Recuerdo el chiste. Un vagabundo se sube a un transporte público y se sienta al lado de una emperifollada mujer, la que al verlo ubicarse a su lado se recorre de inmediato para estar lo más alejada posible. El vagabundo no se intimida y se sienta lo más cercano a ella. Saca de entre sus andrajos una torta y alzándola se la ofrece a la dama, que enarca las cejas y hace un gesto de asco. El zarrapastroso se termina de comer la torta y de entre sus trapos saca una botella con líquido, destapa el tapón improvisado, bebe algo del contenido y le ofrece la botella a la dama, que lo observa con desprecio y trata de alejarse aún más de su impertinente acompañante. Ante el total desaire el vagabundo vuelve a tapar la botella, ve a la dama, la recorre con la mirada y le habla: “¡Ton’s qué! ¿De ir a hacer el amor, mejor ni hablamos?”
El chistorete me vino a la mente, porque si el saludo de contacto con la piel está satanizado, el beso francés, que ya había logrado hacerse rutina en México, el de un besito en cada mejilla, pues mejor ni hablamos. Me doy totalmente por vencido y no lo lograremos resucitar como una práctica social, es más, creo que los mafiosos, que acostumbraban a besarse, también deberán de cambiar de práctica. Los rusos, que en el encuentro se besan en la boca, no creo que ya tampoco lo hagan. Lo único que nos queda es rescatar el beso erótico, el beso bien dado, insisto, no es el besito sangrón de las reuniones sociales. En el beso erótico se ponen en juego 29 músculos, 17 de ellos relacionados con la lengua, por cierto, el músculo más fuerte de todo el cuerpo. Todo aderezado con 9 miligramos de agua; 0.18 de sustancias orgánicas; 0.7 de materias grasas; 0.45 de sal; centenares de bacterias y, en lo que más espléndido es el beso, es en los millones de gérmenes que se intercambian.
Por esta última razón, no son buenas épocas para el beso. Si tomamos como experiencia la pandemia española, estemos preparados para defender el beso, pues hace casi un siglo fue víctima de una campaña degenerada que pedía prohibirlo por considerar su práctica: “Absolutamente antihigiénica”. No puedo evitar recordar la tesis de Woody Allen: “¿El sexo es sucio? Si lo haces como es debido…Sí”. Según el cronista Héctor de Mauleón el epitafio de esa nefasta campaña lo escribió Ramón López Velarde con el siguiente desafiante poema: “Mis besos te recorren en devotas hileras encima de un sacrílego manto de calaveras”.
El beso ya no nos interesa como saludo, es irredento, sino por su simbolismo, No lo podemos dejar arrumbado y con el peligro que desaparezca. ¿Por qué el beso ha sido en la parcela de la relación física entre los humanos lo que más atrae la inspiración de los poetas, músicos, novelistas, cineastas, pintores, escultores, fotógrafos? ¿Por qué no se merece semejante privilegio de fascinación intelectual y artística, por ejemplo, el arrobamiento intenso, sin tiempo ni lugar, del orgasmo? ¿Por qué tan abrumadora supremacía de los labios que se juntan sobre la imaginación creativa? Amenazo con dedicar algunos artículos a reflexionar sobre el tema del beso erótico. Después de leerlos, advierto, pueden registrar niveles más altos de temperatura, que no se confundan con un síntoma del virus. Échenme la culpa.