QUERETALIA
LA EJECUCIÓN DE MAXIMILIANO
Por: Andrés Garrido del Toral
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Con la estupenda coreografía de la ciudad de Querétaro como fondo, Maximiliano –al igual que sus generales- se despierta con un toque de diana a las tres y media de la madrugada de su nuevo y último día: miércoles 19 de junio de 1867. Basch se levanta y llama a los criados Grill y Tüdos para que preparen la celda para la misa que ha de tener lugar a las cinco, habiendo improvisado el altar doña Concha de Miramón días antes. Los sacerdotes llegan a las cuatro de la mañana y confiesan a los penitentes y al sonar las cinco en el reloj comienza el oficio religioso encabezado por el padre Soria y Breña, quien se nota conmovido y de vez en cuando interrumpe con sollozos la homilía. La concurrencia nada más son el médico, los dos criados, los cuatro sacerdotes y los tres condenados, quienes reciben el viático con devoción y vestidos elegantemente de negro, solamente que Mejía se colocó debajo de su chaleco la banda azul de general divisionario. Al cuarto para la seis de la mañana se les sirve un desayuno que consiste en media botella de vino tinto, pollo, pan y café. El gobierno puso especial empeño en que la última mesa de los presos fuera digna y decorosa. Inmediatamente después de tomar sus alimentos, Miramón escribe tres documentos donde resalta el cierre de su “diario” y la súplica a Concha su esposa de que no guarde rencores para quienes le hacen tan grande mal. El indio recio de Mejía no quiere ya saber nada de las cosas de este mundo y sigue preparándose para la otra vida.
En Capuchinas, Maximiliano apurado por el capitán de Supremos Poderes, Rosendo Allende, vuelve a entregar al médico Basch el anillo nupcial, le repite los encargos y le da también un escapulario para su madre, la archiduquesa Sofía, el cual le había regalado su confesor Soria.
A las seis y media de la mañana vino por los detenidos el coronel Palacios fuertemente escoltado y los condujo a los carruajes de sitio 10, 13 y 16 que habían sido alquilados por el cuartel general desde la noche anterior y que ya esperaban afuera del claustro. Antes de bajar la escalera Miramón le preguntó a Maximiliano quién de Mejía y él harían el papel de Dimas y quién el del mal ladrón llamado Gestas, a lo que el austriaco contestó: “Señor general, ya no es tiempo de chanzas, puesto que la cosa es bastante seria”. Pero todavía en el corredor capuchino Maximiliano bromeó a Miramón preguntándole si le parecía bueno el traje llevaba para el suplicio, a lo que el Macabeo contestó con una sonrisa en los labios: “ Señor, como es la primera vez que me van a fusilar, no puedo decir a usted si ese traje que lleva sea adecuado al objeto” Aún tuvieron tiempo para intercambiar comentarios sobre el sentimiento que invadía al rubio imperialista el no haber conocido a fondo a Miramón y éste le reprochó en tono amistoso el que hubiera confiado Maximiliano más en Márquez que en él, porque de no haber sido así ahora estarían cubiertos de gloria consolidando el imperio.
Por su parte, Víctor Darán afirma que también Maximiliano le preguntó a Miramón el significado de las dianas y toques de clarín que se escuchaban hasta el corredor, a lo que éste también afirmó que no sabía por ser la primera vez que lo fusilaban. Se dice que el abogado Eulalio Ortega fue testigo de este comentario por acompañar a la comitiva e ir dialogando con el archiduque.
Basch se despide de Maximiliano en el descanso de las escaleras y ahí queda, ya no puede más, le faltan las fuerzas.
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Basch está abatido en Capuchinas. Son las siete con cinco minutos y la descarga se oyó claramente en la parte baja de la ciudad, no así en las partes altas como La Cruz y San Francisquito. En la mayoría de los hogares hay luto y se reza de hinojos. ¡Es el epílogo de un sueño dorado construido en cimientos de arena!
Cuenta el señor Loyola que al ser trasladado el cadáver de Maximiliano del cerrillo al templo de San José de Las Capuchinas, unas damas enlutadas y llorosas se acercaron a la caja de muerto y empaparon sus pañuelos en sangre real. Al llegar a Capuchinas a las ocho de la mañana, Palacios saluda a Basch de mano y sin poder guardar sus emociones exclama que Maximiliano “era una alma grande”. El fiscal Refugio González y su escribano Félix Dávila levantan el acta correspondiente de la ejecución de sentencia y cierran el expediente, el cual entregan a Mariano Escobedo, que a su vez da parte por vía telegráfica al supremo gobierno de dicho cumplimiento. Se dice que después de recibir la noticia del fusilamiento, Juárez cayó durante una semana en un estado de decaimiento. Seguramente fue la reacción que sigue a cuando uno concluye con un estado de tensión prolongado, productor de adrenalina, y luego viene la calma.
No había pasado mucho tiempo después del fusilamiento cuando ya la celda capuchina de Maximiliano presentaba pintas expresando dolor, pesar, perdón y resignación, hechas por los celadores. Del cuartel general se ordena que los médicos Licea y Rivadeneira hagan la necropsia en Capuchinas y el embalsamamiento, el cual durará ocho días, pudiendo Basch estar presente en todo eso. Dice el doctor Ratz que el general y médico Rivadeneira ni las manos metió en tales operaciones por no ser de su especialidad. El cuerpo de Max se deposita en una larga y fría mesa cubierto con una sábana, cercano al cadáver de Mejía, a donde acuden Escobedo y el señor Loyola, observando que el del príncipe casi está como cuando vivía, salvo la lividez cadavérica, pero el rostro de Mejía está más feo que cuando estaba vivo, “como una pesadilla”. Algunos morbosos presencian la triste tarea del ginecólogo Licea, que dejó pasar al fotógrafo Francisco Aubert para que se llevara a fotografiar las ropas de Maximiliano en su estudio privado. Después de tomar las placas, Aubert entrega los vestidos a Basch.
El jueves 20 de junio se entrega a la viuda de Mejía el cadáver de éste y después de un modesto funeral donde asistieron principalmente campesinos de los alrededores y depositarlo unos días en la capilla de La Santa Escala en el templo de San Antonio, la mortaja es llevada a México donde será la inhumación en el panteón de San Fernando. El cadáver de Miramón ya fue embalsamado en la casa de La Zacatecana y también será llevado a la capital del país, a San Fernando, con su padre enterrado allí.
El de Maximiliano sigue en Capuchinas donde es visitado por muchos curiosos insanos, los cuales tampoco han dejado de ir al cerrillo del poniente, donde un recalcitrante partidario monarquista ha formado una ofrenda que contiene una “M” coronada, dejándola sobre el sitio en que su adorado monarca cayó fulminado. Sobra decir que en Querétaro no existían los elementos químicos necesarios para hacer un buen trabajo de embalsamamiento.