Yanireth Israde González
Guillermo Velázquez cambió la prédica religiosa por el pregón de versos de amor y quebranto que le han granjeado el Premio Nacional de Artes y Literatura 2023 en el rubro de Tradiciones Populares.
“Para mí es un destino que me tocó en mi tránsito por este mundo. Yo creo que el espíritu de la tradición me convocó y no fue fácil. Pasé por una tremenda prueba personal; me costó dos años remontar la profunda crisis en que me cuestioné hasta el tuétano de los huesos qué es lo que me tocaba hacer en esta vida. Así fue mi encuentro con el huapango arribeño”, relata en entrevista vía telefónica el poeta y guitarrero del grupo Los Leones de la Sierra de Xichú.
¿Era una crisis motivada por la disyuntiva de ser o no sacerdote?
Había entrado a un seminario y tenía un horizonte que aparentemente me resolvía muchas cosas, entre ellas tener un estatus en el ámbito de la religión. Pero conforme fui acumulando años –esto sucedió en 1972, 1973– descubrí que era un animal sensible y caí en una crisis vocacional profunda. Afortunadamente corrí el riesgo de renunciar a todo lo que llevaba andado y empecé de cero para serle fiel a mi ser profundo.
Y creo que fue lo mejor que pude hacer, aunque me haya costado, socialmente también, porque en aquel tiempo, que una gente con un perfil como el que yo tenía entrara de guitarrero lo veían no solo rarísimo, sino inexplicable: ¡¿cómo yo, que podía haberme dedicado a otra cosa, a ser maestro, por ejemplo, andaba de guitarrero?!
Y es que Velázquez recibió instrucción filosófica y literaria no solo en el seminario diocesano de Querétaro, sino también en el Moctezuma Seminary, de Nuevo México.
De alguna manera ha sido maestro, uno que hace reflexionar con su crónica versada. Antes, cuando las escuelas no se diseminaban en la región, los trovadores instruían, apunta el autor nacido en 1948 en la Ciudad de México, de la que es oriundo por accidente porque aquí trabajaba temporalmente su padre. En realidad es originario del municipio de Guanajuato, entidad en la que se ubica Xichú, enclave del huapango arribeño.
El distintivo de esta tradición frente a géneros más conocidos, como el son jarocho, el son calentano o el son huasteco, es la palabra, la poesía decimal, vinculada esencialmente a la música de sones, jarabes y valonas que se interpreta en fiestas familiares comunitarias, a propósito de cumpleaños, por ejemplo, bodas o el aniversario de un ejido.
La dinámica del huapango arribeño prevé que, en determinados momentos, la música se detenga y el trovador diga su verso, lo pregone.
“Por mucho tiempo, antes de que irrumpiera el progreso en la región, los trovadores eran escuelas ambulantes”, destaca Velázquez. “La gente acudía a los bailes no solo a bailar, sino a oír a los poetas que se preguntaban sobre historia universal, sobre la anatomía o sobre la astronomía”.
Cuando las escuelas se propagaron, el huapango arribeño dejó de cumplir esa función social, para convertirse en crónica del acontecer y en expresión de opiniones del devenir actual, añade Velázquez, promotor del Festival del Huapango Arribeño y de la Cultura de la Sierra Gorda, Xichú, que culmina con las topadas, como se denomina el combate entre dos poetas acompañados de sus músicos durante varias horas.
El encuentro comienza antes de la medianoche del 31 de diciembre y termina al mediodía del primero de enero.
“Me tocó empezar mis topadas con viejos poetas, grandes poetas que para probarme, cuando era novato, para ver qué alcances tenía, me planteaban temas clásicos, como el de Carlomagno, que se remite al medievo y ellos lo cantaban para demostrar si alguien tenía tamaño para subirse a los tablados”.
Hijo del tiempo que le tocó vivir, aludieron sus versos no solo a la Europa medieval, sino a la convulsa América Latina de los años 80 del siglo pasado. Decía uno de aquellos versos:
“Si más antes había la ignorancia de los hechos de historia de atrás: Carlomagno, Roldán, Fierabrás, los Cruzados, los pares de Francia, hoy en día dejemos constancia de los pueblos que con valentía se sacuden la vil tiranía con coraje y anhelo genuino: hoy hablemos del Ché y de Sandino”.
Estaba en ebullición Nicaragua, Honduras, El Salvador, México mismo, recuerda Velázquez.
“Mis ímpetus naturales, como joven de 30 años en ese momento, era cantar sobre todo aquello”.
Sus maestros, rememora, fueron personas sin escolaridad, pero que profesaban amor a su oficio de músicos y poetas. Su formación se afianzó en las tradicionales topadas y en otros escenarios de difusión, porque Velázquez y Los Leones de la Sierra de Xichú también se han presentado en festivales como el Internacional Cervantino.
Durante su trayectoria, Velázquez ha abordado temas de primer orden en la región, como la migración al norte.
