Desde el Calvarito
¡La manada. Gatas y textos!
“Un gato es honesto emocionalmente; los seres humanos por una razón u otra pueden ocultar sus sentimientos, un gato no lo hace” Ernest Hemingway-
Crecí en una casa de tres patios, al que llamaban corral, era una pequeña selva que envolvía las ruinas que servían de guarida a los gatos que los vecinos abandonaban y que al deambular por las azoteas se refugiaban en ellas, venciendo al frio y las “mentadas” que les lanzaban los somnolientos que sentían que su canto gatuno les interrumpían el paraíso. Entonces era muy común que se reprodujeran con singular alegría en las noches queretanas aderezadas por maullidos con todos los tonos y armonías que quebraban en múltiples pedazos a la imaginaria paz provinciana. En mi niñez fueron mis compañeros de juegos; vencedores del silencio y domadores de mi soledad; de vez en siempre, les acercaba a los recién nacidos trozos de camisas viejas que ya no permitían ningún parche y que se convertían en sus mágicas frazadas; por lo tanto en mis inicios, los gatos son mis amigos. Recuerdo que una mañana después de cumplir nueve años, mi madre enojada con uno que para salvarlo-según yo- del hambre, lleve a su casa y le había roto un porta retrato enmohecido, ordenó con acento militar tirarlo en un rincón de la ciudad museo donde nací; agarre al encargo gris y decidí irme con él a la Ciudad de México, me pareció inhumana la orden de Esperanza y por lo tanto lo mejor que se me ocurrió era escapar como lo hacen a los que les arrancan un pelo y como sin nada. La aventura duró siete días, mi amigo, el pardito de cuatro patas y bigotes enhiestos, cuando le dije que me regresaba, escapó de mis brazos y con una sonrisa picara se despidió desde una barda de un baldío cosmopolita, al marcharse emitió un maullido amistoso, se sentía libre y sabía que ya se había cumplido mi misión afectiva, entonces decidí volver a casa, el castigo que me gané fue la primera comunión y soportar a un “curita”, aburrido y borrachín-
El gato blanco y célibe se mira en la lúcida luna del espejo/ y no puede saber que esa blancuray esos ojos de oro que no ha visto nunca en la casa/ son su propia imagen. “Poema a Beppo” Jorge Luis Borges.
Pasaron los años, heredé el apodo del hermano mayor que por el color de los ojos le llamaban “el gato”, por lo tanto fui “el gatillo” y confieso que el pseudónimo medio me caía bien. Fue habitual que entre los vecinos, nadie conociera mi nombre y sií el apodo; que se hizopopular en peleas de barrio y en algunas fiestas donde era bienvenido o temido. Fueron tiempos de comenzar a desafiar las hojas en blanco, como hacen los gatos con la vida. En mis constantes viajes siempre busqué y busco en calles solitarias a un gato, al que le canto o le digo poemas.
Trata las ideas como a los gatos, haz que te sigan. Ray Bradbury
En los primeros días con la Mimo, allá por los mediados de los años setentas. Le conté a mi compañera lo antes escrito y en una visita a mi amada Lola, sin decir nada, se introdujo al tercer patio y silenciosa regresó con una gata negra, de quince días de nacida entre las manos. Con el rostro lleno de orgullo como si hubiera encontrado al Vellocino de oro dijo: ¡estamos completos!, la llamo Betia, como vocablo mexicano derivado de Bastet, la diosa egipcia. Betia viajo con nosotros a Guanajuato, Mérida, Cuernavaca tal y tal, alguna vez regreso a Queretaland, a la casa donde nació y veloz se subía a la jacaranda del segundo patio y, desde ahí contemplaba a su familia perdida que continuaban procreando. En sus batallas juguetonas con mi hijo mayor, los arañaos que le propinaba por jalarle la cola eran épicos y dolorosos sin embargo los dos no pedían tregua y se buscaban constantemente para seguir el combate amistoso-.Con ella comenzó la manada que durante 41 años acompañó nuestra vida…
Los gatos no son animales, son poemas ambulantes- Roseana Murray
Este invierno fue el final de la familia gatuna que llegó a tener 16 integrantes; alguna vez charlando con Carlos Monsiváis, en su casa de la capitalina colonia Portales, le externé que la afición que tenemos -los que nos dedicamos a los textos- a estos independientes compañeras domesticas es ancestral; le señalé que las que vivía en casa eran hembras y que respondían al nombre de celebres bailarinas, Isadora, Goule, Yaya, Wualdin Misha, etc. etc.; otra eran personajes mitológicos: Neferttiti, y el único macho. Talos, fue singular ya que pensó que tenía alas y una mañana desde la azotea salto a la nada. A una que nombramos con aquel de la canción Pichi, yo la llamaba como aquel célebre teatro de revista de la Ciudad de México “Blanquita. Carlos al finalizar la charla dijo: ¡Soy un gato sin gracia y sin siete vidas¡”.
Esta estación del año que ya casi termina, se llevó a las últimas de la manada, mes con mes, sin impórtale sus siete vidas, las fue atrapando en las redes de la muerte: Como siempre les dimos sepultura esperando que poco a poco se transformen en plantas que vivirán en casa. Entonces como lo han hecho otras de sus integrantes habitaran junto a los textos de los libros que son como mi espina dorsal y los textos que escribo para canciones, informativos y volúmenes de poesía, junto a ellos cruzaremos los tiempos hasta que caiga el aerolito o estalle el universo… Porque siempre he pensado lo que me ensenó Aldos Huxley: Si quieres escribir sobre los humanos, ten un gato en casa.