SERENDIPIA
Hace unos días revisaba los apuntes de una reunión entre el presidente electo Andrés Manuel López Obrador y la mayoría compuesta por los diputados y senadores votados por Morena y el PT en la elección de julio de 2018. En el encuentro, en noviembre de ese año, AMLO explicó a detalle los tiempos de su gobierno, apoyado en pasajes de la historia del general Lázaro Cárdenas.
Lo más importante, les dijo varias veces el Presidente, era seguir la ruta y los tiempos del gobierno del general Cárdenas.
“Primero necesitamos consolidarnos como gobierno”, les dijo. Citó los primeros dos años como importantísimos para lograr lo alcanzado por Cárdenas. En ese periodo, les explicó a los legisladores, el general pudo construir un gobierno bien visto y aceptado por el pueblo.
En esos dos primeros años, el general Cárdenas hizo posible una identificación auténtica del pueblo con el gobierno, a partir de las acciones y decisiones de su administración. “Política es tiempo”, dijo López Obrador.
Sólo después de lograr la meta de un gobierno consolidado, les dijo, sería posible encontrar el respaldo necesario como un buen gobierno para emprender reformas profundas en economía, energía y finanzas.
Para cualquier gobierno los tiempos políticos son lo que la lluvia en temporada de siembra: sin ella, las cosechas llegarán tarde, o no llegarán.
A poco más de un año de instalado el nuevo régimen, esos tiempos políticos y esa ruta se han alterado. Entre las causas hay una que tal vez ni el propio AMLO tomó en cuenta al delinear el rumbo y los plazos de su gobierno aquella mañana de noviembre: los retrasos que podría provocar el desmantelamiento o la cancelación de programas existentes en distintos tópicos, así como la definición y arranque de los nuevos que los sustituirían.
Este proceso ha provocado retrasos en la ruta y el proyecto de gobierno, y también una división política en la sociedad.
Una parte está de acuerdo en que el Presidente y su partido emprendan la destrucción de lo viejo para crear un nuevo orden, y hay otro segmento que no lo acepta bajo una posición política —por ejemplo Calderón y sus críticas a la cancelación del programa de guarderías que su gobierno creó, o el Seguro Popular fundado en el gobierno de Fox y desaparecido ahora—; o bien porque los trastornos y retrasos en la puesta en marcha de los nuevos programas han afectado a una parte de la sociedad.
El gobierno tiene 11 meses para lograr un tarea extraordinaria.
En ese lapso deberá cumplir la promesa del presidente López Obrador de contener la violencia, restituir el Seguro Popular por un nuevo sistema de salud completamente gratuito y, además, corregir los errores y las insuficiencias en los nuevos programas de gobierno.
El nuevo régimen, como le gusta llamarlo al Presidente, tiene el reloj en contra. El desafío es gigantesco y el tiempo corre de prisa.