Para ser “de derechas”, como solían calificarlo sus detractores, el escritor Mario Vargas Llosa siempre mostró un gran interés –yo diría que genuinamente progresista– por las dictaduras y tiranías de toda laya. A lo largo de toda su trayectoria novelística esto se hizo especialmente patente en obras como la emblemática Conversación en la Catedral, escrita bajo la sombra del poder autocrático del general Odría, o en La fiesta del Chivo, donde abordó el gobierno dictatorial del general Trujillo en la República Dominicana.
En este mismo terreno, durante los últimos años, brilló su obra Tiempos recios, que se ocupa de los años 50 en Guatemala, cuando Jacobo Árbenz fue depuesto sanguinariamente por el coronel Carlos Castillo, cancelando por muchos años la vida democrática en esa nación centroamericana y abriendo un periodo funesto para toda la región.
Pero los intereses liberales y humanistas de Mario Vargas llosa lo llevaron también en el último tramo de su vida a otros temas aledaños, como la figura fascinante de Roger Casement, que encarnó diversos sueños libertarios y la defensa de la dignidad de los pueblos originarios de África y América.
La labor de Casement, como se sabe, resultó esencial para visibilizar los horrores que sufrió el Congo entre el siglo XIX y XX, bajo el látigo feroz de un rey, Leopoldo II de Bélgica, que decía practicar la “filantropía” según toda la prensa europea comprada por él e incluso la iglesia católica, una de tantas instituciones sobornadas que hacía creer a todos que el criminal monarca invertía su fortuna personal para llevar el progreso a África, cuando en realidad se dedicaba a promover la superexplotación y tráfico de esclavos, poniendo en marcha los métodos más crueles e inhumanos.
El irlandés Roger Casement, inmmortalizado por Vargas Llosa en su novela El sueño del celta, dedicó muchos años de su vida a desenmascarar los crímenes del rey Leopoldo. Fue en esa época (hacia 1890) que pudo conocer a Joseph Conrad, en ese entonces un desconocido marino “capitán de uno de los vaporcitos que llevaban y traían mercancías y comerciantes entre Leopoldville-Kinshasa y las lejanas cataratas de Stanley Falls, en kisangani”.
Casement, en la novela de Vargas Llosa, hace una evocación de Conrad, quien “decía que, en el Congo, la corrupción moral del ser humano salía a la superficie. La de blancos y negros. A mí, El corazón de las tinieblas me desveló muchas veces. Yo creo que no describe el Congo, ni la realidad, ni la historia, sino el infierno. El Congo es un pretexto para expresar esa visión atroz que tienen ciertos católicos del mal absoluto”.
Convertido en un defensor de los derechos humanos (“el Fray Bartolomé del Congo”), Casement protagonizó también una historia que le resultó más cercana a Vargas Llosa. En medio de la llamada fiebre del caucho, fue enviado por el Foreign Office (era diplomático de carrera) para investigar las atrocidades cometidas en Perú por la compañía cauchera Peruvian Amazon Company, presidida por el peruano Julio César Arana.
Al igual que en el Congo, Casement se ocupó de informar al mundo de los crímenes contra los indígenas de la región del río Putumayo, esclavizados y torturados hasta lo indecible por sus explotadores. Tampoco en este caso hubo justicia: Arana, como el rey Leopoldo, murió de viejo y en su cama.
Una Pascua como esta, pero de 1916, sirvió de escenario para una rebelión armada de los independentistas irlandeses contra el Reino Unido. La rebelión fue aplastada por los ingleses y Casement, que la había apoyado (aunque no en los detales planificados por los más radicales), fue acusado de traición, hecho prisionero y condenado a morir.
Buena parte de El sueño del celta relata el sufrimiento de Roger Casement en Pentonville Prison, lugar del que ya no saldría con vida. Había sido descubierta su gestión ante el gobierno alemán para que este apoyara la independencia de irlanda, y aunque él era un nacionalista moderado su actuación se entrecruzó con el Levantamiento de Pascua, del cual él no tuvo noticia previa (es más: los líderes del movimiento, más radicales, querían mantenerlo al margen).
Los temas que elige un escritor suelen revelarnos muchas cosas más de él, que lo que algunos estudios biográficos consiguen. Vargas Llosa se identificó plenamente con Casement y vio en él una suma de virtudes que creía indispensables no sólo para la época que le tocó vivir al admirable irlandés, sino para un tiempo como este, del que Vargas Llosa fue un testigo privilegiado.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez
