Iniciamos el 2021, con entusiasmo, coraje y quizá como lo dicen algunas voces con la revancha. Pero a la distancia de un año, hay que repasar algunas lecciones que nos dejó.
En primer lugar, empiezo por plasmar una crítica a la racionalidad tecnológica que nos quieren impregnar como solución. Ya que dicha racionalidad lo único que produce es el reemplazo de un tipo de dependencia por otra, pero en el caso, esta nueva dependencia tecnológica tiende a convertirse en una esclavización progresiva que arruina las vidas de las comunidades y de los humanos. Y basta con recordar que justo la técnica, ha sido la causante de la trastocación natural y las relaciones humanas, al tratar de dominar las fuerzas naturales.
En segunda instancia, abordare la cuestión de la vulnerabilidad, algo que sobresalió en el 2020, y que ahora de cara al futuro, diré que un verdadero proyecto nuevo deberá desarrollar los fundamentos de la ética ambiental de justicia local y global y partir de un hecho irrefutable: la vulnerabilidad que exhibimos como seres vivos, vista como una vulnerabilidad susceptible al daño, al perjuicio, a la lesión, el dolor, la limitación, la enfermedad y la misma muerte, misma que tenemos en común todos los seres vivos sean humanos, animales o plantas. Por lo tanto, se trata de una vulnerabilidad intrínseca, esencial y constitutiva que compartimos sin excepción alguna, todos los seres vivos y por ende, el planeta, la cual constituye nuestra condición y de nuestro entorno. Entonces, dicha vulnerabilidad es preciso comprenderla como la responsabilidad ética del otro, sea humano o no. Pero también aprendimos que la vulnerabilidad es asimétrica y desigual. Por ello, debemos alejarnos de la ficción de que todos los individuos, grupos y entornos son iguales en vulnerabilidad. Ya la UNAM trabajó en el mapeo de la pandemia y llegó a conclusiones que, tal vulnerabilidad contagiosa se presenta con mayor ahínco en zonas que manifiestan diferentes formas y grados de contaminación, sean atmosféricas, de aguas, de tierras o alimentos. De ahí que la vulnerabilidad extrínseca sea diferencial, y por ende, exige medidas diferenciales, específicas y activas de reparación y compensación lo que sin duda plantea la equidad. En este sentido, algunos autores señalan que la vida se cuida y se mantiene diferencialmente, existiendo formas diferentes de distribución de la vulnerabilidad física del humano a lo largo del planeta. Así tenemos que la vulnerabilidad no es estática e inmutable, sino dependiente, variable y selectiva. Por ello, se habla de espacios de vulnerabilidad, entendidos como aquellos lugares con condiciones desfavorables que exponen a los individuos, grupos y entornos a mayores riesgos, a la imposibilidad de cambiar las circunstancias y por tanto, a la desprotección. En esta medida, hablamos de una vulnerabilidad inducida y de mecanismos socioeconómicos y ambientales productores de vulnerabilidad.
Ahora entremos a la trama del cuidado, cuestión poco discutida, pero sin dejar de ser fundamental para la existencia, pues estamos ineludiblemente ligados a la cura y el cuidado, en tanto que, para evitar, minimizar, reducir o compensar, debemos mostrar la acción del cuidado. Así la vulnerabilidad tanto intrínseca como extrínseca, es acompañada de un lado positivo, ya que favorece la solidaridad, la cooperación, la asistencia y el cuidado, por tanto, se coloca como el fundamento de la noción ética de la responsabilidad. De otro modo es inconcebible la vida humana, no es posible la ausencia de relaciones de cuidado y no cabe tampoco sin ella, la reproducción social ni los lazos comunitarios. El cuidado, de acuerdo con la definición de Tronto y Fischer no es otra cosa que la actividad de la especie que incluye todo aquello que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo, de tal forma que podamos vivir lo mejor posible. Y de esta manera, el mundo incluye nuestros cuerpos, nuestro ser y nuestro entorno, todo ello es lo que cultivamos para entretejerlo en una red compleja que sustenta la vida misma. En resumen, todas y todos somos verdaderos agentes y receptores del cuidado y vaya que lo necesitamos en tanto vulnerables e interdependientes somos todos: Cuidamos y somos cuidados.
De esta forma, tenemos los valores consistentes en prestar atención a los otros, atención al contexto, sensibilidad para las necesidades del otro, énfasis en la vulnerabilidad y la dependencia humana y, comprensión relacional del yo.
Y para finalizar esta reflexión, hablare de la justicia, pues existe una responsabilidad cuando no se procede a la adecuada protección del cuidado de los individuos, grupos y entornos vulnerables. Así también cuando no se protege al más débil y de aquellos más expuestos al daño o bien, cuando no se transforman las condiciones para minimizar la vulnerabilidad, por eso se afirma, que el reconocimiento de las diferencias de necesidad y protección constituye una cuestión de justicia, como también lo es la omisión de asistencia o indebida inacción. Visto en su conjunto, el nuevo enfoque de justicia debe partir de la perspectiva del cuidado que atiende a la desigual distribución de la vulnerabilidad en la sociedad y que se hace cargo de las expectativas de los individuos, grupos y medio ambiente.
Estamos también frente a una crisis del cuidado y la solución tecnológica no aporta nada, pues bien sabemos que las actividades orientadas a sostener los lazos sociales contienen características personales, porque son por definición interpersonales como la comunicación intersubjetiva, el contacto físico, la caricia, la experimentación de emociones y otras más.
Sin duda, la indebida inacción del cuidado nos llevo a tal crisis en donde las instituciones se encuentran rebasadas y sólo atienden a un porcentaje menor, mientras que la acción debida del cuidado ha recaído en los ciudadanos que atienden al mayor porcentaje de la población.
Una ética ambiental y de justicia, basada en el cuidado cooperativo y solidario es urgente, para enfrentar la vulnerabilidad asimétrica y desigual.