En pocos días, habrá de presentarse a la Cámara de Diputados el proyecto de presupuesto 2021 del gobierno federal y, según lo adelantado por el Secretario de Hacienda a los diputados de MORENA, será un presupuesto austero. Según los analistas financieros, se espera que los ingresos disminuyan y en consecuencia también el gasto gubernamental y se buscará mantener un déficit primario no mayor de 5 puntos. Según ha trascendido, se estima en dicho presupuesto que el precio del petróleo se sitúe alrededor de los 40 dólares por barril y el dólar se mantenga en el nivel de los 20 a 22 pesos, con una inflación estimada por el Banco de México en el rango de 3.5 a 4.5%.
Visto así, será un presupuesto sensato, que reconoce la realidad de la economía y por lo mismo maneja cifras congruentes con la situación, particularmente del estado que guardan las finanzas públicas, mismas que, como dijo el Secretario Herrera, ya se acabaron los guardaditos, es decir los fondos de contingencia y de nivelación de los ingresos estatales, así como los fideicomisos en los cuales había una bolsa disponible.
Traducido al lenguaje familiar, será como vivir al día, gastando en lo imprescindible, sin capacidad de ahorro o de inversión a futuro. Se dirá que esta crisis deriva de la pandemia sin embargo, la caída ya se venía dando desde el 2019 por el estancamiento de la economía y la consecuente disminución del ingreso para el gobierno y el incremento en el gasto social, en los proyectos prioritarios como Dos bocas y el aeropuerto de Santa Lucía y las inyecciones de recursos a PEMEX para mantener su solvencia, lo que obligó a echar mano de esos fondos de reserva para no recurrir al endeudamiento o al crecimiento del déficit gubernamental.
Lo cierto es que la crisis nos llegó con una ferocidad como no se ha visto en los últimos 80 años y de la cual no habremos de salir ni fácil, ni pronto. La ventaja que tenemos es que, a diferencia de otras crisis, los efectos de ésta no se sentirán de golpe. Mucho ayudará el que el Banco de México siga operando con criterios “neoliberales” para controlar la inflación y el tipo de cambio y la economía estadounidense se recupere más velozmente, por los apoyos que el gobierno norteamericano ha dado, lo que impedirá que las remesas se reduzcan y sigan protegiendo a un amplio segmento poblacional, por cierto, con una cobertura y suficiencia mayor que los cacareados apoyos gubernamentales a los pobres.
Los efectos de la crisis habrán de sentirse en el empleo, en la disminución del ingreso en las familias que dependen de un salario; hasta el mes de marzo se habían perdido en México casi dos millones de empleos (1.9), para junio ya sumaban 12 millones y los ingresos, según el INEGI, habían descendido un 28% en el promedio nacional. Con esos números podemos decir que la crisis afecta ahora a uno de cada cinco de la población económicamente activa, pero es previsible que la disminución del ingreso se acentúe y sus efectos se noten paulatinamente.
Con un presupuesto federal de subsistencia, finanzas públicas a punto de perder el grado de inversión, con ingresos insuficientes por una previsible caída de la recaudación de IVA, IEPS e ISR, la inversión pública virtualmente inexistente y la privada retraída, una economía disminuida por el bajo consumo derivado de la caída de los ingresos, la recuperación se antoja como una aspiración lejana y la crisis se cierne lentamente sobre nosotros, es decir que no sufriremos de golpe como en crisis anteriores pero el empobrecimiento será lento pero seguro.
La situación amerita que se implementen políticas que ayuden a recuperar el empleo y aumentar el ingreso a través del fortalecimiento de las empresas, es imperativo recuperar el poder adquisitivo de las familias y el consumo y para ello, la política actual de subsidios a los pobres es insuficiente. El gobierno no puede ni debe, seguir administrando la crisis para evitar el costo político, como lo hace actualmente con la pandemia, en la que mueren miles de mexicanos pero los hospitales no se saturan (que ironía). No se debe dejar morir a las empresas y provocar el desempleo, evitando el estallido social con dadivas bimestrales, así se ganan elecciones pero se pierde el país. No se trata de rescatar a los ricos, esa es una óptica miope para la dimensión de la crisis. Se trata de salvar al país en su conjunto, y no la imagen del gobierno, de construir un México en el que quepan todos, con fórmulas y políticas que respondan a la realidad y no a la quimérica idea de transformación que trasciende en este régimen, en el que el combate a la corrupción (¿?) parece un fin y no un medio y en el que la visión de futuro se queda en la protección de los pobres de hoy, sin preocuparse por los de mañana.