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Vientos de libertad

LA APUESTA DE ECALA

por Luis Núñez Salinas
21 agosto, 2020
en Editoriales
Levantamiento a las 400 horas
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Al salir se dieron un profundo abrazo, se dijeron mutuos —sin desarmar el abrazo—

 

Quien presidía la Junta Superior de Real Hacienda de Nueva Espa­ña, en 1794, era el Virrey Miguel de la Grúa Talamanca de Carini y Branciforte, quien estaba con la boca abierta, de lo escuchaba al joven sacerdote Servando Teresa de Mier, quien dictaba en su con­ferencia, algunas hipótesis acerca de la Virgen de Guadalupe…

«… nuestra señora del Tepeyac, es una mujer de presencia mile­naria en estas tierras, desde an­tes de la llegada de los españoles a estos lares, quienes por cierto, no tenemos nada que agradecer­les… porque solo vinieron a man­char con su presencia estos hori­zontes, que ya desde hace un mile­nio, estaban atentas a la presencia no solo de María, como la Tonan­tzin… sino del propio Jesucristo, como el Quetzalcóatl, que volve­ría a llegar…»

Es el 12 de diciembre de 1794.

«… además considerar que nuestra señora del Tepeyac, no es­taba en la tilma de Juan Dieguito, nuestro testigo, sino en la tilma de Santo Tomás, o Tomé, como le de­cían los naturales…»

—¡Sacrilegio…! —gritaban en­furecidos algunos de los presentes.

—¡Señores tengo las pruebas suficientes…

—¡fuera Servando! qué dispa­rate estas diciendo ¡su excelentísi­ma diga algo!

La mirada cansada del Virrey Miguel de la Grúa, era solo de des­dén, el mismo sabía que Servan­do tenía algo de cercano a su pen­samiento, aunque por la Real Ha­cienda no le competían aquellos casos de las tradiciones y profesio­nes de fe.

—¡Ya Servando! te has extra­limitado.

Cuando Fray Servando Teresa de Mier fue presentado en el San­to Oficio, se le leyeron las acusa­ciones del excelentísimo arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta, quien le acusaba de herejía.

—¡Se le acusa de herejía Ser­vando! de blasfemar de nuestras tradiciones en su caso del qué ha­blar, díganos ¿qué le motivó a realizar semejantes barbaridades ¿fue el demonio mismo?

El tribunal del Santo Oficio fue claro en la acusación, cuando le dieron la oportunidad de hablar, Fray Servando dijo:

« …poderosos y pecadores son sinónimos en el lenguaje de las Es­crituras, porque el poder los llena de orgullo y envidia, les facilita los medios de oprimir, les asegura la impunidad, a todos y cada uno de los peninsulares ¡han utilizado a estas tierras para enriquecerse! durante nueve siglos la Europa antigua conocía de cabo a cabo, la existencia de la américa y segura­mente nuestros apóstoles lograron traspasar los mares y convertirse en predicadores de estas tierras…

…Lactancio, discípulo de Ar­nobio… ¿acaso no les dijo a los árabes que existían tierras mar adentro llamadas Jesu-Dunico… o Nuevo Mundo? es de la memo­ria de estos musulmanes ¿qué acaso San Clemente, discípulo de San Pedro… en la carta a los corin­tios les dice que el inmenso Océa­no hay otros mundos gobernados por el Creador, con las mismas le­yes con que se gobierna al nues­tro? así también les digo que Orí­genes, San Jerónimo y otros Pa­dres ya hablaban de estas tierras ¿por qué se las adueñan ustedes españoles? solo vinieron a manci­llar la presencia de Jesucristo con sus matanzas.

¡Sentenció Fray Servando!

Después de deliberar por unos simples momentos, el dictamen del Santo Oficio fue contundente:

—¡Póngase de pie Servando! — a modo no grato Servando se le­vantó y de manera directa, vio a los encargados de la sentencia.

La impartición de justicia del santo oficio en contra de este joven sacerdote dominico, estaba basa­da en la revolución intelectual, que sus palabras habían generado en la Nueva España, porque el sermón fue reproducido de boca en boca por todas las tierras.

