HÉCTOR ORTEGA RANGEL
“Oh amigos, cesad esos ásperos cantos. Entonemos otros más agradables y llenos de alegría Abrazaos criaturas innumerables, que ese beso alcance al mundo entero”.
Estos son versos que forman parte de la “Oda a la Alegría”, compuesto por Friedrich von Schiller para la magna composición de la Novena Sinfonía Op. 125 en re menor de Ludwig van Beethoven y que cumple 200 años de haberse estrenado en el hoy desaparecido Teatro Kärntnertor de la ciudad de Viena.
La obra fue terminada en febrero de 1824 e interpretada por primera vez el 7 de mayo del mismo año.
El mundo musical rinde homenaje a esta composición, considerada obra suprema, en todos los rincones de la Tierra y particularmente en la Casa Beethoven en la ciudad de Bonn, Alemania. Allí se repetirá el programa original que en aquel entonces se presentó bajo la dirección del maestro Michael Umlauff, acompañado por el propio Beethoven. Dicho programa incluyó la “Novena Sinfonía”, partes de la “Misa Solemnis” en re mayor, escrita poco antes que la Novena, así como la Obertura de “La Consagración de la Casa”.
Esto se volverá a interpretar con los instrumentos musicales y la conformación de la orquesta y coros propios del año 1824.
COMPOSICIÓN EXCELSA
Beethoven pasó la mayor parte de su vida atormentado por la muerte prematura de su madre, el maltrato de su padre cuando aún era pequeño, sus amores no correspondidos, la enfermedad de los oídos que poco a poco lo fue dejando sordo y que lo sumergió en un abismo de tristezas.
Aun así, Beethoven siempre quiso cantar a la alegría y a la libertad que tanto añoraba.
Quería emprender una batalla contra el dolor y coronar con una obra excelsa que bajara del cielo su deseo de que toda la creación y la humanidad entera se unieran en un canto de amor y paz.
Mucho tiempo le tomó a Beethoven darle forma a esta obra. Decía Schiller que, en su soledad, el compositor se la pasaba trabajando y caminando por los bosques y los campos de Baden y, a veces, volvía a casa olvidándose dónde dejaba su sombrero.
Fue así como llegó el momento de dar al mundo una nueva sinfonía de gran extensión e introduciendo la voz humana dentro de esta forma musical, en la que hasta entonces únicamente se echaba mano de instrumentos musicales.
Una obra que en sus tres primeros movimientos nos preparan para recibir en el siguiente movimiento un triunfo de la alegría sobre las tristezas que aquejan al ser humano. Es la Sinfonía con Coros que domina el alma ante todas las tempestades.
El primer movimiento es un Allegro ma non troppo con carácter agitado y de ansiedad, donde fugaces frases descendentes de las cuerdas, acompañadas por un fondo continuo de los cornos franceses y temblorosas notas de los chelos, se repiten una y otra vez hasta que, ganando fuerza y mayor instrumentación, llegan al potente tema principal del movimiento.
Durante el desarrollo siguen materiales melódicos derivados del primer tema con carácter relajado y algunos momentos de tensión. Al final del movimiento apreciamos que la agitación vuelve con más fuerza y surgen los timbales emitiendo notas frenéticas durante casi 40 compases, como simulando una tempestad que dejan al oyente en una situación inconclusa, buscando la luz que nos pueda mostrar un añorado y final feliz.
El segundo movimiento es un scherzo molto vivace que Beethoven coloca por única vez en segundo lugar en vez del tercero, como las demás sinfonías. El tema principal está en forma fugada, es decir, a manera de imitación del tema, mientras las voces se van acumulando hasta formar un tutti con toda la orquesta. En la parte central, el autor introduce un trío que interpreta variaciones rápidas del tema anterior. Posteriormente, el movimiento termina con la repetición del scherzo.
El tercer movimiento es un Adagio molto e cantabile, de los más bellos e inspirados de Beethoven. En esta parte se ejecutan dos temas con el mismo carácter sosegado luego de los agitados y dramáticos movimientos anteriores.
Un crítico musical dijo que ambos temas “tienen el aliento de la divinidad y flotan hacia el infinito”.
Añadió: “Es como si la música borrase las ideas del tiempo y el espacio y nos diera una visión de la eternidad”.
El cuarto y último movimiento a varios tiempos comienza de manera puramente instrumental, recordando fragmentos de los tres movimientos anteriores y, a la vez, anunciando el tema principal del movimiento en curso, pero ahora con la participación de la voz humana. Todo se vuelve un regocijo donde el barítono comienza a recitar la Oda a la Alegría y entona el famoso tema musical, seguido del coro y los demás solistas.
A dicho tema, Beethoven le da diferentes tratamientos: incluso la segunda parte recuerda el carácter de su Misa Solemne, escrita casi a la par de la Novena. Después de una coda que no parece terminar, el movimiento llega a un final feliz a ritmo de prestissimo, remarcado con toda la fuerza de los coros y la orquesta.
CLÁSICO INMORTAL
El estreno de la obra el 7 de mayo de 1824 fue todo un éxito y hubo de ser interrumpida durante la intervención de los timbales del scherzo. Beethoven, que no podía escuchar los aplausos por su sordera avanzada, siguió dirigiendo hasta que la cantante solista Carolina Unger le hizo volverse al público para recibir la gran ovación.
Incluso la policía tuvo que intervenir para poner orden en la sala del teatro. A partir de entonces, la Novena Sinfonía se convirtió en todo un símbolo que muchos compositores de diferentes épocas le han rendido merecidos homenajes. Gustav Klimpt, artista austríaco contemporáneo, le dedicó un mural llamado “Friso de Beethoven”, exhibido en el Pabellón de la Secesión en Viena.
El maestro Leonard Bernstein dirigió la Novena Sinfonía el 9 de noviembre de 1989, día de la caída del Muro de Berlín, donde la palabra “Alegría” del texto coral fue cambiada por la palabra “Libertad”.
Esta melodía se convirtió después de la Segunda Guerra Mundial en el himno oficial de la Unión Europea y la partitura completa fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el 2001.
Pocas obras han sido tan dirigidas por importantes directores.
Y es que nadie puede quedar ajeno a la emoción que Beethoven logró plasmar en su obra maestra: “No hay nada tan bello”, escribió él mismo, “como acercarse a la divinidad y derramar sus rayos sobre la raza humana”.
No cabe duda de que la Novena Sinfonía seguirá siendo por muchos siglos el símbolo de reconciliación y hermandad entre los hombres.
¡Nuestro agradecimiento eterno al gran maestro por su legado musical al mundo!