“Antes irse al norte era un asunto apalabrado no el negocio desalmado ni la explotación grosera que sufren en la frontera los que intentan acceder a chambear y hacer valer su inteligencia”, critica uno de sus versos.
Versa también sobre la tradición y la modernidad, la memoria histórica, incluso los sucesos del mundo, como la guerra en Ucrania o los ataques a Palestina.
“Aunque sabemos, y sabe la gente, que ahí están las redes y lo que sea, yo digo que la voz humana, la palabra comunicante, la preñada de emoción, del instante, no ha perdido su lugar en este principio de siglo. Y aunque se llamen con otros nombres, siempre va a seguir habiendo rapsodas, juglares, y no vamos a estar peleados con la tecnología tampoco; la vamos a incorporar como nos favorezca, pero vamos a seguir desempeñando esencialmente la misma función social”.
Dice usted que caminando se convirtió en trovador. Versar y caminar riman: ¿de qué otro modo se relacionan?
Caminar es llegar, aunque sea provisionalmente, a un lugar. Siempre hay un destino adonde llegar para quedarse allí un tiempo y seguir caminando. Y si llega uno a un lugar, lo deseable, en el caso de un trovador y de un poeta, es que haya alguien que lo escuche, alguien con quien dialogar, alguien a quien transmitirle algo, o alguien a quien acompañar, porque nosotros también acompañamos, digo yo, las fiestas y los quebrantos de la gente a la que pertenecemos como artistas. Lo mismo hacemos versos de amor que versos de duelo, versos de humor, que versos para contar una epopeya, como lo hacían los antiguos.
Rimamos y hacemos versos no para quedarnos con ellos, ni siquiera para hacer libros con ellos, sino para cantarlos, para decirlos públicamente. Es fascinante sentir que se da y se recibe y en ese sentido andar y rimar son recíprocas.
Si se logra una comunión con la gente y se produce lo que uno como poeta, como histrión también, desea que suceda en su emoción, en su corazón, en su memoria, en su conciencia también, para mí eso es ejercer el destino de poeta.
¿Destino es entonces comunión?
Entre otras cosas, yo creo que sí. Es comunión con la gran comunidad a la que uno pertenece, que son círculos concéntricos que van desde la familia hasta la colonia en que uno vive, hasta el pueblo, hasta la ciudad, hasta el estado. El círculo más grande es la humanidad. Creo que hay que cultivar finalmente la humanidad, el humanismo, los valores humanos y estar en contra de todo lo que perjudique a esos valores que nos permiten estar vivos y sobre todo que no se impida a nadie disfrutar la vida, que es tan efímera. Tengo 75 años y se me junta ya la orilla del final de mi vida con mi principio. Hay muchas cosas que van a quedar pendientes, que ya no voy a poder ver o conocer o disfrutar. Yo no sé qué será del futuro de la humanidad, pero deseo que, entre otras cosas, nos sacudamos como especie la estupidez, la frivolidad, el egoísmo, el individualismo.
No podemos abandonarnos a las inercias que desde tantos lados acechan. Como daba a entender en un verso: cuando me vaya, pues me voy con la frente en alto, porque pienso que respondí a mi vocación profunda e hice lo que tenía que hacer hasta donde me fue posible. Mi alma está en paz.
De estirpe soñadora
En la cantata Sueños, el compositor mexicano Arturo Márquez incorporó una de las décimas de Velázquez, quien se une en esta pieza a Martin Luther King, Gandhi y otros soñadores.
Un fragmento de la composición del trovador, dice: “Somos tunas del nopal, ciudadanos del mundo, y ciudadanos del mundo conectados a Internet y no insípido ballet, sino linaje rotundo de guerreros, y yo rundo prejuicios y sinrazón las cuerdas al diapasón: hagamos guerra florida, por México y por la vida, lo que sea que suene: el son”.
Y se despide del tablado
Durante la conmemoración de la edición número 40 del Festival del Huapango Arribeño y la Cultura de la Sierra Gorda, el pasado 1 de enero, Guillermo Velázquez, representante máximo de Los Leones de la Sierra de Xichú y fundador del encuentro, anunció su retiro del tablado.
Los xichulenses lo despidieron con diez horas seguidas de zapateado, informó la prensa local.
Con Los Leones de la Sierra de Xichú Velázquez piso innumerables escenarios, entre ellos festivales que congregaban a un público juvenil, ante el que solía enarbolar el huapango arribeño frente a la mercantilización.
“No me vengan con chupones de que el peso pluma y tal, ni creativos ni canciones ni música regional, los corridos belicones son basura comercial’”, versaba.
O también lanzaba: “Aunque yo no soy fan suyo, por mí que lo besuqueen, que le griten: ¡ay capullo! y las chavas lo perreen, Bad Bunny tendrá lo suyo, pero el huapango también”.