Después de 18 años de gobierno, se despidió Angela Merkel. Seis minutos de aplausos sacudieron a Alemania entera. Bien merecidos. Competente, hábil, honesta. Hizo lo que tenía que hacer. Nunca se quejó de sus predecesores ni habló de más, ni menos tonterías. Nunca tampoco pasaron por su mente ocurrencias, ni buscó la popularidad. Se condujo con modestia, incluso en su indumentaria. “Soy empleada pública, no modelo”, solía decir. No habitó en palacios ni tuvo empleadas domésticas. Lavaba su ropa y su esposo operaba la lavadora. Vivía en un apartamento como un ciudadano común. Invirtió en la educación más que en ninguna otra cosa. Y pagaba bien a los educadores, más que a otros profesionales. “Los ignorantes nos cuestan mucho dinero”, declaró en una entrevista.
Al retirarse, volvió a su casa, la de siempre. La imagino haciendo sus compras como cualquier consumidor. No como un gesto demagógico, sino por convicción. Toda una lección del sentido del deber, Kantiana después de todo. Su huella más profunda: una Alemania como primera potencia europea. Sin vanagloria, sin fórmulas huecas. Para eso fue elegida. Y cumplió con dignidad. Una gran mujer, discreta y eficiente como se le exige a un buen gobernante que modela un presente y traza un futuro. El pasado quedó atrás. Y en el caso de Alemania, muy doloroso. El nacionalsocialismo fue una tragedia de proporciones inverosímiles: significó el exterminio de millones de seres humanos cuya única culpa había sido el estigma de ser judíos. Pero Angela, sin olvidarlo, se concentró en el bienestar de los suyos. Unas palabras que resuenan como un aforismo, la dibujan: “los presidentes no heredan problemas. Se supone que los conocen de antemano. Por eso se hacen elegir para gobernar con el propósito de corregir esos problemas. Culpar a los predecesores es una salida fácil y mediocre”. A quien le venga el saco, que se lo ponga. Claro: estamos en Alemania, no en México, donde la educación básica ha ido a parar en manos iletradas, donde la economía va en picada, donde la pandemia crece como un tumor maligno, donde la vacuna que está por llegar, sigue escasa para nuestras dimensiones demográficas, y la que llega es distribuida desordenadamente. Alemania es un país serio, nosotros, no.