SERENDIPIA
Duelo de mafias
En la discusión política de familiares y amigos se multiplican preguntas sobre los comicios del 1 de julio: ¿Será una elección ejemplar o una inmundicia? ¿Se respetaran los resultados? Y una que resulta capital: ¿Qué votos contarán más, los votos libres o los votos corporativos?
Alrededor de estas preguntas orbita un protagonista vital de esta historia: el sistema político formado por todos los partidos, un ente inasible y abstracto que funciona con dinero y sobre las prácticas y costumbres que permitieron al PRI, y después al resto de los partidos, convertir el acto íntimo de votar en un circo de acarreos y un mercado de compra de conciencias.
En la Real Politik, en todos los partidos políticos mexicanos, del PRI a Morena, el dinero sirve el día de la elección a manera de un último espaldarazo para animar a votar y llevar a las urnas a millones de ciudadanos.
Si todos los partidos lo hacen, ¿que puede hacer la diferencia entre un presidente demócrata y un autócrata que toma una decisión por encima de millones?
La regla más importante, el respeto a la ley, fue definida por el propio Peña ante los senadores y diputados del PRI y del Partido Verde en septiembre, antes del inicio de las campañas, cuando dijo que en la elección haría todo lo que estuviera en sus manos “dentro de los límites del marco legal” para impedir que Andrés Manuel López Obrador gane la presidencia.
Las palabras de Peña pueden ser interpretadas a partir de la elección de gobernador en el Estado de México, cuando el PRI dio un paso más allá en el uso de los programas sociales y la compra hormiga del sufragio, y al filo de la ley pactó una alianza con Juan Zepeda, candidato del PRD, para consolidar una masa de votos que frenara a la maestra Delfina Gómez, candidata de Morena.
Este último giro obedece a un pensamiento arraigado en el peñismo y grupo político del Estado de México: No hay nada que no pueda resolverse con dinero, como les enseñó Carlos Hank, quien planteaba que si un conflicto se resolvía con dinero, salía barato.
Esto reduce la elección presidencial a una batalla por conseguir la doble V necesaria para ganar: voluntades y votos.
La elección se definirá entre dos vertientes: un caudal gigantesco de ciudadanos que votarán sin participar del juego dinero-voto, y los sufragios en masa que los candidatos recibirán de su voto duro y como consecuencia de negociaciones con grupos de poder como los gobernadores, convertidos en concentradores de importantes bloques de votos; las derruidas estructuras corporativas del PRI, y las de Morena, en emergencia.
¿Quién ganará?
La mafia de poder que se capaz de poner más recursos en juego y más votos en las urnas: la ya conocida (Salinas, Slim, Fernández de Cevallos), o la nueva versión que se ha construido AMLO (Romo, la maestra Elba Esther y Napoleón Gómez Urrutia).