Cada vez que salimos de un evento altamente disruptivo como una pandemia o una guerra mundial se generan grandes cambios. Nuestro contexto actual no será la excepción. Desde la perspectiva de la macroeconomía, podría generarse un cambio sistémico debido a una disminución del gasto de las familias (a gran escala) a causa del debilitamiento de los ingresos por el desempleo y subempleo. Simultáneamente habrá un incremento en el ahorro lo que disminuirá aún más el gasto corriente. Para las empresas, una serie de quiebras destruirán el capital económico y humano acumulado por años, muy difícil de revertir en el corto plazo. Por otro lado, disminuirán el ritmo de sus inversiones por la incertidumbre que ha generado la pandemia y las respuestas de política-económica que están tomando los dirigentes de las naciones, con grandes diferencias de un país a otro. Los cambios y el proceso electoral en Estados Unidos afectarán especialmente la inversión en México y, el T- MEC no será la salvación.
En el ámbito de la microeconomía el virus actúa como un impuesto sobre las actividades que involucran contacto humano. Esto acelerará los cambios en los patrones de consumo y producción, lo que a su vez provocará una transformación estructural más amplia. De hecho, ya hay muchos ejemplos de esto. Antes de la pandemia ya habíamos entrado en una nueva etapa del comercio minorista. La actividad económica fluye hacia el comercio electrónico y los restaurantes experimentarán una transformación, muchos cerrarán y si en un futuro regresan, serán diferentes.
La pandemia también acelerará la toma de control de la economía por parte de las grandes empresas, sobre todo los gigantes del comercio electrónico. En los inicios de esta crisis, las compañías más resilentes fueron Amazon, Wal-Mart, Costco y Home Depot, entre otros, cuyos precios de acciones están cerca de máximos históricos. En los Estados Unidos las compras en línea pasaron de ser un hábito para una minoría de consumidores para convertirse en una tendencia generalizada. Un tercio de los estadounidenses compraron comestibles en línea el último mes y decenas de millones lo hicieron por primera vez. Las entregas de Wal-Mart se han disparado y Amazon ahora retrasa las entregas de artículos no esenciales para hacer frente a una demanda sin precedentes. Un análisis reciente de UBS predijo que COVID-19 aumentará el comercio electrónico del 15% al 25%, una década de cambio en tan solo unos meses. No habrá reversa.
Para pensar en los cambios que vendrán en el futuro, basta observar lo que está pasando en China con Hema, una cadena de supermercados operada por el gigante de comercio electrónico y tecnología, Alibaba. Prácticamente todo está computarizado dejando a muchos sin trabajo. En Estados Unidos, la tendencia es similar, el sector de plantas procesadoras de carne que habían sido muy reticentes a la automatización (debido al acceso a mano de obra barata) hoy finalmente están tomando pasos decisivos en esa dirección, para evitar el costo de implementar medidas de seguridad y sanitarias.
La automatización acelerada, los cambios en los hábitos de consumo, entre otros, también generará un aumento de la desigualdad, ya no solo económica, sino también un incremento en la brecha digital, que ya era preocupante. De la mano de la automatización viene el desempleo, sin que los países cuenten con medidas claras de cómo mitigar este impacto en la clase trabajadora, todavía más grave para los inmigrantes y en particular, para los cientos de miles de mexicanos que trabajan en este sector en Estados Unidos.
Como he dicho en muchas ocasiones, no nos estamos moviendo de un estado estático a otro, sino a una dinámica de constante cambio. Esto requiere de estructuras, políticas y liderazgos ágiles y progresistas que puedan moverse al ritmo que demandan estos tiempos.
*Esta columna se publicará nuevamente el 17 de Agosto.