Narciso es un personaje de la mitología griega descrito por Ovidio en el tercer libro de “Las Metamorfosis” que data del año 43 A.C., personaje que se consume al enamorarse de su propio reflejo en el agua y no poder alcanzarlo y poseerlo. Es una historia trágica y romántica que ha dado lugar a que, por sus peculiaridades, se nombre como narcisismo a un trastorno de la salud mental caracterizado por la adoración del sujeto sobre sí mismo.
A la luz de lo que ha pasado en el presente régimen cuatro teísta, queda la impresión en algunos como yo, y otros tantos no convencidos por la retórica presidencial, de que estamos siendo gobernados por un narcisista que no gobierna frente al pueblo sino frente a un espejo.
Especialistas han determinado que algunos de los síntomas que presenta un narcisista son: tener un aire de superioridad irrazonable y necesitar constantemente la admiración de los demás; hacer que sus logros parezcan más importantes de lo que son; criticar y menospreciar a las personas que no consideran importantes; incapacidad o falta de voluntad para reconocer las necesidades y los sentimientos de los demás; además tienen dificultad para reaccionar a aquello que perciben como crítica, se impacientan y enojan cuando no reciben un reconocimiento, reaccionan con ira o desdén, tratan con desprecio a otras personas y tienen dificultad para manejar sus emociones y comportamiento.
Si usted ubica estos síntomas en las conferencias mañaneras tal vez no necesite un diagnóstico profesional para darse cuenta de la presencia de estos y otros detalles característicos de una personalidad narcisista en un gobernante que pretende además, que la imagen que él ve reflejada en sus espejos, se imprima en las páginas de la historia.
Es muy caro lograr ese empeño por trascender. A los 300 mil millones de pesos que costó la cancelación del NAIM, súmele los 116 mil millones que costó la construcción del Aeropuerto Felipe Ángeles; agregue los 11 mil 800 millones de dólares que lleva invertidos en la Refinería Olmeca, más los 409 mil millones del Tren Maya y 20 mil millones hasta ahora ejercidos en el proyecto del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec.
Grandes inversiones sin duda, pero poca racionalidad y muchos costos supervinientes, todo para nutrir un discurso demagógico del narcisista que pretende pasar a la historia como un gran transformador sin haber conseguido cambiar nada, solo el estilo personal de gobernar.
Pero si la suma de recursos gastados para satisfacer las ocurrencias presidenciales no alcanza a sorprender, agregue lo de la última, con la cual pretende pasar como un presidente nacionalista a la altura de Lázaro Cárdenas o López Mateos, que es la compra de 13 plantas generadoras de energía eléctrica a Iberdrola con un costo de 6 mil millones de dólares, la cual se anuncia como una nueva nacionalización de la industria eléctrica, que deberá abonarse a la “nacionalización” del litio, la que afortunadamente hasta hoy no ha aumentado la deuda pública, pero cuya intención sí afectará a futuros proyectos de inversión.
Se “nacionaliza” lo que ya es propiedad de la nación como son las riquezas del subsuelo y una compra de infraestructura se vende como conquista de soberanía, aunque el gas con el que trabajan venga de los EUA.
Retórica pura, propaganda electoral, brillo para el espejo del narciso urgido del reconocimiento de la historia.
Sin embargo, hay otra lectura de la historia de un sexenio en el que se destruyó mucho del entramado institucional sin construir lo que habría de sustituirlo. Será la historia de seis años de empeños por acreditar que el poder se centra en él y no en las instituciones del Estado; seis años de campaña permanente a través de programas sociales que distribuyen recursos sin transparencia ni medios de control, solo para que el presidente se mire todas las mañanas en el espejo de su vanidad como un líder justiciero, aunque desprecie a las víctimas de la violencia contra las mujeres, a los niños con cáncer, a las madres sin guarderías y agreda, insulte y descalifique a quienes, con argumentos le muestran sus fracasos o desatenciones.
En ese espejo no tienen cabida los miles de desaparecidos, ni las masacres que cometen los cárteles tolerados, ni los miles que sufren extorsiones y cobros de piso o las comunidades y sus pobladores expulsados por la violencia criminal.
Lo importante es que el espejo refleje lo que él ve, que es su imagen heroica y magnánima, digna de entrar a la historia encabezando una transformación de la que no alcanzó a poner ni un solo peldaño sólido y sabedor de ello, ahora se empeña en controlar su sucesión y dejar un heredero como en una monarquía.
También transforma quien destruye y en eso sí ha sido efectivo, y aún insistirá en ello, pero eso estará en esa otra historia que desafortunadamente no ve, porque está reflejándose cotidianamente en el espejo de la realidad, que seguramente no es el que tiene en su recámara o en el despacho presidencial.