SERENDIPIA
Los últimos gobiernos han estado encadenados a un destino del que no han podido escapar: el estallido de una gran crisis que fueron incapaces de sortear. Carlos Salinas lo vivió en 1994,cuando el levantamiento zapatista atropelló de un golpe al gobierno que soñó en conducir al país al primer mundo. Para Salinas fue como si de pronto alguien hubiera destruido el rompecabezas que había armado con frialdad y precisión cinco largos años.
Una guerra indígena contrastó su proyecto de transformación con la pobreza y la marginación delMéxico profundo en las montañas de Chiapas. Entonces era muy pronto para valorar la obra cumbre del salinismo: el Tratado de Libre Comercio.
Ernesto Zedillo llevaba cuatro años en el gobierno cuando tomó la decisión de rescatar a los bancos de la quiebra. Los mexicanos, como es lógico, aún pagamos esa deuda, más de 2 billonesde pesos que deberán seguir pagando nuestros hijos.
En realidad la crisis económica detonada por el error de diciembre de 1994 pudo haber sido de dimensiones tan escalofriantes como para llevar a México a suspender el pago de la deuda externa. No sucedió gracias al reconocimiento del propio gobierno de que el barco —es decir el país— se estaba hundiendo.
Era febrero de 1995 y los técnicos del gobierno concluyeron que el país no podría superar la crisis y evitar que se ahondara peligrosamente, si Estados Unidos no acudía en su ayuda. Guillermo Ortíz,secretario de Hacienda y José Ángel Gurría, secretario de Relaciones Exteriores, llevaron el mensaje a sus pares en el gobierno de Bill Clinton.
Cuando les fue imposible convencer al Tío Sam de sacar la chequera para salvar a México, uno de los hombres enviados por Zedillo (se cuenta que tenía barba) tomó de un portafolios la última carta.
“Éste es el decreto —se los mostró— firmado por el presidente Zedillo para declarar la moratoria de pagos”. Acto seguido, Estados Unidos anunció un crédito por 20 mil millones de dólares queMéxico cubrió con una garantía inaudita: Petróleos Mexicanos.
Clinton podía o no ser amigo de México, eso no importó. El Imperio asumió que su seguridad podía estar en riesgo y debía evitarlo. No le convenía una moratoria de pagos del vecino, terreno fértil para la inestabilidad de la región.
¿AMLO será capaz de reconocer y superar la crisis que más asfixia a su gobierno? Las palabras del embajador de Estados Unidos —“es deprimente lo que está pasando en México”— expresan la proporción del problema de la inseguridad, la madre de todas las crisis, y lo que representa que el vecino encienda las alarmas con Trump en la Presidencia y los grupos radicales al acecho.
Ésta es mi última columna en El Heraldo. Agradezco a Franco Carreño, Alfredo González, Angel Mieres y Alejandro Arai esta ventana desde donde pude mirar y escribir casi tres años. Gracias a mis tres lectores y un abrazo a mis fuentes y mis compañeros reporteros, editores y columnista