SERENDIPIA
Hace unos días, Alejandro Moreno, ex gobernador de Campeche, fue electo nuevo presidente del PRI. Este relevo ocurre en el peor momento del partido fundado por Plutarco Elías Calles, hundido como no había sucedido en toda su historia –pese a los antecedentes escandalosos en los gobiernos de Echeverría, López Portillo y Carlos Salinas– en episodios de corrupción inéditos en cuanto a las formas múltiples e insospechadas que adquirió en el gobierno del presidente Enrique Peña.
La elección de Moreno Cárdenas ha ocurrido en medio del gran destape que en estos momentos el PRI protagoniza ante el país entero. En el intento por salvarse, los priistas han comenzado por arrojar al centro de la pista de los horrores al último de los presidentes surgidos del partido tricolor.
Dos son los cohetes que se alzan sobre la gestión del nuevo presidente del PRI y el futuro del partido, y ambos están ligados a hechos de corrupción: uno representado por el ex director de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya Austin, y el otro, por la ex secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles Berlanga.
Él está prófugo y ella en prisión. ¿Qué puede resultar para el PRI como producto de este gran destape? ¿Qué puede significar para los ciudadanos?
El encarcelamiento de Rosario Robles es un hecho histórico y particularmente importante, no sólo porque por primera vez una secretaria de Estado enfrenta acusaciones ante la justicia: nunca antes, como ahora, dos miembros de un gobierno del PRI habían roto los límites –las reglas no escritas se les ha llamado– que les impedían, por disciplina y por lealtad, ventilar los trapos sucios fuera de casa.
Hoy, las cloacas del PRI y del último de sus gobiernos están a punto de abrir sus cauces y de liberar lo que ha circulado por sus venas. Tanto Lozoya como Robles han vinculado al presidente Peña –la ex secretaria involucró además al ex candidato José Antonio Meade–, por lo que podríamos estar cerca de presenciar un momento histórico.
Si debieron pasar, quizá, cinco décadas antes de que los partidos de oposición lograran arrojar luz y consciencia sobre el daño a la democracia perpetrado por el ratón loco, los muertos votantes y el carrusel de electores –y orillaron a varios presidentes priistas a reformar las leyes para proscribir todas esas bestias electorales–, es probable hoy nos encontremos en el umbral de un momento político semejante y ante la posibilidad de conocer, finalmente, al menos una parte de las decisiones y operaciones oscuras que se permitieron, se toleraron o se ordenaron desde la Presidencia de la República.
Más que un renacimiento, la elección de Alejando Moreno Cárdenas parece enmarcar los últimos estertores del PRI –por lo menos con esas siglas–, bajo tambores bélicos y la revelación de los secretos de ultra tumba. Las alarmas del viejo partido suenan, y es inimaginable lo que el río arrastra.