SERENDIPIA
La Prensita
La Prensa, “El periódico que dice lo que otros callan”, cumple 90 años. Como escribió ayer el cineasta Everardo González, se trata del papá de los periódicos de la nota roja.
A lo largo de varias décadas y generaciones, La Prensa hizo toda una tradición narrativa y gráfica de los crímenes, los incendios, los asaltos bancarios y otras historias rojas, rosas o amarillas que atraían a miles y miles de lectores.
No había internet ni redes sociales y apenas se habían inventado unas grabadoras como un tabique, cuando los cronistas de policía en La Prensa de los 70 escribían historias cuyo desenlace continuaba publicándose durante meses, porque a los lectores (así lo demostraba su gigantesco tiraje de La Prensa), les causaban fascinación las historias de largo aliento.
De las lecturas de La Prensa de aquellos años surgieron décadas después las ideas seminales de proyectos fantásticos como Los ladrones viejos, de Everardo González, quien encontró en las librerías de Donceles el trabajo del cronista de las prisiones, David García Salinas, una de cuyas historias llevó a González a conocer al El Carrizos, uno de los personajes de este documental que ya es un clásico.
Mi papá era uno de los reporteros policiacos de La Prensa y compartía páginas con David García Salinas, Pancho Cárdenas Cruz y Félix Fuentes, bajo la batuta del director, a quien apodaban El Diablo: Manuel Buendía.
Una tarde, los tres reporteros pasaron a contarle la pesca del día: un asalto bancario, un fraude y la historia de una niña que había muerto porque su madre prostituta había sido llevada a prisión.
“Esta es una historia de vida”, dijo Buendía y eligió como principal la historia de la prostituta y su hija. Tampoco había computadoras: los reporteros escribían sus notas en hojas de papel revolución y hacían tres copias de papel carbón que enviaban a sus jefes.
Mi papá fue un enamorado de La Prensa, en donde trabajó casi 40 años. Le decía cariñosamente “La prensita”, y se iba semanas de viaje para conversar con el Padre Verplanken, en la sierra Tarahumara, o narrar la vida de los henequeneros mayas o de Chavita, un niño al que siguió varios meses hasta que murió de leucemia.
La redacción era como una gran bodega parcelada con escritorios presididos por las Olivetti pesadas como una piedra. Los reporteros mismos eran unas máquinas de conversar con gente para contar sus historias.
La Prensa llegó a ser el periódico más leído gracias a su carácter popular. Además de la nota roja, presentaba grandes reportajes a manera de obituarios de Agustín Lara, Cri Crí o El Santo, y textos que hacían la crónica de la ciudad, como éste de Wilbert Torre Gutiérrez:
“Doraditos, los machitos parecen danzar sobre el aceite, mientras la cebolla picada, el cilantro, las salsas y las humeantes tortillas esperan su turno”.
Eran los años dorados de La Prensa, cuando las historias se difundían y contaban bajo otros ritmos y plataformas.