SERENDIPIA
En el rompecabezas del desastre de la guerra contra el narcotráfico, una pieza clave está perdida: Genaro García Luna fue la mano derecha de Calderón, pero en realidad fue mucho más: el policía consentido de Estados Unidos. De dos presidentes estadounidenses y sus respectivas burocracias. El Súper Policía, como le llamaban melosamente sus pares en distintas agencias antinarcóticos, se metió a las entrañas de la DEA, el FBI, el Pentágono, el Departamento de Estado y el Departamento de Seguridad Interior. ¿Cómo pudo García Luna aceptar sobornos del cártel de Sinaloa en las narices de la arrogante burocracia anti- narco de Estados Unidos?
La respuesta radica en una palabra: creer o no creer.
A García Luna le creyeron los presidentes Felipe Calderón, aquí, y allá George Bush y Barack Obama. Le creyó, por lo menos los primeros tres años, la alta burocracia de Washington. Le creyeron a pesar de las investigaciones y las sospechas de corrupción que siempre rodearon a García Luna, especialmente en algunas instituciones.
Si se leen hacia atrás, los cables que dio a conocer Wikileaks en 2012 permiten reconstruir la ruta del ascenso de García Luna, aquí y en Estados Unidos. La ficha del Departamento de Estado, elaborada en el inicio de la guerra, versaba:
“Trabajó para el Cisen y transformó la Policía Judicial Federal, invadida por la corrupción, en la AFI, un híbrido entre el FBI y la DEA. Ha sido enlace, socio y amigo confiable del FBI. Tiene una buena reputación, si bien algunos interlocutores de la Embajada describen su personalidad como demasiado intensa. Su inglés es ininteligible. Su actitud hacia EU es amistosa”.
En noviembre de 2008, a dos años del inicio de la ofensiva contra los cárteles, un cable enviado a Washington por el embajador Garza relata las sospechas de corrupción que existían sobre García Luna.
Cuando el gobierno de Calderón llevó a cabo la “operación limpieza” y detuvo a varios funcionarios, algunos de ellos cercanos a García Luna, Garza escribió al Departamento de Estado: “El verdadero perdedor es García Luna, quien pese a no estar implicado directamente en los actos de corrupción de sus subordinados, tendrá que trabajar duro para superar la percepción de que es ajeno a lo que ocurre a su alrededor o topera las actividades de sus empleados”.
La oficina de la Interpol en EU sospechaba que García Luna filtraba información confidencial que compartían distintas agencias con Plataforma México, el búnker que construyó con el apoyo de Calderón y del gobierno de EU.
En uno de los cables, el embajador Garza consignó: “La Interpol envió un equipo a México para investigar la posibilidad de que sus sistemas de comunicación y sus bases de datos no están siendo usados para los propósitos legítimos de la ley. El gobierno de Calderón sostiene que ninguna información sensitiva fue filtrada a los cárteles”.
Las investigaciones no prosperaron. Quienes tomaban las decisiones arriba –los presidentes Calderón, Bush y después Obama– desoyeron las advertencias