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Y Dios creó a Brigitte…

Desde la terraza

por Ariel González
30 diciembre, 2025
en Editoriales
¡Mi reino por un bolillo!
6
VISTAS

Los años 50 la vieron nacer a la fama global. Había empezado a mostrar sus talentos y enorme belleza en películas como Le Trou normand (1952), de Jean Boyer, y Les Grandes Manoeuvres (1955) de René Clair, pero el reconocimiento internacional le llegó en 1956 con Et Dieu… créa la femme (“Y Dios creó a la mujer”), dirigida por Roger Vadim, quien además se convirtió en su primer marido. Ahí brilló con toda la intensidad de una diva, pero también con la naturalidad que despertaría tanto deseo y –tal vez en la misma dosis– rechazo moralista.

Íconos como ella sólo se producían de vez en cuando con un impacto transgeneracional evidente (hoy existe toda una industria que los crea y destruye o sustituye a toda velocidad). Marilyn Monroe o Sofía Loren podrían ser su competencia más próxima, pero son inútiles las comparaciones. Brigitte Bardot fue una bomba cuyo estallido rompió moldes y esquemas en todo el mundo favoreciendo eso que el feminismo adoptó como una de sus consignas más emblemáticas: la liberación femenina.

Simonne de Beauvoir lo supo ver y sentenció que la Bardot representaba a la mujer liberada en la Francia de la posguerra (con la obvia repercusión planetaria que esto tenía). La autora de El Segundo Sexo creyó entonces importante explorar lo que estaba sucediendo con esta estrella, quien rápidamente se convirtió en blanco de la iglesia, las buenas conciencias y todos los conservadurismos que vieron en ella la “carne del pecado”.

De Beauvoir se ocupó de ella en un ensayo: Brigitte Bardot y el Síndrome de Lolita, donde la aborda no como personaje cinematográfico, sino como protagonista de una nueva forma de ser de la mujer en el ámbito cultural y social: “Brigitte Bardot no es ni perversa, ni rebelde ni inmoral, y es por eso por lo que la moralidad no tiene ninguna posibilidad con ella. El bien y el mal son parte de convenciones a las que ella ni siquiera pensaría inclinarse”.

La atrevida y sensual actriz muy pronto se convirtió en la heroína y modelo de millones de chicas, amén de ser la más deseada por millones de hombres en todo el mundo. No mostraba ninguna culpa en la pantalla grande y esa actitud –más que las escenas eróticas en sí mismas–  convocó a la más beata censura; por si fuera poco, el mensaje parecía ser que las mujeres podían disponer del placer igual que los hombres.

“A ella no le importa –escribe Simonne de Beauvoir– la opinión de los demás. Brigitte Bardot no intenta escandalizar. Ella no tiene demandas que hacer; ella no es más consciente de sus derechos que de sus deberes. Ella sigue sus inclinaciones. Ella come cuando tiene hambre y hace el amor con la misma simplicidad, sin ceremonias. El deseo y el placer le parecen más convincentes que los preceptos y las convenciones. Ella no critica a los demás. Ella hace lo que quiere, y eso es lo que les molesta. Ella no hace preguntas, pero trae respuestas cuya franqueza puede ser contagiosa. Los lapsos morales pueden corregirse, pero ¿cómo podría curarse Brigitte Bardot de esa virtud deslumbrante: de la autenticidad? Es su propia sustancia. Ni los golpes ni los buenos argumentos ni el amor pueden quitársela”.

Y esa autenticidad la llevó a todas partes. Por eso fue capaz de retirarse muy pronto de los escenarios y de ser siempre una voz polémica. Cercana a la ultraderecha francesa  (se había casado con un empresario muy cercano a  Jean Marie Le Pen) se permitió, no obstante, guardar distancia con relación a diversos temas; convertida en ecologista y protectora de los animales, especialmente esto último, declaró en diversas oportunidades que había consagrado su juventud a los hombres y que su vejez la consagraría a la defensa de los animales.

La mujer que había inspirado a millones de mujeres no sólo con su estética personal sino con su espontaneidad y libertad aseguraba, paradójicamente, “el feminismo no es lo mío”. Cuando surgió el movimiento  # MeToo calificó las acusaciones de acoso de muchas actrices de “hipócritas, ridículas y sin interés”, y hablando de su propio caso decía que nunca había sufrido acoso sexual. Para rematar, acusaba a las impulsoras del  # MeToo de instaurar un nuevo puritanismo, mientras que a ella le parecían encantadores los piropos callejeros.

Así era la reina Bardot, como la llamó Marguerite Duras. Siempre la recordaremos bailando libre, rutilante, arrobadora y maravillosamente aquel mambo que la proyectó a la fama, recordándonos por qué Dios la creó.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

Etiquetas: BrigittecineFRANCIA

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