Erika Bucio
Agencia Reforma
“Ahora soy más viejo que mi padre, soy padre de mi padre”, dice Vicente Quirarte, con 70 años recién cumplidos.
Pronuncia esta frase que apareció, casi idéntica, en La invencible (2013), libro entre el ensayo literario y la autobiografía que emprendió a los 56, edad que tenía su padre, el historiador Martín Quirarte, cuando se suicidó.
Rastros de los hábitos y pasiones heredadas colman la sala de su departamento: el amor por la pluma fuente, los libros encuadernados y “el camino hacia la historia y hacia las letras”.
“Él era un historiador, pero con alma de poeta”, asegura el exdirector de la Biblioteca Nacional de México (2000-2008), un cargo que al dejar trastocó su vida: con 6 mil volúmenes en su propia biblioteca, decidió dejar de comprar libros.
El poeta y narrador habla con dificultad, con pausas para toser, por una gripe que pescó al volver de un viaje por las costas de Grecia con motivo de su cumpleaños, el 19 de julio, junto a su compañera Elena, pero lo hace con buen ánimo.
Buena parte de su trabajo podría englobarse en su conocimiento de héroes y poetas.
“El poeta es un ser de excepción, es un trabajador marginal, por tanto, es un héroe, se eleva por encima de sus semejantes, pero no le hacen caso. Tarde o temprano, su voz se escucha”, sentencia.
Otra herencia paterna es la pasión por el siglo 19, donde “se forman nuestro concepto de Nación y los héroes y villanos que nos condicionan”, las llamadas herencias ocultas.
A él se deben antologías sobre Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto y Francisco Zarco.
Recuerda cuando en una librería de viejo, en la calle de Hidalgo, una maestra normalista lo reprendió por leer historietas. “Me dijo que mejor leyera El Zarco en lugar de perder el tiempo leyendo cuentitos”. Y, acto seguido, preguntó al librero por la novela de Altamirano para dársela, sin dejarlo siquiera explicarle que tenía el permiso de su padre para leer cómics en inglés.
“En ese momento desprecié al Zarco con toda mi insolencia infantil, pero con el tiempo Altamirano se convirtió en un superhéroe. Incluso por ahí escribí un texto que se llama Altamirano y El Hombre Araña, porque finalmente los dos son superhéroes, los dos son héroes que luchan por un ideal y por una idea fija, por mejorar la humanidad”, expone Quirarte.
Cuando ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua coló en su discurso una mención al Hombre Araña, uno de sus héroes de la infancia: “Un gran poder trae consigo una gran responsabilidad”.
Del héroe urbano que también aparece en su poesía, Spider Man Blues, escribió: “Elogio del tiempo antiguo. / Eran las azoteas / tu dominio completo: tendederos, / pianos en el desvelo, lunas llenas / aliadas del licántropo y el loco”.
En el pasillo de entrada de su domicilio cuelga el retrato de otro referente, Edgar Allan Poe, que antes presidió la Casa Poe, el centro cultural que, con su madre Luz Castañeda, creó en la casa familiar de la Colonia Roma.
Un rebelde al que, por alcohólico, Estados Unidos le negó la entrada al panteón de los ilustres. Ahora es un héroe, ataja.
“Me gustan los héroes derrotados. Yo creo que lo principal de un héroe es sobrevivir a la derrota”.
Un muro está reservado para los retratos de sus ídolos: el “torturado” H. P. Lovecraft, autor fundamental del terror cósmico; el escritor y político liberal Guillermo Prieto con su nieta, y el “inmenso” Charles Baudelaire.
Rubén Bonifaz, un padre literario
Quirarte ha creído en el heroísmo tal como su otro padre, el poeta Rubén Bonifaz Nuño, que en la antología Rubén por nosotros (2023) nos dice que “consiste en vestir los arreos del príncipe en las peores circunstancias y, lo más importante, comportarse como un héroe aunque nadie esté ahí para dar testimonio de nuestras hazañas”.
El retrato de Bonifaz Nuño preside la mesa de centro, mientras que entre los objetos del librero hay Snoopies en un gesto afectuoso hacia el traductor de los clásicos grecolatinos, estudioso del arte prehispánico y, al mismo tiempo, un “erudito lector de Charlie Brown”.
“Recuerdo que él llegaba con mis poemas bajo el brazo y me decía: ‘A ver, siéntate’. Una hora con Bonifaz significaba más que un siglo de academia”, recuerda.
Bajo la dirección de ese otro padre en la Imprenta Universitaria se editó Material Poético (1918-1961), con la obra completa de Carlos Pellicer, ejemplar que Quirarte pone sobre la mesa. Es una de sus lecturas recurrentes.
Lo ganó en el concurso de poesía convocado por la Escuela Nacional Preparatoria al cumplirse 50 años de la muerte de Ramón López Velarde. Tenía 17 años y decidió que estudiaría literatura.
Quirarte publicó en 1980 su primer libro de poemas, Teatro sobre el viento armado, título que tomó de una estrofa de Luis de Góngora y Argote: “El sueño, autor de representaciones / en su teatro sobre el viento armado, / sombras suele vestir de bulto bello”.
Sus libros de poesía están recogidos en el volumen Viento Armado, Poesía reunida (1979-2020), donde cierra con el poemario “Bisturí de cuatro filos”, alrededor de la ausencia-presencia de su fallecida esposa Patricia, a quien está dedicado.
El título proviene de una estrofa del poema Herido de amor, de Federico García Lorca: “Bisturí de cuatro filos, / garganta rota, / y olvido. Cógeme la mano, amor, / que vengo muy malherido, / herido, / de amor huido, / Herido, muerto de amor”.
“Los primeros poemas del muchacho que fui hablan sobre la noche y la lluvia, la soledad y la calle. Cuando el hombre de ahora intenta seguir aquellos pasos descubre que, en esencia, sus temas no han cambiado”, asienta en el libro.
Poeta rebelde
Para explicar cómo se hace la poesía, Quirarte parafrasea una frase de Winston Churchill de su primer discurso ante el Parlamento como Primer Ministro: “I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat (Sólo puedo ofrecer sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor)”.
“Como decía Churchill, sólo puedo ofrecer sangre, sudor y lágrimas. Se hace así, de otra manera queda en una ‘probeta retórica’, como dice mi colega Sandro Cohen. La poesía debe tener garra, sustancia”, asevera.
Y entraña además rebeldía. “Yo creo que un poeta que no se rebela no es admisible”.
En Viento armado hay poemas donde la rebelión sigue presente. “Aunque domesticada, la rebeldía permanece”, reitera.
Pero su testamento literario está en la prosa de La invencible, el libro más duro y difícil de escribir, asegura, donde habla de su relación con la escritura.
“Refleja una síntesis de lo que he hecho a lo largo de la vida, la tarea del arponero que intenta vencer a la ballena blanca y del poeta que intenta vencer el silencio de la página”.
¿Qué significa llegar a lo 70 años?
Lo mejor: “Las cosas por hacer, por resolver”, responde.
Lo peor: “Cumplir años. Ya son muchos años; todo duele, hay más achaques”.