Quizá una frase resuma toda la sesión de ayer en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
La dijo la magistrada Janine Otálora cuando expuso sus razonamientos previos a la emisión del voto contra las candidaturas de Morena para Guerrero y Michoacán:
“La ley no puede quedar subordinada a la política. La polí5tica debe estar subordinada a la ley.”
Quien, al escuchar esa idea central en todos los alegatos, debe haber sentido un calambre, un retorcijón o una patada en salva sea la parte, fue el presidente del tribunal, José Luis Vargas, cuyo rostro compungido y sus maromas verbales para intentar la justificación de lo injustificable, fueron dignas del partido al cual defendía: una marranada, casi como la tumultuaria violación constitucional de hace unos días.
Sus gestos, primero, pero especialmente su intervención final, llevaba toda la actitud de quien ha quedado mal con un encargo.
Quizá habló luego por teléfono
— “Perdimos, jefe…”
El suyo fue el único, solitario, sospechoso voto en contra. Una pena su tartamudeo (“…es decir, ¿qué quiero decir…?”), una vergüenza su actitud, sobre todo cuando argumentaba sobre la inutilidad de haberle devuelto el asunto al Instituto Nacional Electoral para verlo de regreso corregido y aumentado.
–¿Entonces para qué?, dijo cuando quiso disfrazar la litis del caso (el incumplimiento legal), con los derechos electorales de los infractores. Su voz no sonaba como de juzgador, se oían los tintineos del abogado.
Hoy el abusivo semoviente va de vuelta a su dehesa, rumiando sus exabruptos, sus mentiras, sus falacias, todo el catálogo de falsedades con las cuales amenazó, primero, y quiso persuadir después, en medio de una rechifla celestial, de su inocencia plena.
Primero negando su condición de precandidato; después echando la pelota en el regazo del incompetente Mario Delgado, presidente de su partido, a quien acusó de no haber entregado los gastos de una precampaña supuestamente inexistente pero suficiente para dejar rastros de dinero –poco o mucho–, cuya existencia antes había negado.
La revisión del expediente judicial y los alegatos de los magistrados dejaron varias cosas en claro.
La primera y más importante, la exhibición plena de cómo se puede ejercer una función judicial por encima de presiones, plantones, amenazas de muerte contra la autoridad electoral y demás recursos callejeros, propios del escándalo “morenista”, su mayor recurso en vista de su falta de institucionalidad.
La segunda, la perversión política no logra –todavía– abarcarlo todo.
Y la tercera: la visibilidad palmaria de una intencionalidad tramposa en la conducta del partido y su frustrado candidato. Mañas, mentiras, dobleces.
Todo rumbo a una demostración en el tribunal: Salgado actuó con la deliberada intención de incumplir los simples trámites de un informe de gastos.
Ni siquiera los quiso ocultar, despreció el requisito porque sufre la misma enfermedad de su padrino político: la hybris, la soberbia del poder, el mareo y la arrogancia de quien se cree por encima de la ley, como su patrón, como Ignacio Mier –por citar otro caso– y de todos quienes en esa corriente (también como adjetivo), agrandan con el desprecio a toda norma, el tamaño de su delirio.
Hoy, los caporales de la ganadería mañanera, les deslizarán preguntas a los reporteros, (quizá no este Julio para regañarlos), quienes se las plantearán al presidente a modo, y ya veremos si estos togados son también cómplices del conservadurismo, vasallos de la reacción, esclavos corruptos de un sistema de privilegios cuyo fin la Cuarta Transformación desea acabar.
Sin embargo, no todo ha concluido. En el caso de Morón el tema pasa sin pena ni gloria. Su virtual insignificancia, más allá de llevar la divisa color tinto, lo convierte en un daño colateral.
Ahora faltan las otras investigaciones, las presentadas por las mujeres ofendidas contra un hombre al cual su partido no ha tratado como a Huerta el pederasta. A ese lo hundieron en 48 horas. A Félix lo defienden en la alta tribuna nacional y en el cotidiano salón, Guillermo Prieto del Palacio Nacional.
Por lo pronto los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial han rescatado a esa barra y han puesto las cosas en su lugar. Debe reconocerse.
Ahora no importa quien llegue como candidato sustituto a Guerrero. Hasta esta hora lo ignoro.
Pero lo más grotesco de Morena será la indudable presencia de Salgado Macedonio haciendo de quien llegue en su lugar, un “Juanito” de la Tierra Caliente.
Títere o marioneta. Lo mismo da.