—¡Se le sentencia a diez años de exilio en la Cantabria de las Cal­das! en España, será condenado a perpetuidad, de no dar cátedra en colegio alguno; no dará confe­siones, ni escribirá párrafo alguno. ¡Se le despoja de su grado de doc­tor! — fue lo que más le dolió al jo­ven sacerdote—.

Mier simplemente bajó la ca­beza, se puso sus dos manos en la nuca —entrelazando sus dedos— y dijo:

¡La verdad nos hará libres!

Cuando Lucas Ignacio José Joaquín Pedro de Alcántara Juan Bautista Francisco de Paula Ala­mán y Escalada, mejor conocido por Lucas Alamán —por obviar razón— leyó este pequeño párra­fo de la historia de puño y letra del propio Fray Servando quedó pen­sativo.

Fray Servando y Lucas Alamán departían en un apestoso come­dero de París, tanto el vino bue­no como las viandas seguras, les permitían tener una plática, sin te­ner que rodearse de los ya nom­brados de las cortes constituyen­tes de Cádiz.

—¡Pero bajo ninguna manera te quedaste quieto Servando!

—¡Imposible hacerlo! sosten­go lo dicho con evidencia contun­dente de la presencia de Jesucristo en tierras novohispanias, como el gran Quetzalcóatl no es coinciden­cia es empatar los tiempos.

—¡Que tú salud vaya en ello y la salvación de tu alma por igual!

—¡Que vaya!

Tanto Fray Servando como Lu­cas Alamán, en el momento de ser nombrados parte del constituyen­te de Cádiz hicieron un juego de palabras de tal forma —burlona— de llamarle La Pepa a la consti­tución, cosa que en nada agra­dó a quienes participaron en ella, aunque los dos sabían que el texto de acercaba en mucho —casi pla­gio— de la Constitución de Bayo­na, de la estirpe de los Bonaparte, en Francia.

—¡La Pepa permitirá la sepa­ración de poderes! podremos de­jar de una vez y por todas las mo­narquías en la Nueva España— di­jo Alamán.

—¡En poco tiempo no dudes que nos llamarán de las améri­cas para lograr hacer constitucio­nes por todos lados!, será la ma­nera nueva de hacernos de unas monedas.

¡Rieron juntos!

Vicente Guerrero, el general fornido, abandonado en la de­fensa, soportando toda una gue­rra intestinal que ya llevaba varios años, sus ropas roídas, su calzado ya falto, centrado en defender la sierra occidental, deseaba en mu­cho —en sus sueños más profun­dos— terminar con Iturbide ¡su némesis!

Su correo personal era toda una aventura establecer contacto con la realidad de la insurgencia, car­tas que ya no se contestan, remi­tentes fallecidos, una odisea era el tratar de lograr contacto alguno, pareciera esto había terminado tal vez, y no se había dado cuenta.

—¡Llegó esta carta General!

—¿De quién?

—¡Del ejército de Iturbide!

—¡Pero qué osadía!

La misiva fechada el 10 de ene­ro de 1821, explicaba detallada­mente a Guerrero que su rendi­ción sería considerada un acom­pañamiento a la independencia del país de la corona, respetándo­se su grado y acercándole que, al hacerse un solo ejército, tendrían un favor y poderío contra los espa­ñoles y terminar de una vez y por todas, con este conflicto que ya te­nía derruida a gran parte del te­rritorio.

—¡Pero qué estupidez! le he ganado todas las batallas a Itur­bide— arrojó la carta al fuego y re­tomó sus acciones de salvaguarda del ejército insurgente.

Acatempan, norte de la sierra occidental, zona de Teleolapan, 9 de febrero de 1821.

—¡no tengo ni pinche idea de que madres quiere Iturbide! por un lado, desea la paz, por el otro, estoy acostumbrado a reconocer que sus traiciones han dejado diez­mado el ejército insurgente, pri­mero Hidalgo, luego Morelos ¡se­guramente así será conmigo!

—¡Vamos general! es solo una plática, seguramente veremos un Iturbide cercano y abierto al diálo­go, le mencionaba su capitán.

—¡Él solo quiere la riqueza! la tiene, la tendrá y nunca le aban­donará.

