ESTRICTAMENTE PERSONAL
Nuño, a la campaña
El diseño de la estrategia del destape y arropamiento de José Antonio Meade para la candidatura presidencial del PRI, se construyó el sábado en Los Pinos. El presidente Enrique Peña Nieto citó a quien sería ungido, junto con el líder nacional del PRI, Enrique Ochoa, y quien se ha convertido en su principal asesor político, Aurelio Nuño, el secretario de Educación. Esa larga jornada tuvo una prolongación natural hasta el domingo, donde Peña Nieto y Meade se concentraron en el relevo en la Secretaría de Hacienda. Con ello, el primer equipo para la campaña presidencial quedó resuelto. Ochoa, elogiado por Peña Nieto y Meade sobre cómo ha manejado al partido, seguirá al frente de él; Nuño dejará en breve Educación y se moverá para ser el coordinador de la campaña presidencial.
Peña Nieto volverá a recargarse en las dos personas que construyeron y redactaron sus reformas más controvertidas, la educativa y la energética, para apostar, con quien desea concluya la instrumentación, a un proyecto transexenal. Nuño, quien en la campaña presidencial de 2012 formó parte del equipo de asesores del jefe del equipo, Luis Videgaray, fue encargado por Peña Nieto para preparar esas dos reformas, que Ochoa estructuró y redactó el elemento que acabó con el control sindical de los maestros al eliminar el traspaso hereditario y patrimonialista de las plazas, y su manejo de premios y castigos.
La primera rueda del engranaje electoral está puesta, pero falta mucho más. Peña Nieto debe tener claro que el PRI se encuentra en tercer lugar de preferencia electoral por partido, y como señaló Roy Campos, director de Consulta Mitofsky en Foro TV, nunca cuando ha arrancado en tercer lugar en una campaña, ha logrado remontar la desventaja. Apostar por Meade recoge parte de la preocupación por el desgaste del PRI como partido en el poder, y de lo inconveniente de presentar un candidato priista cuando el sinónimo en el imaginario colectivo de tal filiación es la corrupción. El modelo que esboza es el del estado de México, donde Ochoa de forma orgánica, y Nuño como enlace presidencial, jugaron un papel activo para que Alfredo del Mazo ganara la elección.
Diseño y estrategia fue lo que se utilizó en el estado de México. Recursos federales abiertos y discrecionales, que incluyó que el propio Meade, como secretario de Hacienda, fuera a hacer campaña disfrazada en las últimas semanas de la contienda, fluyeron en cantidades que parecían ilimitadas. La estrategia repartió responsabilidades al gabinete en municipios y regiones, inventó un candidato de oposición altamente competitivo, como fue Juan Zepeda del PRD, dinamitó una alianza entre ese partido y el PAN, y en una elección polarizada lanzó una guerra sucia contra Morena, donde la bala de plata fueron los videos donde Eva Cadena, aspirante de ese partido a una alcaldía en Veracruz, recibía dinero supuestamente para Andrés Manuel López Obrador y las campañas morenistas. Esa campaña rompió el momentum de la candidata de Morena al estado de México, Delfina Gómez, y contribuyó a que Del Mazo ganara.
Uno de los arquitectos de la victoria, Nuño, estaba feliz días después de conocerse los resultados de la elección. En una charla se le hizo notar que aunque había ganado Del Mazo, no había sido por los votos del PRI, que fueron 56 mil menos de los que consiguió Morena, sino por los casi 300 mil que le aportaron los partidos coaligados. “Eso no importa”, atajó vehemente, “ganamos”. El modelo de la elección en el estado de México prácticamente tenía a Del Mazo acotado únicamente a ser candidato, mientras que desde Los Pinos se administraba la estrategia, el mensaje, la operación política de tierra y la guerra sucia.
La campaña presidencial de 2018 apunta en esa misma dirección. Meade como el candidato y Nuño como el coordinador de la campaña y el enlace con el estratega en jefe, que será el presidente Peña Nieto. Sin embargo, a diferencia del estado de México, donde el gobierno y el PRI jugaron de manera homogénea, en la campaña presidencial tiene que haber amarres que quizás no se están viendo en este momento. El principal es qué va a hacer el presidente con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, el gran perdedor en la lucha por la candidatura, y que ha dado pruebas en elecciones anteriores de estar dispuesto a ir contra el PRI cuando los candidatos no son los suyos o no se consensuaron con él. Meade es el caso.
Osorio Chong tiene la relación con todos los gobernadores priistas, y la mayoría de ellos, sobre todo en el sur del país, forjaron alianzas con él para llegar al poder. También tiene ascendencia sobre la estructura burocrática del partido y controla los sistemas de inteligencia política. Una persona con su personalidad, agraviada y molesta como se encuentra en estos días, que tiene de instrumentos para hacer daño si se lo propone, es altamente peligrosa para una candidatura que hoy sólo tiene la fortaleza de quien lo ungió y de las cúpulas, pero que es vulnerable, cuando menos por ahora, en el despliegue territorial.
En los reajustes que deberá hacer el presidente para limpiar de basura interna la campaña de Meade, se encuentra el rol que le deberá asignar a Osorio Chong, cuya importancia estratégica permite argumentar que sería la siguiente rueda del engranaje electoral priista a poner en marcha si se quiere apuntalar el proyecto transexenal que se dibuja en Los Pinos. Algo deben tener claro Peña Nieto y Meade: una comida y sobremesa del candidato con el secretario, no será suficiente.