Volver a ver a sus compañeros de escuela después de dieciocho largos meses, será para los niños y adolescentes una experiencia que se instalará en su memoria para siempre. En casi dos años crecieron algunos centímetros, les salieron espinillas, les creció el pelo o se los cortaron; el aislamiento quizá los volvió ariscos y más dependientes de las pantallas, tanto, que les costará trabajo volver a concentrarse en una conversación y en las clases presenciales, pero ningún cambio alterará las amistades, sólidas, forjadas a piedra y lodo que solamente en ésta primera etapa de la vida se dan. El reencuentro las confirmará y se borrarán las cicatrices del encierro, de la soledad y quizá, hasta de la violencia doméstica.
Jóvenes preparatorianos y universitarios también deberán volver a clases presenciales, la pandemia ya no lo es, y las medidas de seguridad vigentes librarán a todos del contagio del virus de moda y otros patógenos. Las instituciones educativas de niveles medio y superior, pese a la pandemia, no se vieron impedidas de dar clases, impartir diplomados, cursos, todo de manera virtual pero con el mismo costo que implicaba hacerlo presencialmente, es decir, lo no gastado en mantenimiento y servicios debieron significarles a sus administradores, ahorros sustanciales y que bueno, pero lo cierto es que la salud mental de los jóvenes, deteriorada por el aislamiento y las condiciones sociales, económicas y de pilón, ambientales, exige el regreso a las aulas y a la convivencia. Ellos, así grandulones y toscos, ellas, bonitas e independientes como son todas a esa edad, también necesitan volver a ver a sus amistades, a sus maestros, a convivir en persona, mirarse, sentir las vibras de la presencia y la cadencia de la palabra hablada.
La sociedad también necesita volver a ver a quienes concluyeron alguna carrera técnica o universitaria incorporados al sector laboral. Sus conocimientos y habilidades descubiertas en el aula son indispensables para el desarrollo del estado y el país, pero sucede que al dar ese paso, los nuevos profesionistas se ven frenados por los raquíticos salarios que ofrecen los contratantes. Pagan un bicoca y con la misma tabla rasa para el titulado, el pasante, el que tiene prepa o secundaria o se instruyó con el libro vaquero. Así que después de regresar la toga y el birrete alquilados, viene la triste realidad de elegir entre conducir un Uber, taxi o Ráppi, ser recepcionista o niñera, vigilante privado o paseador de perros, o también pueden elegir ser becarios de la universidad de la que egresaron o sea, potenciales empleados. Cualquier trabajo es digno, lo indignante es que en varias instituciones de educación superior, sus áreas de vinculación entre el egresado y la fuente de trabajo, son muy, pero muy deficientes. Quizá algún nivel de gobierno pueda realizar esta muy necesaria gestión de enlace y terminar con la fuga de cerebros, pero en moto; ya sé que hay ferias de empleo, pero el empleo se busca a diario y no dos veces al año y también, en estos encuentros, falta calidad del contratante que, queriendo ahorrar centavos, busca practicantes, gente con estudios truncos o cualquiera que le cueste más barato.
Volver a ver en la práctica lo que aprendieron los universitarios ya debe hacerse posible. Muchos, ya sea porque tienen habilidades para la investigación y estudio o simplemente porque les apanica la vida lejos de las aulas, eligen el camino de investigadores y hacedores de proyectos, la mayoría para engrosar los anaqueles de bibliotecas y para que alguien que cobra también por corregirlo, asesorarlo y aprobarlo, le dé el visto bueno y con ello el investigador, bueno o malo, de campo o de jardín, renueve su “status” de becado.
“Andando y haciendo lumbre” decían los papás de hace medio siglo para urgir a hacer el trabajo. Ideas, proyectos innovadores, mano de obra bien calificada, tecnología y ciencia, nuevos medicamentos y propuestas para recuperar el deterioro ambiental; cientos de aportaciones valiosas se quedan en los discos duros de las computadoras, en los cd o en engargolados. Urge ponerlos al servicio de la gente, del contribuyente que por cierto, contribuyó al pago de sus estudios.
Todos regresarán a las escuelas y esta es buena noticia, aunque hay algunos aferrados que siguen cobrando colegiaturas con la escuela vacía, buen negocio para ellos, malo para los alumnos que quieren volverse a ver Al tiempo.