GOTA A GOTA
El cambio
Un rasgo de nuestro tiempo es la aceleración de los compases, históricos. Todo cambia. Y rápidamente, la cultura, las instituciones, la ciencia y la tecnología. El desarrollo de estas dos últimas fuentes de la transformación es exponencial: es más veloz que nunca. Pero dejemos en claro que su desarrollo ha sido gradual: nos viene de Copérnico, Galileo, Newton. También sus aplicaciones en la vida de los hombres. Kant decía que hemos alcanzado la edad adulta.
Sí, somos modernos. Y serlo, afirma Marshall Berman, es encontrarnos en un medio ambiente que nos promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo –que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, lo que sabemos, lo que somos. La modernidad nos arroja a un remolino de desintegración y renovación perpetuas, de conflicto y contradicción. Bien decía Marx que en este universo moderno “Todo lo que es sólido se evapora en el aire”. El holocausto es un vástago de la modernidad: el exterminio de los judíos en los campos de concentración no se explica sino por el avance de la ingeniería social, de una civilización apoyada por el conocimiento tecnológico.
Pero la modernidad no es un ‘status’; es un proceso, que deberemos aprovechar para bien. No para consumir chatarra, sino para aplicarla en beneficio de la sociedad, para conducir nuevas políticas públicas. Hablemos entonces de modernización, de promover procesos que contribuyan a resolver problemas, de salud, de bienestar, del bien común: combatir la diabetes, el cáncer; generar energías limpias, sanear las aguas, reducir la contaminación, automatizar servicios expuestos a la corrupción, mejorar la nutrición, atender a nuestros discapacitados. Este es el futuro bien entendido con sensibilidad social.
Hay que invertir mucho más en investigaciones en ciencia y tecnología. Es el camino. No dejamos enamorar por el automóvil autónomo individual que acelera la inmundicia de las ciudades, las compras con celulares en las tiendas de autoservicio.
Y no olvidemos que la transformación de nosotros mismos implica abrirnos a la diversidad cultural, defender nuestra lengua, implantar nuevos paradigmas cívicos que reduzcan la violencia en seno de la familia, erradicar los agravios de género. Humanizarnos, en pocas palabras. Pero estos cambios son más lentos. Exigen paciencia, esfuerzos colectivos, prácticas cotidianas cuyos frutos cosecharemos en el largo plazo. Los pasos de la ciencia y la tecnología tiene ritmos distintos a los de la ética personal y social.