SERENDIPIA
Tengo una hija de 11 años. Le gusta cantar y jugar con muñecas. Es despierta, espontánea y conversadora. El martes pasado, de regreso de la escuela, por la radio un conductor dio la noticia del asesinato de Fátima, la niña a la que llora todo el país.
Por alguna razón no giré la perilla para cambiar de estación. En el asiento de atrás la niña escuchó y no dijo nada.
Le pregunté qué había comido en la escuela y como todos los días ella o yo contamos alguna cosa divertida y nos reímos.
Luego pasamos por su hermano de 14 años y nos fuimos a casa, donde todas las tardes ambos conversan, riñen y juegan.
En la cena, sentados uno junto al otro, el niño preguntó: “¿Se enteraron del asesinato de Fátima?”. En la escuela, dijo, todos hablaban del crimen.
“Me enteré porque mi papi tenía el radio en las noticias”, dijo la niña. Más tarde añadió: “Es normal. Pasa en todo el mundo”. Como pude traté de explicarle que no es normal y no pasa en todo el mundo.
No es la primera vez que hablamos de esto. Otro día el niño dijo que no podía creerse la existencia de dios ante todo lo que pasa en el planeta. Si Dios existiera, dijo, no permitiría que sucedieran estas cosas.
Cumplir 50 años no te prepara para resolver los dilemas de la vida. Cómo hablarle a los niños de muertos, desaparecidos, violaciones o asesinatos, y hasta dónde deben estar abiertas sus cabezas a lo que pasa sin verlo con normalidad.
Cómo educar a un niño ante la violencia contra las mujeres y de qué manera preparar a las niñas para enfrentarla.
Cuando era niño los cuentos corrían a cargo de mi papá, un reportero de policía que nos contaba historias de crímenes, despojos e injusticias.
Católico en toda la línea, nunca lo hizo a partir de la moralidad, sino desde la brutalidad de la vida. Y con una enorme empatía con las víctimas.
En casa, una foto de Enrique Metinides relata una de esas historias: una mujer carga el ataúd de su hija a la salida de un hospital de Polanco. El director se negó a entregarle el cuerpo si no pagaba la cuenta. Era abril de 1970.
Como no hay ninguna escuela para padres, en casa solamente hemos atinado a hacer lo mismo que se hacía en nuestras casas: hablar, hablar y hablar. De Fátima y de la bebé que apareció muerta. “Aquí lo tengo en las noticias”, dijo el niño.
Hablar, hablar y hablar. Son unos niños y ya conocen el significado de machismo, patriarcado, violación, feminicidio. ¿Debe un niño vivir en una burbuja?
Una cosa es normalizar la violencia y otra distinta es hacerlos conscientes del mundo que habitan y les tocará reparar. En la cena, los dos hablaban del 9 de marzo. Él dijo que en su plantel, salvo tres profesores, todas son maestras. Ella dijo que no va a ir a la escuela.