Columna invitada
Educación y campañas
En tres estados habrá este año elecciones de Gobernador y otros órganos. Se han celebrado, a fin de confrontar la postura de cada candidato, algunos debates. En ellos, a pesar de incluirse en el temario las cuestiones educativas, poca o ninguna atención les han merecido, como si el tema fuera deleznable o de poca importancia. |
Los debates, como las campañas, se han desarrollado de manera que ya ni siquiera se valen del habitual cúmulo de clichés y promesas genéricas, para caracterizarse por haber hecho de la contienda electoral una palestra para denostar y descalificar a los adversarios, con o sin razón para ello.
En cambio, pareciera que más bien pretenden un cargo judicial o en el Ministerio Público, porque su más recurrente oferta es meter a la cárcel a alguien, en todo caso “a los corruptos”.
Como se ha vuelto habitual, cada vez menos contenido programático de fondo –si alguno hay– y nada que permita atisbar siquiera algunas líneas de políticas públicas para acometer los muy variados y complejos problemas públicos que les tocará enfrentar a los vencedores.
No parece que sea mucho pedir que, cuando menos en aspectos que son torales para la vida pública, se pronunciaran desde este momento los candidatos de manera más clara y propositiva, para poder evaluar sus previsiones y, así, informar bien la decisión del voto.
Mientras eso ocurre, las calles de nuestras ciudades siguen llenas de una violencia que desgarra a nuestras comunidades y denigra del todo el nivel de la vida en ellas. De libertades menguadas al máximo está hoy por hoy hecha nuestra realidad, y no es a tiros como habrá de resolverse el problema de fondo, sino poniendo remedio desde la raíz, como se ha insistido tanto ya en muchos frentes, incluida esta columna.
¿Puede acaso conseguirse ese propósito sin una educación que forme ciudadanos conscientes, libres y responsables, y no sólo robots aptos para integrarse al aparato productivo con “éxito”?
Nadie ha tocado el tema con la seriedad y profundidad que merece, a pesar de que las consecuencias de la falta de formación humanística –la cívica incluida– están dramáticamente presentes por todos lados.
Pasan por alto algo que debería ser elemental: el Artículo 3º de la Constitución mexicana obliga a que el criterio que oriente a la educación, entre otras cosas, sea democrático, “considerando a la democracia no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”, además de que contribuya a la mejor convivencia humana, fortaleciendo “el aprecio y respeto por la diversidad cultural, la dignidad de la persona, la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad, los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos, evitando los privilegios de razas, de religión, de grupos, de sexos o de individuos”.
Es esa una intolerable omisión que pone en evidencia el olvido en que incurre quien la comete respecto del hecho de que los deberes básicos de la que, desde la antigüedad, se llama “virtud cívica”, son individuales y sociales al mismo tiempo, y no una cuestión de moral privada y al margen de la política.
El solo hecho de soslayar este aspecto, vital para la vida misma de nuestra “polis”, basta para identificar un vacío imperdonable en la perspectiva de los candidatos: sin esa virtud cívica –que sólo se adquiere y transmite por la educación y significa una motivación capaz de causar una acción pública eficaz y justa– ni se puede aspirar a gobernar, ni se puede soñar siquiera con un país mejor que el que tenemos.
Si eso no basta para llamar la atención de los participantes en la contienda electoral –y de todos– hacia el tema de la educación para fincar la convivencia equilibrada, justamente ordenada y pacífica que queremos, no existirá fuerza alguna que permita sacar al país del estado de cosas en que vive.