Al día siguiente ¡acompaña­do de un poderoso ejército! Agus­tín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, llegó a la plaza del ge­neral Vicente Ramón Guerrero Saldaña, en Acatempan, para te­ner una entrevista que, en mucho se deseaba por ambos ejércitos lle­gar a un acuerdo, de no ser así ¡la sangre sería derramada a borbo­tones por la consumación!

Montando un brioso tostado alazán, cuaco ferocísimo y adus­to, Iturbide se internó en la selva, vestido a la usanza de generalísi­mo, con una casaca azul de vivos rojos de ojales finos bordados en oro, su escudo de general realis­ta ¡pareciera recién salido de un óleo!

Por su parte hizo lo mismo Guerrero, montando un rosillo cu­bierto de motas, endiablado ani­mal de fortaleza y brío, uniforma­do con su chaqueta azul índigo con vivos de oro, así como empuñadu­ras y cuellos altos de un rojo gra­na, con bordados en hilo de oro, sus charreteras en fino oro maci­zo, recibió a Iturbide un poco sen­sible a un posible ataque.

Cuando bajaron los dos ingre­saron a una impecable y limpia ha­bitación, las paredes blancas de cal recién echado, una mesa de made­ra con retoques clásicos y tres si­llas, con forros rojos, al acercase los dos, se vislumbraban algunos malestares, odios infinitos del te­jido del tapiz de la discordia, años de luchas que se resumían en una sola mirada ¡los dos poderosos ge­nerales de la consumación estaban frente a frente! los ejércitos esta­ban preparados, armados ¡prestos a la acción! un comentario incen­diario, una burla grotesca, un des­atino de las palabras y los modales podrían desencadenar al animal de mil cabezas de la mitología bé­lica ¡era la apoteosis de la realidad!

—¡Te veía más alto General Iturbide!

—¡Yo a ti más héroe!

Charlaron acerca del orgullo, de la nobleza — convertir a Gue­rrero en ello— de las riquezas, pe­ro Vicente reviró y calmó el ensue­ño, dejo clara la posición de hacer por los menos ¡lo más! de dejar de verse por la diferencia y caer en la coincidencia.

—¡Los dos luchamos por la ver­dad! solo que en diferentes direc­ciones —sentencio Guerrero—.

—¡Juntos podremos llegar a una conclusión! te reconozco co­mo el general igual que ha hecho de la historia su arma, tu estirpe de persigue por la eternidad, co­ronará tu cien con los olivos ¡jun­tos somos uno!

—¡Te miro Iturbide como el prócer! — dijo conmovido Gue­rrero ante tales palabras y elo­cuencias.

A diferencia de lo que los ejér­citos creyeron, los dos descendien­tes de la misma causa se acompa­ñaron en un nutrido y sentido de la lógica ¡de estar en contra de las mismas razones! aunque desde di­ferentes pensamientos.

Al salir se dieron un profundo abrazo, se dijeron mutuos —sin desarmar el abrazo—

—No puedo explicar la satis­facción que experimento al encon­trarme con un patriota que ha sos­tenido la noble causa de la inde­pendencia y ha sobrevivido él solo a tantos desastres, manteniendo vivo el fuego sagrado de la liber­tad. Recibid este justo homenaje de vuestro valor y de vuestras vir­tudes.

Le mencionó Iturbide, aun sos­teniendo los brazos de Guerrero.

—Yo señor, le digo, felicito a mi patria porque recobra en este día un hijo cuyo valor y conocimiento le ha sido funesto, eres el hijo pró­digo, el ciervo, el manantial de la libertad.

Los ejércitos mantenían la sor­presa del abrazo de la pacificación de estas tierras, los de a caballo aún sentían el recorrer de sus lá­grimas de no mirar a sus hijos y fa­milias por casi dos lustros, los fa­llecidos han sido llenados de glo­ria, de una que aún no se ve ¿quién recordará al valiente soldado caí­do en batalla?

El viento llenó de aire el humor de los insurgentes, esta vez no ha­brá confrontación, no ¡habrá he­ridos ni fallecidos! esta vez en mu­chos años, se logra la libertad, la de las personas, la del pensamiento.

Fotos: especial
Etiquetas: Miguel de la Grúa Talamanca de Carini y BranciforteNueva Espa­ñaReal HaciendaVirrey

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