Posiblemente la frase famosa de Octavio Paz sobre la historia de México sea hoy vigente como pocas veces antes. La sombra del misterio se extiende sobre nosotros y nos cubre con su oscuro manto.
Sí, es verdad “la historia de México está escrita la mitad con tinta negra y la otra mitad con tinta invisible”.
Y con esta segunda e imperceptible tintura del aire, el señor presidente de la República nos ha dicho una verdad incompleta.
Sí, es cierto: le entregó una carta al presidente de los Estados Unidos, Joe Biden (ya sabemos de los infinitos recursos epistolares de nuestro mandatario), en la cual –con argumentaciones favorables al humanismo y la inocencia– le pide benévola compasión para Julián Assange, el refugiado, procesado, perseguido, calumniado pirata del ciberespacio, quien no ha cometido “delito grave” alguno. Muchos menos ha violado Derechos Humanos.
Lo acusaron de violar humanas, pero esa es otra cosa.
Esto dijo el clemente presidente de México:
–Sí, le dejé una carta al presidente Biden sobre Assange, dijo a pregunta expresa de un reportero expresamente inducido para hacerla:
–¿En qué consiste esa carta, presidente? ¿Nos podría decir?
–“…Pues explicándole de que no cometió ningún delito grave Assange, él no le causó la muerte a nadie, no violó ningún derecho humano y ejerció su libertad, y que detenerlo iba a significar una afrenta permanente a la libertad de expresión y a la libertad. Y le explico que México ofrece la protección y el asilo a Julián Assange”.
Todo esto guarda en su clarísima explicación, sin embargo, un misterio: ¿le dice en la carta cómo las fuerzas progresistas del mundo seguirían cuando se inicie formalmente, su campaña para desmontar la Estatua de la Libertad en las aguas frente a Nueva York, porque ya no serán los Estados Unidos, nunca más, un territorio de libertades y por tanto se trocarán indignos de tal símbolo alegórico?
Misterio.
Y también es un misterio la acomodaticia condición de los temas, porque antes el presidente había explicado cómo las reuniones presidenciales no son para tocar temas relativos a delincuentes. Y Assange es un delincuente. No de la talla del señor Caro Quintero, pero sí ha delinquido, grave o venialmente.
Así respondió cuando, lo interrogaron sobre la conversación y el acuerdo para capturar a Caro Quintero:
–“No, no, no, Yo no trato estas cosas. Estos son acuerdos que tienen que ver con intereses generales, nacionales. Un presidente de México no puede ir a tratar con un presidente de otro país el asunto de un presunto delincuente. Eso a lo mejor lo hacían antes; nosotros no.
“Aquí hay la decisión de que se haga valer un auténtico Estado de derecho y que, al margen de la ley, nada; y por encima de la ley, nadie. Estado de derecho, y las instituciones tienen que cumplir con su responsabilidad.
“Entonces, no son negociaciones en lo oscurito con nadie”.
Pues en la penumbra o bajo la luz meridiana, pero el presidente sí ha tratado “el asunto de un presunto delincuente”. Caro no es un presunto nada. Es un procesado excarcelado; recapturado por interés del gobierno de Estados Unidos, y amparado –por ahora– para evitar una vengativa extradición.
Así pues, un ciudadano mexicano –por criminal como sea o haya sido– no es materia del interés binacional. Un extranjero, sí.
Esos son los misterios de ahora:
–¿Por qué defiende nuestro presidente a un pirata cibernético internacional, y no se conduele de los ataques a la libre expresión ocurridos en México a cada rato?
–¿Le advirtió a Biden en su intercesión epistolar el herrumbroso destino de la estatua?
Puro misterio es, ¿quién –si la iniciativa prospera—será el encargado de chatarrear la obra de Bartholdi e Eiffel?
De todas las ideas redentoras de nuestro presidente esta es, indudablemente, la más perdurable e inteligente.