La nobleza francesa del siglo XVIII disponía, como se sabe, de mucho tiempo libre. Algunos de sus miembros más distinguidos, bien dotados intelectualmente, lo utilizaban con gran sabiduría para enriquecer, como Montesquieu, el pensamiento político; para filosofar y desarrollar las matemáticas y la historia, disciplinas queridas por el marqués de Condorcet; o, pensemos en el conde de Buffon, para engrandecer la historia natural. Y no se crea que sólo los hombres destacaban por su talento, también maravillosas y audaces mujeres dejaron su impronta en el mundo intelectual y literario: la marquesa de Sévigné (aunque propiamente pertenece al siglo anterior, pero con una influencia notabilísima en el XVIII) o la marquesa du Deffand, distinguida salonnière de quien Saint-Beuve decía que “era, junto con Voltaire, en la prosa, el estilo clásico más puro de esta época”.
Otros preferían, sin embargo, dedicarse a asuntos más superficiales –o incluso, más exactamente, a tratar asuntos profundos con enorme superficialidad–; eran aquellos que de un modo u otro daban sentido al refrán de que el ocio es la madre de todos los vicios (si bien el ingenioso Fontanarrosa supo añadir, pícaramente: “pero es una madre, y hay que respetarla”). Y de los vicios se podía ir fácilmente a los excesos, la degeneración y hasta la depravación.
Unos más prefirieron escribir sobre estos últimos, personajes reales o ficticios, aprovechando su propia pertenencia a la nobleza y desplegando una gran maestría literaria, como el duque de Saint-Simon quien detalló como pocos todos los entretelones, traiciones, corruptelas y aventuras amorosas en la corte de Luis XIV. Al marqués de Sade le correspondió relatar desde su propio libertinaje, y desde la ficción que supo crear, toda la vileza y perversión que la sociedad monárquica podía contener.
En lo alto de esa sociedad habitaban los protagonistas de Las amistades peligrosas, Madame de Merteuil y el vizconde de Valmont, quienes por puro ocio y malignidad deciden entablar una apuesta en la que se jugarán los sentimientos e inocencia de varias personas a las que han decidido convertir en sus presas. Así, el vizconde de Valmont seducirá a madame de Tourvel, una bella mujer casada y llena de virtudes; mientras que la marquesa de Merteuil se ocupará de torcer el buen camino de la joven Cécile, quien está próxima a casarse con un examante suyo. El desenlace será trágico e inesperado, como siempre puede suceder cuando se invocan profundas pasiones y se las arrima, para jugar con ellas, al fogón de la venganza o la traición.
Pues bien, de esta historia, uno de los clásicos más firmes de la literatura francesa, es responsable otro noble que decidió encausar su tedio provechosamente: Pierre-Ambroise-François Choderlos de Laclos. Entrando por la puerta grande a la novela epistolar, este escritor y militar consigue construir con gran maestría una trama en la que cabe todo el universo de la aristocracia francesa en ese período previo a la Revolución.
Ahora bien, sin existir alguna efeméride en torno de esta novela o de su autor, la editorial Siruela acaba de concretar una nueva edición de esta exquisita obra que por más de doscientos años ha escandalizado y cautivado, a partes iguales, primero a los lectores franceses y europeos y, más tarde, al mundo entero.
Su lectura ha atrapado no sólo a grandes escritores que han encontrado en ella innnumerables atributos literarios (“Si este libro quema, quema como solo el hielo puede quemar”, dijo Baudelaire; mientras que André Malraux sentenció que esta obra “conforma una mitología contemporánea”), sino a diversos ensayistas que han examinado su sugerente y poderosa prosa amorosa (Roland Barthes) o su cuidada y ejemplar estructura novelística (Tzvetan Todorov).
A pesar de ello, sin embargo, debemos reconocer que la mayor difusión que ha recibido esta obra ha sido a partir de que fue llevada a la pantalla grande en 1988, teniendo como protagonistas a dos grandes: Glenn Close y John Malkovich como Madame de Merteuil y el vizconde de Valmont. Christopher Hampton fue quien primero la llevó al teatro (ni más ni menos que para la Royal Shakespeare Company) y más tarde él mismo se encargaría de hacer una adaptación para el cine que estaría dirigida por Stephen Frears.
Pero ahora, gracias a la editorial Siruela, muchos nuevos lectores podrán acercarse a la lectura de esta novela traducida por el enciclopédico Mauro Armiño, un viejo lobo de mar a quien debemos muchas traducciones al español de autores imprescindibles como Molière, Camus, Voltaire, Casanova, Rimbaud o Maupassant, por mencionar sólo unos cuantos.
Traducir nuevamente a un clásico es devolverle su frescura. Las amistades peligrosas, también traducida como Las relaciones peligrosas (notablemente por Almudena Montojo, para Alianza Editorial), lo merece. E, tengámoslo presente, la novela epistolar por excelencia, patrimonio de todo un periodo que literariamente oscila entre lo moralmente aleccionador y el talante libertino, una mezcla explosiva que le garantiza en la actualidad un renovado éxito.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez
