LA APUESTA DE ECALA
¿Dios escucha nuestra plegaria?
Hoy en día amable lector, tratando como en todo momento, de lograr una explicación sencilla, acerca del evangelio que vivimos el domingo 20 de agosto, que, al escuchar a algunas personas, les parece fuerte y despectivo, por parte de Jesús.
¡y eso es lo más alejado de la verdad!
Con el debido respeto, transcribo el evangelio, del domingo 20 de agosto del 2017, para una mejor apreciación:
Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo:
¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.
Pero él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: Concédeselo, que
viene gritando detrás de nosotros.
Respondió él: No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: ¡Señor, socórreme!
El respondió: No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos. Sí, Señor – repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces Jesús le respondió: Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas. Y desde aquel momento quedó curada su hija. Mateo 15:21-28.
Este es tal vez, uno de los evangelios de Mateo, que son ampliamente estudiados, por todo lo que sucede.
Que, de manera literal, formamos una percepción de la narrativa, pero que requiere profundizar, para lograr apreciar lo valioso de esta verdad, en donde Jesús mismo, nos enseña de una manera pedagógica diferente.
Debemos contemplar primero, que este Evangelio es de la vida pública de Jesús, aquí podemos ver que Cristo va de un lado a otro, visita lugares, a las personas, platica con ellas, es cercano, ve la realidad en la que se vive.
También se sabe que a la par que la gente escuchaba a Jesús, también le seguían los judíos de la Sinagoga, quienes eran férreos en el cumplimiento de espiarle, e inclusive, de probarlo.
Tiro es una ciudad complicada, con más de 1300 años de existir antes de la llegada de Jesús a ella, era un centro comercial importante, que, para los fenicios, representaba la entrada al sur de aquel gran imperio, junto al mar Mediterráneo.
Es importante resaltar que no es un “pueblito” o aldea pequeña, en el tiempo que la visita Jesús, era una metrópoli imponente, ya bajo el resguardo de los romanos.
Tenemos algunos católicos la creencia de que Jesús se movió en pequeñas y cercanas ciudades de Jerusalén y Nazaret, pero en realidad su ejercicio evangélico, por las condiciones de aquellos años, sus viajes representaban largas travesías y con lo que llevaba realizar estos viajes.
Son 537 km de Jerusalén a Tiro, para darnos una simple idea.
El Evangelio narra su estadía en esa ciudad.
Las poblaciones predominantes de Tiro eran comerciantes y se asentaba dentro de una vida complicada, con su antigüedad, esta ciudad era la parte de la historia del pueblo de Israel, altamente mencionada en el Antiguo Testamento.
Es en esta ciudad que Jesús llega, y comienza su misión pastoral de manera tal que la mayoría de las personas que habitaban la ciudad, se dieran cuenta de su presencia.
La ciudad se regía por los judíos, aunque tenían su base romana y estaban bajo la condición de ser una provincia comercial de la roma imperial.
Los antiguos templos del Rey David y de Salomón, fueron construidos con las rocas traídas de Tiro, para observar la tradición que ahí se vivía, se sentían una ciudad privilegiada.
Es en esa ciudad atiborrada de personas, que Jesús llega, y nos resulta fácil atinar que era en las épocas de verano cuando Jesús la visita, debido a que era tiempo soleado y claro, si hubiera llegado en invierno, la lluvia no para en todo ese tiempo.
Los judíos en la época de Jesús consideraban que Dios, era solo para ellos, otras personas no podrían ser cercanos ni aceptarlo como propio.
¡nadie podía tener el Dios de los judíos! Porque si así fuera, ellos te consideraban pagano, enemigo, sin caer en el radicalismo que vemos hoy día.
En esta ciudad, dentro de este gentío, va Jesús con sus apóstoles caminando y predicando, cuando de repente le grita una mujer – que menos tenía una mujer porque gritarle a un judío- y Jesús hace que ella continúe.
¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!, le gritaba la señora, reconociendo de inmediato que es el Mesías salvador, no un profeta, esto también es importante decirlo.
Jesús parecía que no le hacía caso, ¡pero no es así!
Ella continuaba gritándole que su hija estaba endemoniada, que para ese entonces, esta palabra la relacionaban ampliamente con dificultades de salud mental, y aunque el evangelista no da mayores datos, es probable que por teología, si estemos ante la presencia de un posesión.
Los apóstoles le insistían a Jesús que la atendiera, porque los gritos, a ellos probablemente les molestaban o podemos decir, si pensamos como en la actualidad, que les daba un poco de incomodidad.
No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Esta frase es fuerte, Jesús invita a quien le escucha, sea habitante de Tiro, sus apóstoles o cualquier persona, haciéndoles hincapié que los Judíos solo creían que Dios era para ellos, para nadie más.
Y él trata de que lo escuchen los judíos, para ver que Dios no puede ser ajeno al corazón de los demás, fuera judío o no.
La mujer insiste: Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: ¡Señor, socórreme!
La súplica de una Madre es imposible de explicar, ante cualquier dolencia de un hijo… ¡cualquiera!
Pero Jesús continúa con su lección a los judíos: No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.
Y ella le contestó: Sí, Señor – repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Esta parte les daba el entendimiento que un corazón pobre, humillado, dolido o lleno de problemas y tribulaciones, es también tierra de fe, es igual un corazón que ama a Jesús, y que desea, fervorosamente, decirle al propio Jesús, que le ama.
¡aunque los judíos siguieran creyendo que Dios era solo para ellos!
Jesús le dice: Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas. Y desde aquel momento quedó curada su hija.
¡Que Evangelio tan lleno de la dulzura y tranquilidad! que da, cuando las cosas que nos preocupan las dejamos en su totalidad, reitero, ¡totalidad! en las manos de Cristo Jesús.
Y es que este Evangelio nos permite conocer una manera distinta de Jesús, que trataba de decirle a los demás, que eran de corazón duro, lleno de crítica para los que no eran judíos, y que Él, el Salvador, tenía un amor profundo por toda la humanidad, representada en esa mujer, que le pedía – le rezaba- que la atendiera.
¿Dios escucha nuestra plegaria?
Este Evangelio da prueba contundente de que sí, de que todos al alzar nuestras oraciones hacia el corazón de Jesús, logramos que se apiade de nuestras penas, y que, de forma natural, nos acompañe en el dolor, y también en la sanación de aquello que nos hace sufrir.
El amor de Cristo se demuestra teniendo una comunicación mutua, cuando dejamos que nos hable a nuestro corazón, que sabemos que tal o cual enfermedad, tiene la solución en la comprensión de la naturaleza de Jesús, hombre igual a nosotros, menos en el pecado.
Para que a partir de hoy le gritemos:
¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!… cada vez que nos acerquemos a su corazón.
¡Con mucho fervor!
Luego entonces amigo lector, no nos quejemos del México que estamos viviendo, porque en ello quede claro: ¡Tenemos el País que queremos!? Esa es mi apuesta ¡y la de Usted?…