor es una manera de ostentar su ignorancia.
Lo que es cierto, pienso, es que Nicolás, aún sin pretenderlo, consideraba que, por el bien de los principados, es decir, de los Estados pequeños, el gobernante debía regirse, no por la moral, si no por las leyes que impone el ejercicio del poder. El entorno era claro: los estado más vulnerables por sus dimensiones demográficas y geopolíticas, estaban obligados a sobrevivir. De tal suerte que para conservarse, el príncipe debía actuar con cautela y eficacia en bien de su pueblo, y hacer lo necesario para ello, incluso el Mal, permitirse incluso la crueldad pero solo de modo circunstancial. A sabiendas que la fortuna no siempre habría de sonreírle y, a menudo, habría que enfrentar la adversidad.
Estas ideas que inauguraban la ciencia política moderna, cambiaron con el advenimiento de la Ilustración, concretamente, por poner un ejemplo, con ese pensar prudente, equilibrado del barón de Montesquieu, vehemente defensor de la libertad frente al despotismo. Y si de la libertad se trata como valor supremo, hay que limitar el poder, fragmentarlo, como lo deseaba John Locke, su inspiración teórica.
En la división de poderes – ejecutivo , legislativo y judicial- la libertad respira más ampliamente. Qué gran legado el de este aristócrata, llama viva que sigue ardiendo en las comarcas republicanas. Tal vez hoy el enemigo no es el despotismo; tal vez sea la corrupción. Pero la edificación de un Estado ético, como lo quisiéramos: con gobernantes justos, virtuosos, frugales, enemigos de lujos, implica un esfuerzo de todos, autoridades y ciudadanos; Implica como lo ha señalado José Luis Aranguren, autor de un libro imprescindible, “Ética y política”, la moralización del Estado. Pero esta moralización, condicionante del bienestar colectivo, es una tarea que debe permear tanto la ética social como la individual. ‘tarea infinita e incalcable’, más allá de promesas puritanas, de gastos demográficos de nuestros demagogos que, merolicos como son, prometen la salud de la república con mágicos remedios.