SERENDIPIA
La sonrisa de Rosario
Exceptuando un instante dramático al final, al comparecer ayer ante los diputados, el rostro de Rosario Robles tuvo la inmutabilidad de una esfinge.
No arqueó las cejas un instante, sus ojos no se enrojecieron con los calificativos que caían como bombas a su lado y no abandonó una postura muy académica –siempre tomando notas o girando la cabeza para mirar erguida y con atención a los diputados que la acusaban de corrupta–, en una comparecencia que en realidad fue un relato antiguo del choque de dos mundos: el peñismo y el obradorismo.
El episodio tuvo lugar ante un salón lleno en la Cámara de Diputados y bajo la atmósfera de guerra que los últimos seis años enfrentó a dos grupos antagónicos. Una comparecencia es un duelo entre dos fuerzas, y como si estuvieran situados en los extremos de un río embravecido, ayer cada protagonista –la secretaria del gabinete de Peña y los diputados de Morena– mostraron sus recursos y habilidades, sus excesos y debilidades.
Fue, de ambos lados, todo un carnaval de retórica y una repetición de misma narrativa antagónica de los últimos años: “Ustedes son unos corruptos”, de un lado, y “no hay una sola prueba”, en el otro.
Primero los anfitriones: ¿cuántos de los diputados que ayer montaron una febril desfile por la tribuna cumplieron la tarea de investigar (en realidad googlear y acopiar información)? ¿Quiénes de los que pronunciaron ayer, como un mantra, “La estafa maestra” solo leyeron por encima la investigación y pronunciaron unos discursos vagos sin citar elementos, pistas o pruebas?
En realidad solo uno o dos diputados le hicieron a Robles preguntas específicas sobre el mecanismo de desvío de fondos desde Sedesol, y fueron pocos, ni uno por ciento de los 500, los que la cuestionaron; y menos los que pudieron hilvanar un discurso sólido y razonado en torno a las empresas, la triangulación de fondos y otras argucias financieras que se le han atribuido.
Ahora el turno de la invitada. Sólo un momento, cuando el diputado Gerardo Fernández Noroña le recordó el libro de Carlos Ahumada, “que la desnuda de cuerpo entero”, la esfinge que fue Robles se desmoronó: una sonrisa nerviosa y desmesurada apareció en su rostro, enmarcado por una blusa blanca y unas mangas anchas como alas de mariposa.
El resto de la tarde a Robles las acusaciones se le resbalaron como una lluvia tenue. Mecánica, casi robótica por momentos, una y otra vez dijo:
“Me sumo, diputadas y diputados, a su reclamo de justicia. Lo he dicho desde el primer momento: estoy a la orden de cualquier institución; a partir del 1 diciembre, no tendré fuero. Digan cuándo: ¿el 20 de enero? El día que puedan presentar una sola prueba. Llevamos seis años viendo esta película”.
Al final, con un mechón de cabello sobre la mejilla derecha, Rosario Robles acomodó con las dos manos los papeles que le habían puesto sobre la mesa y se fue, como a lo largo de este sexenio: en medio de un escándalo.